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miércoles,
29 de
junio de
2005 |
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Charlas en el
Café
del Bajo
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-Tengo unas palabras de la señora Lidia de Garfinkel que deseo leerle Inocencio. Pero antes le pregunto: ¿se acuerda de Khalil Gibrán?
-Claro, lo descubrí hace 35 años. Se había puesto muy de moda en aquella época. El primer librito que leí de él fue El Maestro. ¿Por qué?
-Porque, a partir de un poema de Gibran, Lidia toca temas muy profundos: los hijos, el destino de ellos y de nosotros, la triste realidad de la emigración. Escuche lo que dice: "Los hijos son "de la vida" y también hijos nuestros, son como pajaritos que vuelan. El poeta Kalil Ghibran, dice que los hijos son de la vida más que hijos nuestros, tienen que volar para verse realizados. Son muchos los hijos que se fueron y los que piensan en irse y formar su familia en otros lugares, lejos de nosotros. Nos ponemos a pensar día a día ¿por qué? Si nuestros abuelos, casi todos, vinieron a nuestro país de lugares muy lejanos. A ellos sí se les hizo muy difícil todo, hasta que formaron nuestro país. Ellos sí que trabajaron duro sin pensar, o tal vez sí, que todo era tan difícil, pero así todo formaron este precioso país. Buscaban un mejor estar económico, otra educación, porque donde vivían costaba muy cara, y no todos podían estudiar y trabajar. Y entonces les contamos a nuestros hijos y nietos lo que fue aquello y lo que podían tener en este país que nunca sufrió una guerra o hambre, poniendo todo su esfuerzo en el trabajo. Aquello sí que debe haber sido terrible.
-Este país, que como bien dice la amiga, se formó por el esfuerzo de los inmigrantes, ahora debe observar como muchos jóvenes parten porque aquí no pueden desarrollarse. ¡Qué triste!
-Sigue diciendo la amiga: "Entonces contesto a la pregunta sobre si los hijos son nuestros o de la vida: nuestros hijos son como los criamos, un poco nuestros y un poco de la vida. Como los pajaritos que quieren volar para conocer otros lugares mejores que les permita ver un camino despejado de tropiezos. A todos los que vinieron: ingleses, italianos, españoles, griegos, franceses, rusos, se les hizo muy riesgoso y dificultoso aprender el idioma, nuestras costumbres, etcétera, pero lo hicieron. Ellos también empezaron de punto cero hasta llegar a algo, conseguir algunos amigos, aprender el idioma y encontrar a qué dedicarse, trabajando para conseguir el dinero aunque más no sea para comprar estampillas para enviar una carta a los seres queridos que habían dejado para que estuvieran tranquilos. Nada es fácil en esta vida, lo digo yo que estoy postrada en esta silla y veo todo diferente al necesitar siempre una mano ajena que me ayude hasta para desayunar. Por suerte la encuentro, la gente es buena, y siempre pidiendo con educación, una sonrisa y el por favor, hasta hoy siempre encontré quién me dé una mano, gracias a Dios".
-Qué opina usted Candi, ¿los hijos son nuestros o de la vida?
-Tiene razón Lidia. Un poco son nuestros pero le pertenecen a la vida. Son nuestros sobre todo cuando es el momento de cuidarlos y protegerlos. Diría que ese lapso comprende desde el nacimiento hasta la adolescencia. Allí comienza o al menos debería comenzar la separación y lo hijos deberían pasar a ser hijos de la vida. Claro que siempre vamos a volver a lo mismo: como el contexto social no es el ideal aquí ni mucho menos, a los 26 años o más siguen siendo hijos nuestros, porque por sí mismos no pueden realizarse. No pueden hacerlo por las condiciones económicas y sociales de este país que los inmigrantes hicieron grande y que los "otros" se encargaron de devastar. Por eso es usual hoy ver a jóvenes de 26 años viviendo con sus padres. En la Argentina de nuestros días, a la vida le cuesta cumplir con el principio natural de que los hijos sean de ella. Y muchas veces, para que tal principio se cumpla (porque debe cumplirse), la vida debe transportar a nuestros chicos a otras latitudes, como bien dice Lidia, lo que no resulta fácil para un padre. Pero los padres, como dice Lidia, lo que no resulta fácil para un padre. Pero los padres, como dice Gibran, son a veces "el arco del cual tus hijos como flechas vivas son lanzados. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad".
Candi II |
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