| sábado, 12 de marzo de 2005 | A un año del horror. Las víctimas siguen conmocionadas Testimonios entre el miedo, los recuerdos y las heridas abiertas Los atentados cambiaron para siempre la vida cotidiana de miles de madrileños Madrid. -Los españoles lo llaman "nuestro 11 de septiembre". El 11 de marzo del 2004, diez bombas explotaron en cuatro trenes de Madrid y causaron 192 muertos, 1.900 heridos y una convulsión que llevó a los socialistas al poder y a retirar las tropas españolas de Irak.
Ayer, en la estación de Atocha, que fue el epicentro de los atentados, el homenaje silencioso que rendían el alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, y otras autoridades locales a las víctimas del 11-M, se vio súbitamente interrumpido. Una joven que se acababa de bajar de un tren se desmoronó en medio del llanto al ver las velas y los claveles blancos que ciudadanos anónimos habían colocado en el andén número dos en señal de luto y solidaridad.
"Esa fecha todavía nos aterra", dijo Laura, quien quedó paralítica en los atentados y pasó nueve meses en el hospital. Otra víctima señaló que ni siquiera quería pensar en el aniversario. "Durante seis meses no pude ver la televisión. No quería ver las caras de los asesinos", declaró la mujer con la condición de no ser identificada.
Tampoco olvida esa fecha la madre de Angélica, una estudiante de filología que murió en el tren que se dirigía a la estación de Santa Eugenia. Apenas tenía 19 años. "Hoy (por ayer) he ido hasta allí en el mismo tren que ella solía tomar, me he sentado en un banco con una vela, he permanecido en silencio, he llorado y rezado y cuando he tenido fuerzas he regresado a casa", relató en declaraciones a la cadena pública de radio RNE.
En el camino pudo ver cómo decenas de personas encendían velas por los fallecidos, dejaban flores y volvían a pegar mensajes en las paredes de las estaciones de tren. "No os olvidaremos", se leía en algunos. Muchos lloraban.
Para otros las cicatrices son psicológicas, lo que llevó a las víctimas del peor atentado en la historia de España a abandonar ayer el país, o a tomarse el día libre para no tener que soportar las conmemoraciones.
El inspector ferroviario Francisco Javier Zamarra dijo que un colega que presenció la masacre desde los andenes de Atocha, una de las tres estaciones afectadas, aún estaba conmocionado. "No quiere estar aquí", dijo Zamarra ayer en Atocha, abarrotada a las 7:37 de la mañana de un día laboral. "Intentaré sobrellevarlo, pero ya veremos. Ha sido difícil durante 365 días. Este día en particular será más difícil", añadió.
Gloria Estelle Jiménez, una colombiana que trabajaba en una fábrica y enviaba dinero a su país para sus dos hijos, iba en un tren cuando la primera de las dos bombas estalló en la estación de Atocha. "Nunca he querido volver a bajar en Atocha", dijo Jiménez. Sin embargo los recuerdos volvieron. Y con ellos las lágrimas. "Cae un hombre reventado. Cuando estoy a punto de subir la escalera veo una mujer tirada en el suelo. Todo el mundo está pasando por encima de ella. Hasta yo. Cuando paso encima de ella se escucha la segunda explosión. Lo que yo pensaba en ese momento era «no quiero morirme porque tengo a mis hijos»", relató.
Otro rumbo político España tenía que realizar elecciones generales cuatro días después, y hasta el momento del atentado se daba como un hecho que el derechista Partido Popular iba a permanecer en el poder.
Pese a que todas las evidencias apuntaban a que los ataques habían sido perpetrados por radicales islámicos, el gobierno de José María Aznar mantuvo la versión de que las principales sospechas recaían sobre el grupo separatista vasco ETA.
Sin embargo, la divulgación de una cinta de video por parte de un grupo ligado a Al Qaeda atribuyéndose los bombazos desató la indignación entre la población, que se sintió engañada por el gobierno y volcó las urnas a favor de los socialistas.
Extremistas islámicos -la mayoría de Marruecos y otros países norafricanos- reivindicaron los atentados en nombre de Al Qaeda, y dijeron que fueron en venganza por el envío de tropas españolas a Irak y Afganistán.
Un total de 74 personas fueron detenidas en la investigación de los ataques. De las 24 que siguen en prisión, 17 están bajo supervisión judicial, y 33 fueron puestas en libertad.
Pocas semanas después del 11-M hubo otro intento de atacar un tren de alta velocidad, y el 3 de abril siete radicales islámicos se suicidaron al ser rodeados por la policía en un departamento de un suburbio de Madrid, matando también a un agente especial.
En medio del dolor y la incredulidad, los españoles se enorgullecen de la forma en que paramédicos, médicos, policías, trabajadores sociales y otros respondieron a la tragedia.
"Estamos todavía quizás un poco tocados", dijo Enrique Sánchez, uno de los primeros conductores de ambulancia en llegar a la estación de Santa Eugenia, donde se produjo una de las explosiones.
"En ese mismo momento en que estuve atendiendo esa cantidad de heridos, en ese mismo momento estábamos llorando -recordó Sánchez-. No dábamos crédito a lo que estábamos viendo. No me acuerdo de sus nombres pero sí de sus caras, de cada uno de ellos. El silencio que hubo aquí era sepulcral, ese terror en los ojos de la gente".
Pero Sánchez es optimista con respecto a las consecuencias de la tragedia. "Nos hemos hecho mejores personas", dijo. "Hemos aprendido a querer más, a tratar mejor. Esto nos superó a todos, nos superó en su día. Pero ahora no", enfatizó.
Sin embargo, muchos se preguntaron en estos días si Madrid se ha recuperado de esta herida. "Mi deseo es que sí", dijo el alcalde Ruiz-Gallardón, para quien el cambio más notorio que ha sufrido la capital es la sensación de sus ciudadanos de saberse vulnerables. "Pero Madrid es una ciudad que sabe sobreponerse y debe continuar", declaró.
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