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 miércoles, 15 de septiembre de 2004

Reflexiones
El ciudadano y el estrés

Carlos Duclós / La Capital

Hace algunos años, tal vez algunas décadas, la ciencia fue confirmando lo que conocían los antiguos sabios: que algunos sentimientos provocan un debilitamiento del sistema inmunológico y el organismo es susceptible de adquirir, en ese estado, distintos tipos de enfermedades que van desde las afecciones cardiovasculares, hasta las úlceras que atacan el sistema digestivo y el cáncer. El doctor Bruce S. McEwen, director del laboratorio de neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller en Manhattan y autor de un nuevo libro, "The end of stress as we know it" ("El fin del estrés tal como lo conocemos") ha dicho: "Se ha demostrado que el estrés prolongado o severo debilita el sistema inmunológico, presiona al corazón, daña las células de la memoria en el cerebro y deposita grasa en la cintura, en lugar de caderas y glúteos (lo que es un factor de riesgo para padecer males cardíacos, cáncer y otras enfermedades)". El estrés, además, interviene en el envejecimiento y, desde luego, es el umbral de la depresión. Todo esto no es nuevo, y ya el filósofo, teólogo y médico judío, Maimónides, uno de los más grandes sabios que dio la humanidad, en el siglo XII expresaba que ciertas emociones debilitan el sistema defensivo y provocan enfermedades. Hay una oración muy hermosa de este médico con la que empezaba cada día su actividad profesional. En ella habla de la armonía física pero advierte que "cuando la fragilidad de la materia o las pasiones del alma trastornan ese orden o interrumpen esa armonía, entonces unas fuerzas chocan con otras y el cuerpo se desintegra en el polvo original del cual se hizo...".

No es el propósito de esta reflexión de hoy profundizar sobre una cuestión en la que podrían abundar médicos y psicólogos con toda autoridad, pero es necesario echar una fugaz mirada al ser estresado de nuestro tiempo por antonomasia, el hombre, y una de las causas que lo llevaron a ese estado: precisamente el Estado y ciertos operadores. Antes que nada definamos al estrés como la tensión que soporta la psiquis, la mente, como consecuencia de constantes situaciones agobiantes. El estrés es un colapso de la armonía mental producido por las preocupaciones, el miedo, aflicciones, pero no quedan afuera otros sentimientos como el odio, resentimientos, celos y sin lugar a dudas el nerviosismo o la ira. Esta ira si bien puede ser una consecuencia del estrés, lo retroalimenta y en muchas ocasiones es la causa. Podría decirse que la ira, o el estado de cólera es a la vez causa y efecto. ¿Cuál es la estadística de seres estresados en la Argentina? Pues cualquier psicólogo, psiquiatra o sociólogo podrá decir que el "estressiómetro", desde hace un tiempo, está en la zona del rojo. Las consultas a psicólogos han aumentado considerablemente y no es nuevo que la venta de fármacos antidepresivos y ansiolíticos se incrementó en buena medida.

Como tan mal está esta sociedad, muchos afectados por el desequilibrio emocional, lamentablemente, no pueden acceder a los servicios de la ciencia y en la desesperación caen en las tremebundas manos de brujos, curanderos, chamanes y religiosos milagreros quienes inescrupulosamente, y siempre por un deleznable interés que va desde el económico hasta el ideológico-religioso, esbozan groseras y místicas artes curativas. No faltan, tampoco, los visionarios comerciantes que han hecho de la valeriana, el toronjil o el tilo, la panacea para tantos males que aquejan al hombre de nuestros días. Sin dejar de reconocer, desde luego, las bondades de las hierbas naturales, cuyos poderes conocían los antiguos, tales como aquellos monjes judíos llamados esenios y también conocidos como "terapeutas", es menester decir que para el agobio del hombre posmoderno tales remedios son ineficaces y sólo sirven para mejorar la calidad de vida de sus fraccionadores.

El estrés es dable observarlo hoy en cada momento y en distintos ámbitos: en el hogar, en el tránsito, en la oficina, en el aula, etcétera. No es un padecimiento, por otra parte, propio de determinada edad. Es lamentable como preocupante observar la existencia de jóvenes estresados y deprimidos y de ancianos lisa y llanamente reducidos a seres que sólo aguardan la liberación con la llegada del sueño eterno. ¡Patético! Esta endemia, este auge desmedido del estrés, de la melancolía y de la depresión es debido, por lo general, a un virus nefasto, repudiable, llamado injusticia, transmitido por varios agentes deleznables que todos conocen y que se enquistan en los Estados y ciertas instituciones no gubernamentales. La pregunta es: ¿debe permitirse sin más que este virus y este agente socave la integridad psíquica del hombre hasta desmoronarla? Desde luego que no. Pero ¿qué se puede hacer desde la inmediata y primigenia situación de impotencia? (repárese que se expresa inmediata y primigenia porque después el hombre social puede apelar a llaves que le cierren las puertas a los exterminadores).

Ante las recurrentes injusticias del Estado y los entes no gubernamentales que son hoy en día la principal causa de estrés en sociedades en bancarrota financiera y moral, el hombre común tiene la obligación de decidir para sí y para su prójimo (comenzando por el más cercano que está en el ámbito familiar) la realización de actos de justicia que lo salven del atropello cotidiano que procura vulnerar su armonía psíquica. Por el amor se vence la angustia que dispara un liderazgo egoísta. Retornemos a la sabiduría antigua y observemos una desgracia y un legado del rabino, Elazar Rokeah, de Worms, Alemania. Durante el tiempo de las Cruzadas, Elazar debió padecer un gran sufrimiento. Los cruzados entraron en su hogar y mataron a su esposa, sus dos hijas y su hijo. A pesar de su enorme dolor, se dedicó a la escritura de una serie de consejos sublimes sobre cómo afrontar la aflicción y la injusticia que destruyen la armonía psíquica y física.

De sus palabras, con las que concluimos esta reflexión, se pueden extraer múltiples enseñanzas: "Perdonar es lo más hermoso que puede hacer un hombre. Una persona que siempre está consciente de la presencia de su Creador habla con suavidad a todos y enseña a sus hijos a vivir una vida de dignidad. Infunde amor y bondad en todas sus acciones, y reverencia a su esposa. Ama a sus vecinos y amistades, presta al necesitado y hace caridad en secreto. No hagas nada de lo cual posiblemente te avergüences. No ansíes la honra y la gloria. No envidies a los malhechores. No te afanes por el dinero. Fomenta la paz entre las personas en cada momento que puedas. Si eres pobre, dale gracias a Dios por el aire que respiras. Si eres rico, no te exaltes sobre tu hermano pobre porque tanto tú, como tu hermano pobre, llegaron desnudos a este mundo y eventualmente dormirán juntos en el polvo. Mi hijo, quita de ti la altivez y aférrate de la humildad. Que ninguno de tus errores te parezcan pequeños. Guárdate contra las trampas de la envidia, que mata más pronto que cualquier enfermedad mortal. Sin embargo, puedes envidiar las cualidades buenas de hombres rectos, y debes procurar imitarlos. No seas esclavo del odio, que amarga el sabor de la comida y el placer del dormir". Incorporadas algunas, al menos, de estas enseñanzas, el después vendrá para el ciudadano común que desde la lucidez y el sosiego podrá elegir a líderes comprometidos con la justicia.

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