Como tantas otras veces, Fabián Madorrán se convirtió en la vedette del partido. En medio de 90 minutos anodinos y por momentos insoportables, el juez se transformó en el principal protagonista, al sancionar un penal inexistente, dos tiros libres en la puerta del área que lejos estuvieron de ser faltas y un trato bastante dispar a la hora de mostrar las tarjetas. El juez se equivocó, pero para un solo lado.
Transcurrían 39 minutos del primer tiempo y Domizi había marcado el empate un minuto antes. Grech —en una de las pocas que hizo bien— desbordó por izquierda y tiró un centro atrás que capturó el Pájaro en el área grande, intentó maniobrar entre Galván e Iribarren pero éste lo rozó. El Pájaro se tiró a la pileta y Madorrán compró con una rapidez de reflejos que envidiaría cualquier boxeador.
A los 29 del complemento, en la medialuna del área, Sacripanti le cometió un claro foul a Galván, sin embargo el árbitro lo dio al revés. Y Ponzio avisó lo que vendría más tarde.
En el final, cuando el partido se moría, Salomón rechaza con la cabeza y choca con Domizi, que había levantado la pierna para hacer un pase. El juez apareció otra vez en escena y dio un inconcebible foul cerca del área. Ponzio, en su segunda oportunidad, la clavó en un ángulo.
Por estos fallos determinantes, todos para el mismo horizonte, y por la disparidad de criterio con que manejó las amarillas, el de ayer no fue un buen día para Madorrán. Lo patético es que no fue el primero. Y lo más terrible es que seguramente no será el último, porque aunque hoy a los rojinegros no les importe, en un futuro no muy lejano tal vez lo tengan que padecer.