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sábado,
23 de
abril de
2005 |
La tentación del discurso y los sermones moralistas
-Hablamos de la escuela ¿y los padres, o adultos que acompañan a los niños, cuánto pueden aportar a poner palabras a una información que muchas veces se vuelve contradictoria a la mirada de chicos y adolescentes?
-Personalmente pondría en cuestión la afirmación que trae la pregunta. Es más probable que en la actualidad la contradicción sea para los adultos y no para los niños y jóvenes. Para los niños y jóvenes que se mueven en un hábitat de fluidez mediática la información que consumen es lo más "natural" del mundo. Si surge alguna contradicción, es más fácil para ellos buscar alguna respuesta en el mismo fluido informacional, o a lo sumo en pares, que buscarla en adultos o en instituciones. La respuesta más fácil a la pregunta sería levantar el dedo moral que portamos y decir cosas lindas del estilo "los padres y las madres deben compartir el visionado de televisión con sus hijos". Sin embargo, este deber ser se derrumba cuando se observa el cotidiano de las familias en el capitalismo tardío. Pensemos en los dibujitos animados. Para algunos adultos, compartir diez minutos de visionado luego de una agobiante jornada de trabajo -si lo tienen- es una tortura china. Para otros, ver dibujitos es un espacio de disfrute que no los diferencia de los niños. Cuando veo Dexter o Los Simpsons con mis hijas los disfruto igual o más que ellas. Que surja la "contradicción" implica que ésta se haga explícita en una pregunta, en un gesto, en una exclamación y no tiene que venir sólo del mundo adulto. Y esto debería habilitar a pensar juntos porque cuando los adultos sermoneamos desde el púlpito, tanto sea un discurso moralista, un análisis políticamente correcto o la más radical de las frases libertarias y emancipadoras, a los niños y a los jóvenes tiende a entrarles por un oído y salirles por el otro.
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