Cuando hoy a las 20, en la cancha de River Plate, estén una vez más frente a frente los seleccionados de Argentina y Brasil, se reeditará uno de los clásicos más convocantes de la historia mundial.
Esta vez, la cita es la decimoquinta fecha de las eliminatorias sudamericanas para el Mundial 2002, que los encuentra en situaciones contrapuestas: Argentina, clasificada ya con cuatro fechas de anticipación, es unánimemente reconocida como una de las principales candidatas -por lo menos- para llevarse el campeonato del mundo en Corea-Japón. Mientras que Brasil, cuarto en las posiciones, está sumergido en una crisis futbolística que hasta ahora amenaza su clasificación a la cita en Oriente.
A estadio lleno -está todo vendido desde el viernes- y con televisión en directo por canal de aire para todo el país, será uno de esos días en que las calles de la Argentina quedarán desiertas, porque la presencia ante los receptores será seguramente irrenunciable.
Argentina perdió un solo partido en sus catorce presentaciones por las eliminatorias y fue, precisamente, cuando hace un año visitó en San Pablo a los tetracampeones. Por su parte, Brasil, que antes de esta clasificación sólo había perdido una vez en eliminatorias -en 1993 frente a Bolivia, en la altura de La Paz-, ahora ya tiene cuatro partidos perdidos y la misma cantidad de técnicos son los que pasaron hasta el momento en la serie eliminatoria: Wanderley Luxemburgo, Carlinhos (interino), Emerson Leao y el actual Luiz Felipe Scolari.
De todos modos, la situación del scratch mejoró ostensiblemente en la fecha anterior, gracias a la victoria por 2 a 0 sobre Paraguay en Porto Alegre y a las derrotas inesperadas que sufrieron Uruguay en Venezuela y Colombia como local ante Perú.
De lo nuestro, lo mejor
El seleccionado argentino que conduce Marcelo Bielsa ha sido hasta ahora una contundente expresión de fútbol, un equipo agresivo, vertical y convincente.
Mientras la afición y el periodismo despuntan el vicio, por no perder la costumbre, debatiendo si debe jugar Hernán Crespo o si debe hacerlo Gabriel Batistuta -otra vez ausente entre los convocados pero que en Corea y Japón no va a faltar- o si los dos juntos o si debe volver el trajinado Claudio Caniggia o si el elegante Fernando Redondo merece que lo llamen de nuevo o si se ganó una oportunidad Juan Román Riquelme, está claro que el seleccionador tiene a sus hombres.
Aunque hoy va a faltar -suspendido- quizá el hombre más importante, Juan Sebastián Verón, el ideólogo de todo el andamiaje ofensivo, pero su lugar lo cubrirá un niño mimado de la crítica, Pablo Aimar.
Por lo demás, el desgarro sufrido a último momento por Juan Pablo Sorín abre un interrogante respecto de si Bielsa ubicará en su lugar a Diego Placente -que no ha sido uno de los convocados habituales- o si retrocederá a Cristián González para darle lugar en la delantera a Claudio López.
En cualquiera de los casos, la formación que ingrese al campo de juego será altamente probada y confiable. Hay un equipo modelado que funciona como tal y que respalda al jugador que ingrese. Hay además, y como recitaban nuestros mayores acerca de los años cuarenta, material humano como para armar cuatro o cinco selecciones argentinas capaces de asumir el compromiso que exige el hincha argentino: jugar bien y ganar.
La concurrencia al Mundial ya es un hecho, con una comodidad y tranquilidad a la que los hinchas argentinos no estaban acostumbrados. Pero queda un objetivo inmediato y un deseo generalizado: vengar la única derrota y, de paso, ponerle una roca más en el camino al enemigo íntimo, Brasil. Argentina va por eso y para demostrar en casa y en las propias narices del rival que por algo es considerada la mejor selección del mundo.