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domingo,
03 de
julio de
2005 |
Interiores: desenvolvimiento
Desenvolverse en esta vida y en la vida de siempre, ha sido y sigue siendo un imperativo que cada cual resuelve como puede y en una proporción bastante menor, como uno quiere. Calificar a alguien como desenvuelto es un elogio, probablemente lo era más antes que ahora, y es una referencia a esos seres capaces de adaptarse en situaciones distintas y disímiles como una suerte de vendedor full time, todo terreno, ya que el buen vendedor tiene que adecuarse al cliente que venga, y no andar soñando y esperando el cliente predilecto, pues en tal caso la espera neurótica (como toda espera) expulsaría a los clientes "inadecuados" y sería sancionado por su magro rendimiento comercial.
Naturalmente que desenvolverse quiere decir no quedarse envuelto, sobre todo en situaciones que exigen desenvoltura, tal vez no tanto en los trabajos, ya que muchas tareas parecieran poder desarrollarse en las vías de la rutina y por lo tanto se pueden desempeñar perfectamente en la envoltura, manteniendo el sujeto el contacto mínimo necesario con el exterior.
Algo similar se podría decir respecto del amor donde las rutinas permiten o indican "comerse una manzana dos veces por semana" según canta y cuenta Sabina, y puede que en algunas canciones de todos los días, incluso se coman menos manzanas aún. Con todo, la relación entre el trabajo y el amor sólo puede ser de similitud, pues en muchos aspectos puede ser más difícil que el trabajo, ya que el terreno del amor invita a desenvolverse, y nunca como en esas aguas y en esas tierras el humano despliega su historia, y sus historias, sin pensar jamás que muchas de sus palabras y de sus confidencias pueden un día volverse en su contra.
Lo interesante del desenvolvimiento es que se trata de un movimiento tanto en lo individual como en lo social, y en ambos casos se trata de un despliegue de acciones y sucesos que se irán, precisamente, desplegando en un camino por lo general no directo, muchas veces sinuoso, es decir un camino de recorrido incierto como suele ser la carretera que va desde la causa al efecto. Es en general el camino de la ciencia, pero también de muchas investigaciones que pueden ser universitarias, periodísticas o policiales o artísticas, y en otro sentido hasta infantiles, y por supuesto es el andar de muchas reflexiones acostumbrados como estamos a pensar en términos de causa y efecto.
Lo que viene a configurar un anclaje muy profundo de nuestro pensamiento occidental y cristiano, pero que al mismo tiempo nos brota con mucha espontaneidad, de modo que frente a determinada actitud, comentario, frase o silencio del otro, o bien frente a tal giro de los acontecimientos decimos o nos decimos: "Por algo será". Esto instala la sospecha como un rasgo más que habitual entre los humanos, quizás más en estos tiempos, donde la gente dispone de más lugares donde espiar, ya que además de los lugares tradicionales como bolsillos, carteras o cajones que pueden alojar las huellas del engaño o la traición, hoy por hoy, y sin contratar detectives como en las películas se puede acceder a la memoria de celulares o meterse en el mail del otro donde supuestamente se puede encontrar la causa que se sospecha.
Sin embargo, Sigmund Freud señala en el comienzo de su libro "El porvenir de una ilusión" que el sujeto humano vive en el presente con cierta ingenuidad. Lo que quiere decir que no podemos andar todo el tiempo en nuestro turno de existir preguntándonos, o preguntando por el por qué de todas las cosas, porque en tal caso quedaríamos atrapados en la telaraña de la paranoia. Es decir que si seguimos la afirmación de Freud nos encontramos que para desenvolverse en el presente se requiere de cierta ingenuidad, pues si se piensa en todo lo que puede ocurrir es mejor no salir de casa y quedarse envuelto en el bunquer de cada cual al resguardo de los vientos o las tormentas externas. Claro está que las tormentas también pueden estar en el interior de cada uno, o en quienes nos rodean.
Por lo demás nadie está a salvo de la incertidumbre casi en ningún lugar, ni siquiera en esos campos de concentración de lujo que son los actuales countrys donde se suman interiores alambrabrados no sólo para no ser invadidos, sino tal vez para que no se escape la felicidad concentrada. Pero si tiramos del hilo freudiano un poco más, quizás la ingenuidad de la que habla el creador del psicoanálisis es la de que existe un presente como si el tan mentado, cacareado y propagandizado tiempo presente (sobre todo por los bucay boys) fuera justamente eso, un presente, es decir un regalo que nos hace el Señor o la vida.
Como se sabe el presente es tan efímero como la felicidad, o de lo contrario es tan eterno como la infelicidad que agobia con la sensación de que nunca se termina. En suma, como hijos del Señor o como hijos de la vida, de cualquier manera hijos, después de unos cuantos meses envueltos, venimos a nacer desenvueltos y rápidamente nos envuelven con ropas, exámenes, vacunas, leches, amores y odios.
Si nos tocó nacer debajo de la línea de la pobreza lo más probable es que no podamos sobrepasar la fatídica línea que el poder trazó, pues ocurre que debajo de la línea de la vergüenza los nacimientos son con destino incorporado, en cambio, por encima de la línea nuestra tarea esencial será irnos desenvolviendo del envolvimiento inicial con el que llegamos a este mundo
Finalmente seremos envueltos nuevamente, arropados en la frialdad final y depositados en el envoltorio definitivo o desperdigados al viento donde de todas maneras quedaremos envueltos en la invisibilidad. Entre un envoltorio y otro transcurre nuestra vida, es decir el trayecto, que es lo único que verdaderamente está en nuestras manos, esas que a lo largo de la existencia tendrán siempre la difícil decisión de cuándo quedar envueltos y cuándo desenvolverse.
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