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 sábado, 04 de septiembre de 2004

Reflexiones
Ley de migraciones y democracia

Rubén Giustiniani (*)

Ante una nueva celebración del Día del Inmigrante, encontramos en la nueva ley de migraciones un aporte legislativo para una política migratoria acorde con los derechos humanos, con la Constitución nacional y con el proceso de integración regional.

La promulgación de la ley 25.871 en enero de este año saldó una deuda pendiente de la democracia. Somos conscientes de que si en dos décadas de gobiernos constitucionales el Parlamento argentino no había podido sancionar una nueva ley migratoria que reemplazara a la vigente hasta ese momento -llamada "ley Videla"- no era precisamente por una cuestión de olvido o por no considerarlo importante. Muchos intentos habían quedado en el camino, proyectos que obtenían aprobación en las comisiones de Población de la Cámara de Diputados o de Senadores, pero que no llegaban a convertirse en ley. Y sucedía esto porque detrás del fenómeno migratorio suelen manifestarse -a veces veladamente, otras explícitamente- concepciones anacrónicas, xenófobas, discriminatorias y autoritarias.

A pesar de que ya en las "Bases" de Alberdi aparecen los orígenes de nuestra tradición como Nación de puertas abiertas a "...todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino", desde la ley de residencia de 1902 hasta nuestros días la historia de la política migratoria argentina fue signada por la utilización de los mitos para hacer de los migrantes el chivo expiatorio de todos los males: se los ha vinculado a la cuestión de la "seguridad nacional" durante los períodos de las dictaduras militares y, en tiempos de democracia, al delito común y a la competencia con el trabajo de los argentinos, siendo estas afirmaciones totalmente falaces a la luz de las estadísticas.

A partir de la ley Avellaneda de 1876, llegando hasta el bando militar de 1981 denominado decreto-ley 22.439, el plexo normativo jurídico en la materia fue una sucesión de decretos y reglamentaciones de los gobiernos de turno que evidenció la inexistencia de una política poblacional integrada a un proyecto de Nación -como la que tuvieran aquellas generaciones del siglo XIX-, así como la manifestación de la primacía de conceptos retrógrados cargados de prejuicios.

En la globalización que nos toca vivir encontramos que la inmensa mayoría de los países, sobre todo los desarrollados, levantan muros, extienden alambrados y sancionan leyes restrictivas para la migración. El tráfico de personas, al ritmo del endurecimiento de las políticas migratorias, se ha transformado -junto al tráfico de drogas y de armas- en uno de los negocios más deleznablemente rentables.

La revolución de la tecnología y de las comunicaciones ha dado origen a una producción jamás imaginada. Un elemento no menor, necesario para estas profundas transformaciones, es la explotación del trabajo de los migrantes. Es este un mundo mucho más rico, pero al mismo tiempo mucho más injusto. Un mundo donde nunca antes creció tanto la desigualdad entre ricos y pobres. La mundialización capitalista desde el punto de vista de las finanzas y de las comunicaciones ha logrado un planeta sin fronteras, mientras que las personas sólo encuentran barreras.

Intentando asir y reflejar la realidad que nos toca vivir, la ley 25.871 va en un sentido real de progreso social, haciendo énfasis en la integración y no en la exclusión, en el multilateralismo de la regionalización y no en el unilateralismo, en la tolerancia y no en la xenofobia, procurando hacer efectivo el concepto de "gobernabilidad" de los flujos migratorios, entendida ésta como el ajuste entre las expectativas y demandas sociales y las posibilidades reales del Estado para darles respuesta.

La actual ley de migraciones está nutrida de un nuevo enfoque que enriquece a la democracia. Resume el respeto a los derechos humanos de los migrantes en línea con las convenciones internacionales de Naciones Unidas y la Organización Internacional del Trabajo, y consolida una política regional del Mercosur.

Esta ley es también fruto de la participación. El camino elegido para su elaboración fue el más largo: seminarios, foros de debate y audiencias públicas se realizaron durante más de tres años. De esta manera se aseguró que el proyecto final estuviera nutrido de la realidad social, y en segundo lugar facilitó su aprobación, porque fueron los representantes de los sectores involucrados quienes apoyaron al proyecto como propio.

La nueva legislación realiza importantes aportes para la integración de los extranjeros al cuerpo social en un plano de igualdad con los nacionales y para la eliminación de toda forma de discriminación, racismo y xenofobia, estableciendo, entre otros, los siguientes puntos:

Penalizar el tráfico de personas que, junto con el de armas y de estupefacientes, constituyen los tres delitos transnacionales que más dinero mueven en el mundo.

Establecer procedimientos claros y sencillos, salvaguardando el derecho a defensa y a un debido proceso en todas las decisiones que adopte la autoridad migratoria.

Atender a la situación de los argentinos que se encuentran en el exterior, a través de cláusulas de reciprocidad que aseguren su igualdad en el trato y promuevan su retorno al país.

Asegurar el derecho a la reunificación familiar.

Garantizar el acceso a la educación y a la salud en condiciones de igualdad, independientemente de cuál sea la situación migratoria de los extranjeros.

El Parlamento argentino tuvo en los últimos años, al decir de los griegos, "luces y sombras". La sanción de esta ley significó un aporte positivo al tiempo de los derechos que el protagonismo de los pueblos debe conquistar. Millones de mujeres y de hombres, como ha sido a lo largo de toda la historia, seguirán migrando en busca de mejores condiciones de vida. Sería impensable un mundo sin migrantes. Los pueblos nómades de ayer son los indocumentados de hoy.

En la antigüedad, el pueblo judío inició una nueva era con su peregrinación escapando de la opresión y buscando la tierra prometida camino a su liberación. En esa búsqueda se fue mejorando a sí mismo. Cuando la convivencia entre los hombres concrete aquello de "mi patria es la humanidad", arribaremos al verdadero mundo sin fronteras. La aldea global será de todos y para todos, con justicia, libertad, igualdad y solidaridad.

(*)Senador nacional por la provincia de Santa Fe y presidente del Partido Socialista

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