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 miércoles, 12 de mayo de 2004

Reflexiones
El campo de cara a los pueblos

Angel Fernando Girardi (*)

En un reciente reportaje, el conocido y respetado humorista Luis Landriscina sostuvo que "hoy hay gente en los pueblos que no sabe que está viviendo bien porque el campo anda bien. El campo deja de andar y el pueblo se muere".

Nadie puede poner en tela de juicio esta idea, no sólo por la honradez intelectual de quien así opina, sino también por la incuestionable realidad de lo que afirma.

De ningún modo tratamos de endiosar al sector agropecuario, muy por el contrario, tan sólo queremos que se lo conozca y se le dé la importancia que tiene para bien de toda nuestra Nación.

Muy bien, dice Landriscina que comenzó a comprar las manzanas "con más respeto" a partir de lo que vivió en Rio Negro, esto es que, al sonido de una alarma, la gente de campo se moviliza en la madrugada a prender las estufas para evitar que la helada afecte a los manzanos y que este tipo de tareas son periódicas.

Sin lugar a dudas, uno respeta lo que conoce.

Es emocionante ver el trabajo en equipo en una fábrica, en un negocio o en una oficina. Allí uno puede apreciar la sincronización del esfuerzo humano, su especialización técnica en la obtención de sus objetivos en horarios preestablecidos.

En el campo el trabajo es muy diferente, tanto el titular de la explotación como el obrero no tienen horarios, frecuentemente no se puede disfrutar de los domingos y feriados, toda vez que si no se siembra cuando hay humedad en el suelo, o no se atiende a la vaca de cría en la parición, o no se ordeña a la vaca de tambo diariamente, no habrá producción y si a la cosecha no se la recoge sin demora cuando está a punto, puede perderse toda por una granizada u otro fenómeno de la naturaleza, la cual sigue siendo, en gran medida, indómita para el hombre.

Más allá de la sofisticación de las comunicaciones, el campo no deja de ser un lugar extenso y casi solitario, lo cual fija una nota distintiva en quien lo trabaja, pero es algo desalentador para las jóvenes generaciones más afectas a las luces de las ciudades.

Además de lo apuntado, hoy el sector rural sufre una gran atomización en lo que hace a sus estructuras tradicionales, motivada entre otras causas por no contar con un ministerio a nivel nacional y no tener desde el gobierno un plan de crecimiento bien proyectado y estructurado.

La inmigración del obrero rural a las periferias de las ciudades es otra consecuencia del desconocimiento de la vida rural, por la que nada se hace. El hombre de campo vivía toda la vida en él, junto a su familia y transmitía sus conocimientos a sus sucesores. Este valor humano notable se está terminando de perder en medio de una vorágine de subcontratistas, mano de obra eventual, etcétera, que si bien pueden tener con la tecnificación una herramienta importante para producir más, no tienen la pasión y el amor por la tierra de quien, con las raíces de toda una vida, está arraigado en ella.

Como ya sostuvimos en otras publicaciones, no debe existir una dicotomía tal como campo versus ciudad o campo versus industria, pero no puede seguir existiendo el desconocimiento sobre la importancia de la actividad rural en la economía de nuestro país. Ya no tiene sentido que desde el Estado se piense en el agro sólo para cobrarle más impuestos directos e indirectos. Se ha llegado al colmo de propiciar la conveniencia de cobrar un nuevo impuesto porque aumentó el precio de tal o cual cereal u oleaginosa.

El campo necesita protección desde el Estado para poder producir más y mejor, y ello sólo se logra con reglas claras, con un plan serio, con medidas concretas. Sin esta base elemental de seguridad jurídica nunca tendremos un país desarrollado.

El campo invirtió en el año 2003 más de 13.000 millones de pesos sólo en la campaña agrícola, a la cual habría que adicionarle lo que permanentemente se invierte en ganadería, horticultura, forestación, etcétera; además brinda 1.600.000 puestos de trabajo y se estima que las exportaciones del sector rondarán los 16.300 millones de dólares.

Bastan estas cifras globales para darse cuenta que toda improvisación que se haga a nivel gubernamental puede generar una catástrofe económica.

No es casualidad que localidades como El Trébol, Las Parejas, Firmat, Monte Maíz, Armstrong, etcétera, estén trabajando a pleno en su sector industrial, produciendo herramientas y maquinarias agrícolas; habiendo alcanzado la comercialización del sector de maquinarias los 535 millones de dólares para el año 2003, cifra ésta que se estima será ampliamente superada en el corriente año.

No es tampoco obra de la casualidad que los mercados inmobiliarios, la industria textil y la metalmecánica, entre otros sectores, se hayan reactivado de manera notable luego de la crisis de diciembre de 2001.

El efecto multiplicador de la reinversión generado desde el sector rural está a la vista, por lo que no debe desperdiciárselo y dejarlo merced a la coyuntura. Todo lo contrario, hay que impulsarlo a punto tal que nuestras industrias exporten maquinaria agrícola como lo hacen en América Estados Unidos y Canadá, países agroindustriales.

Esperamos que desde las grandes ciudades de la República, con cabal conocimiento del real esfuerzo desplegado por el país productivo, las autoridades políticas tomen entonces las medidas necesarias para integrarnos al mundo con nuestra producción en todos sus ramos.

(*) Doctor en derecho y ciencias

sociales y productor agropecuario

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