| miércoles, 29 de octubre de 2003 | Reflexiones La democracia desquiciada Víctor Cagnin / La Capital Por imperio de actos y declaraciones oficiales, deliberados y no circunstanciales, vuelve a recuperar valor en estos días aquella frase acuñada por el presidente Néstor Kirchner: "La revolución es construir un país normal". Vuelve un poco también porque vamos a cumplir mañana 20 años de democracia ininterrumpida y esto obliga a observar el camino transitado, traumático, por momentos minado, con pendientes vertiginosas y ascensos de pico y soga. Y esto es hoy imperio de lo hecho, historia que sujeta, contiene y al mismo tiempo enajena.
Precisamente, por normalidad bien puede interpretarse salir en esta provincia del enajenamiento político institucional, de la barbarie administrativa, de la falta de racionalidad en el manejo de la cosa pública. Puede resultar extraño sostener esto en una de las pocas provincias que hizo bien los deberes económicos, como se solía destacar. Pero el paso del tiempo es tan vertiginoso como implacable y no sólo deja secuelas biológicas sino que también opera sobre las formas de acción política, volviendo insensato aquello que en su momento parecía adecuado.
Hay hechos que resultan demasiado arbitrarios, desmedidos, caprichosos, si es que alguno de estos calificativos posee margen de licencia. Ni siquiera se podría justificar en su libertad para hacer por la sumatoria de votos lograda el 7 de septiembre. Se supone que la figura que gobierna hasta diciembre y que representará a la provincia en el Senado de la Nación debería interpretar el momento de cambio, esto es que ya no se toleran el dinero malgastado, la estructura innecesaria o el funcionario incompetente; mucho menos tomar decisiones que en su momento merecieron el rechazo, la movilización ciudadana y un costo político, como ocurrió en el 96 con la idea de llevar los presos a la colonia de Oliveros. Y si se reincide, qué lectura debe hacer de ello el hombre común, sin privilegios, aquel que aún no logró reinsertarse laboralmente o quien espera alguna iniciativa certera que atenúe el alto nivel de inseguridad del que es víctima.
Los nombramientos de jueces comunales con personajes de su entorno familiar o amistoso revisten ya un carácter obsceno, vergonzante y decimonónico. Aquí no se trata de ocupar cargos que pueden resultar vitales para su gestión, se trata simplemente de entregar una pequeña cuota de Poder Judicial amparado en una ley vetusta que lo autoriza para designar a quienquiera, sin concurso de antecedentes. Si se reclama al gobierno central que preste mayor atención a Santa Fe por su significativo aporte al producto bruto interno del país, debería advertirle también al Ejecutivo nacional que no repare en el fuerte atraso intelectual, en la negligencia administrativa o en la incapacidad de muchos funcionarios para resolver cuestiones elementales y de sentido común.
Hace 20 años, cuando se salía de la etapa más aciaga y abyecta de la historia argentina, imaginábamos que la democracia nos devolvería a corto plazo los bienes espirituales y materiales arrebatados por la dictadura. Hoy debemos reconocer que todavía seguimos teniendo el mismo sueño. Con una diferencia singular, vivimos en una región de enormes recursos, con una mediana densidad poblacional, que poseía un bajo nivel de mortalidad infantil y una buena calidad educativa.
Sabíamos entonces que del gobierno de José María Vernet, prohijado por aquel poderoso aparato de la UOM, no podía esperarse demasiado. Hoy sólo se recuerdan de él su elocuencia discursiva, sus rápidos reflejos y su presencia en los actos de reafirmación de la democracia. Del otro costado nunca se hizo balance de gestión y mucho menos se lo investigó. La productividad invencible de Santa Fe y su proyección diluían cualquier intento de revisar lo hecho. El traspaso de mandato era además un objetivo político sublime ante la paranoia que generaban los golpistas. Y así llegó Víctor Reviglio, una voz pausada, acompañada por un gabinete de hombres veloces, astutos y sospechados por la ciudadanía. Llevó muchos años olvidar el nivel de corrupción de esa gestión, que solamente la crisis del 89 y el surgimiento del menemismo, la sanción de la ley de lemas con la anuencia de Usandizaga y la aparición inesperada de Carlos Reutemann, le permitieron a Reviglio su retirada sin ningún reproche jurídico.
De Reutemann a Obeid y de Obeid a Reutemann se fue consumiendo la década del noventa, hegemonizada por la impronta de Carlos Menem y su disputa partidaria con Eduardo Duhalde, al fin y al cabo uno de los pocos hombres que volvieron del infierno. En ese período Santa Fe parecía insinuar una recuperación ética, pero apenas se trató de eso, una primera actuación de Reutemann que sólo fue transparencia sobre iniciativas obvias. Mientras que Obeid le incorporó un toque de peronismo genuino frente a las veleidades neoliberales de la época, un poco antes de que en el Senado de la Nación el último toque de corrupción hiciera detonar la vida institucional argentina.
Claro que la democracia santafesina sigue estando verdaderamente lejos de lo que imaginaron y lucharon tantos políticos comprometidos, de vasta formación intelectual y de férrea moral, que ni la tortura ni la difamación pudieron torcer. Aquellos referentes naturales, ciudadanos normales, simplemente dispuestos a trabajar por sus semejantes, por una distribución equitativa de la riqueza y la igualdad de oportunidades para todos. Eso que debería ser algo de cordura política para mitigar la enajenación enfermiza que genera el poder. Ojalá se produzca.
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