Año CXXXV
 Nº 49.638
Rosario,
lunes  21 de
octubre de 2002
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Territorio Bambino
Veira se hizo notar y Ñuls espera que deje huella

Gustavo Conti / La Capital

Debe ser duro para Héctor Rodolfo Veira volver a convivir con los hirientes insultos que las hinchadas rivales le prodigan recordándole sus historias personales. Sabía él que ocurriría otra vez al aceptar este nuevo desafío en Newell's, tanto como que tendría los anticuerpos necesarios. Uno, la disposición respetuosa, casi sin límites hacia cualquier requerimiento mediático, que genera así empatía y reciprocidad, y que no abandonó ni siquiera en el instante posterior a que Angel Sánchez marcara el final y se consumara un debut indeseado. Otro, el más importante, su contracción al trabajo que en estos primeros días pasó claramente por una de las armas que mejor maneja: la motivación, lo hizo notar en pleno partido. Aunque ayer no haya alcanzado ni para que su nueva hinchada lo reconociera, al menos marcó su territorio en el plantel, imprescindible para hacer de esta fuerte apuesta leprosa un tránsito hacia aguas más calmas.
Domingo de llovizna en la mañana porteña que sabe a tango. Sin testigos casi, el Bambino cumplió con uno de sus ritos: caminar, solo, inmerso en vaya a saber qué pensamientos, desafiando quizás el estigma que lo persigue desde hace años porque sabe que en la tribuna de la calle pocos se animan a recordárselo. Recorrió la decena de cuadras que separaban el lujoso hotel Conte (Pellegrini y Mitre) de su domicilio, adonde fue a buscar el cobijo de un impermeable que luego luciría al llegar al estadio del bosque y hasta el primer tiempo, cuando el diluvio dejo paso a una garúa.
Antes del almuerzo, Veira no tuvo problemas en posar para el fotógrafo de Ovacion, eso sí, acomodándose el pelo antes, como lo hizo luego al pisar el césped de la cancha de Gimnasia. Incluso dio autorización para tomar unas imágenes en el almuerzo pero no se pretendió parecer invasivo. A las 13.15 el micro de la empresa General Urquiza se aprestó a partir hacia la ciudad de las diagonales, pero antes el técnico permitió unas nuevas tomas en su interior. Todo un gesto.
Se lo notó tranquilo entonces, se lo vio igual después cuando la derrota era una realidad. Y tanto al llegar al estadio como al retirarse del mismo, atendió todas las preguntas, como aquellas formuladas dentro del campo de juego con el pitazo final de Sánchez.

Parado y a los gritos
Eso sí, en la cancha fue otro. No se sentó en ningún momento. Ya en el primer minuto, cuando Sánchez paró el partido porque se había desenganchado la red del arco de Passet, llamó a Domizi para darle indicaciones, algo que hizo en buena parte de la tarde. Se agarró la cabeza en las dos situaciones que pudieron ser gol (de Crosa y Goux en contra) con el partido en cero y aplaudió animando a sus muchachos ni bien Salazar marcó el primero. "Vamos, vamos", dijo entonces, y lo repitió tras el segundo. Gritó con ganas, para adentro, el empate de Sacripanti y no hubo reproches, sino todo lo contrario, luego.
"El fútbol es un estado de ánimo y en este momento trabajamos sobre eso en el plantel porque lo encuentro decaído", filosofó para una radio platense antes de que empiece a rodar la primera bola suya en Newell's. "Les dije que no se cayeran, que habían jugado bien", adujo antes de irse del bosque, confirmando por si hacía falta que tiene bien incorporado en su manual de técnico la figura del psicólogo.
Como era previsible, la hinchada del lobo platense se mofó siempre del entrenador, que hizo oídos sordos a la andanada de cánticos. Mientras, la otra tribuna no expresó ni satisfacción ni rechazo. No lo mencionó, como si todavía fuera un ser extraño a ella. Desde ayer, el Bambino Veira busca metérsela en el bolsillo, algo que sabe sólo conseguirá si sus jugadores captan en definitiva de qué trata un mensaje al que 90 minutos no alcanzaron para decodificar.



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