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 sábado, 23 de abril de 2005  
Yo creo: "Uno paga la deformación de lo que es"

Fernando Toloza / La Capital

Después de ver por tercera vez "El quinteto de la muerte", de los hermanos Coen, me pregunté por qué no me había gustado la primera vez, vista en el cine. La segunda me tocó en un viaje en colectivo a Mar del Plata. La tercera fue en familia, con "criaturas" de siete y once años incluidas. El deslumbramiento nació la segunda vez. La empatía con el filme se produjo de inmediato, cuando la sombra del personaje de Tom Hanks se proyecta en la puerta de la casa de la señora Marva Munson y dentro las luces parpadean impactadas por la presencia del mal. Y la tercera vez me demostró que la película tenía una perfección que la hacía apta para el público más exigente, el que aún no ha perdido del todo la imaginación que reina en la infancia.

Una frase que me gustaría que se haga célebre dice "todos tenemos la deformación de lo que somos". Pienso que esa puede ser una explicación pausible de la insensibilidad para la primera vez que vi "El quinteto de la muerte". Por ver mucho, o al menos pretenderlo, la percepción no siempre se vuelve exquisita; al contrario, se puede llegar a anular el gusto y sucumbir a cualquier cosa. Hace un tiempo me gustó la película de Bob Esponja. No esperaba nada y me divertí de verdad, llegando incluso a pensar que había algo sublime en las aventuras de esa esponja desafortunada y su amigo Patricio. Tal deleite me costó recriminaciones acerca de mi buen gusto, y prometí volver a verla (aún no lo hice). Peor me fue con "Vida acuática". En el juego siempre arbitrario de las calificaciones, le di cinco estrellas (excelente) y otra vez recibí la reprimenda de aquellos a los que el filme no les gustó. Una de mis propias "criaturas", una de esas a las que les gustó "El quinteto de la muerte", también me retó por mi "exageración".

¿Cómo se justifica el gusto? Hay algunos parámetros objetivos para medir la seriedad de una propuesta, pero después los componentes que establecen la empatía entre el espectador y lo que ve no dejan, para mí, de ser un misterio. Entonces, no queda más que el principio que parece el más incuestionable: ser honesto, aclarar que la opinión es apenas una guía, no una sanción ni un juicio, apenas la indicación de que tal vez en tal filme el espectador encuentre "su" película.
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