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domingo,
03 de
julio de
2005 |
Reflexiones
La gran oportunidad
Carlos Duclós / La Capital
El egoísmo es el padre de muchos males y la desunión entre los seres humanos la esposa y madre. Esta pareja mefistofélica ha causado, causa y seguirá causando estragos en toda relación, sea esta de dos, tres o ciento de miles de personas. En todo ámbito social en donde la pareja sea aceptada para compartir la existencia, un final de angustias está asegurado. Esta certeza se advierte tanto en una relación de dos amigos, como de una familia, o de una o varias naciones. En este último aspecto, tanto el egoísmo como la desunión cobran más fuerza cuando las sociedades, los pueblos o las naciones no están lo suficientemente desarrolladas, pero sí a merced de poderes importantes o de carácter imperial.
En la medida en que los pueblos no se unan ante la presencia de poderosos que los oprimen, el futuro de cada uno de los seres humanos de esas naciones será comprometido y desdichado. El Mercosur, en ese aspecto, satisface una necesidad indispensable de los pueblos de América del Sur. Y en ese marco, dos países como Argentina y Brasil tienen un rol decisivo para el accionar del mercado común. Lamentablemente, no se ha tomado debida conciencia aún de la importancia que tiene este proyecto y más lamentablemente todavía, los propios estados parte no hacen demasiados esfuerzos para que brille el mercado como debiera. ¿Es la presencia de la diabólica pareja formada por el egoísmo y la desunión que está presente? Sí. ¿Pero es sólo ésta la causa de la indiferencia? Desde luego que no.
Uno de los libros que todo interesado en el presente y futuro de su propia existencia y de la de los pueblos del sur continental no puede dejar de leer es "Argentina-Brasil: La gran oportunidad", de Marcelo Gullo. En ese libro Gullo, un rosarino que cuenta con prestigio en nuestro país y en diversos países del mundo, habla del imperio americano y de la revolución anestésica. Veamos lo que dice Gullo: "En las décadas del sesenta y del setenta grandes masas de jóvenes participaban en la vida política. Tanto en el centro como en la periferia del mundo se vivía una euforia política incontenible: millones de jóvenes de todas las nacionalidades soñaban con la construcción de un mundo más justo". Añade el autor algo que es de una verdad incontrastable y maravillosa: "La preocupación por el otro era el punto de partida del pensamiento y de la acción política y desplazaba al pensamiento liberal que, por siglos, había predicado las bondades del egoísmo".
Con mucha angustia aquellos que aún tienen la suficiente autonomía para reflexionar sobre la realidad social asisten a la agonía o muerte de este movimiento. La causa de esta muerte fue lisa y llanamente un homicidio perpetrado por la casta dominante, imperialista, horrorizada porque su poder estaba comprometido. Desde luego que para reconquistar el espacio perdido el poder internacional, el imperio, apeló a estrategias y tácticas disímiles, muy bien pensadas, exitosamente accionadas: Gullo habla de la "revolución anestésica", es decir se trató de dormir al pensador en cuyo corazón latía la filantropía política, virtud enfrentada con el egoísmo.
Y se logró. ¡Vaya si se logró! Una de
las herramientas utilizadas fue la falta de culturización a través de un medio que hizo explosión en el corazón
social: la televisión. El autor del libro "La Gran Oportunidad" sostiene, con muchísima razón: "Fue surgiendo así una gran masa de gente ajena a la política, compuesta por un ser muy similar compuesta por un ser muy similar al que los griegos llamaron "idiotas" por no interesarse en la política, por estar aislado, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionado en la pequeñez de su microcosmo y manipulado, al fin de cuentas, por todos". Sin embargo, y aun ante la
difícil situación, es menester despertar
y emprender la lucha para no perder, como dice Gullo, "La gran oportunidad" Y es cierto: "el futuro depende de nosotros".
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