| miércoles, 03 de marzo de 2004 | Eliminación de símbolos religiosos He leído en La Capital del domingo 29 del corriente pasado una nota que da cuenta de la iniciativa del diputado provincial Alfredo Cecchi, por la que propicia la eliminación de los símbolos religiosos de los organismos oficiales de la provincia. Sin compartir para nada la iniciativa del señor Cecchi, ni menos aún su definición de "mayoría circunstancial" respecto de la religión que profesa nuestro pueblo (tan "circunstancial" como el judaísmo en Israel, el islamismo en Arabia Saudita, o el hinduísmo en India), no puedo menos que felicitar al diputado por su iniciativa. Desconozco los detalles de la labor parlamentaria que Cecchi ha desarrollado (en realidad, desconozco si alguien la conoce), pero lo felicito porque, si ha llegado para él el momento de ocuparse de cruces e imágenes de vírgenes, debe ser porque de su inspirada labor ya habrán surgido iniciativas y proyectos que deben haber contribuido a resolver temas que en el pasado preocuparon mucho al pueblo de la provincia al que representa: desnutrición infantil, deserción escolar, inseguridad, vivienda, evasión fiscal, salud pública, desempleo, corrupción, salarios de docentes, jubilados y empleados de la provincia, inundaciones, sequías, y cuantas calamidades nos aquejaban. Imagino que en estos temas ya ha dejado su impronta de intelectual ocupado y preocupado. El fanatismo religioso (y su imprescindible complemento, el fanatismo antirreligioso) ha dado al mundo en que vivimos dramas tan atroces como la persecución de los cristianos en Roma, las Cruzadas, las masacres de Hugonotes, y más recientemente, el nazismo, la disputa en el Ulster, el eterno conflicto Palestino-Israelí, y hasta los atentados a la embajada de Israel en Buenos Aires, a la Amia, y al World Trade Center. Un pueblo como el nuestro, que nunca ha cobijado en su seno a esos fanatismos, donde conviven apaciblemente argentinos de las más diversas creencias religiosas (o de ninguna, como parece ser Cecchi), está realmente más preocupado porque sus representantes legislen, administren, e impartan justicia con sabiduría, honestidad, equidad y presteza, que en quitarle de la vista algún signo religioso cuando pacientemente concurre a alguna dependencia oficial. No olvidemos que hubo un 19 y 20 de diciembre de 2001, y que el pueblo argentino ya no tolera en sus políticos ni siquiera que se metan el dedo en la nariz. Confío en que el diputado Cecchi, en su personal cruzada antirreligiosa, tenga pensados algunos bonitos nombres para rebautizar (y no se si cabe esta palabra) a una provincia que se llama nada menos que "Santa Fe", a su capital, "Rosario" (nombre de innegables connotaciones marianas), a los innumerables pueblos "San éste" o "Santa aquélla", y si cabe, hasta al mismo club Rosario Central.
Ingeniero Jorge G. Arellano
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