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 sábado, 01 de diciembre de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
—Hablemos sobre momentos importantes en la vida de la persona y meditación.

   —Bueno.

   —Yo creo que hay dos momentos determinantes, entre otros importantes. El primero es cuando la persona se pierde, y el otro cuando acaba de encontrar el camino.

   —Desarrolle más el tema, Candi, pero hágalo de manera clara.

   —Cuando la persona se pierde, a veces sabe dónde está, pero no alcanza a entender que se encuentra en el lugar equivocado y otras veces no sabe dónde está, pero busca el camino que lo lleve adónde quiere ir. Conoce su destino, mas no encuentra el camino. Casi siempre esta búsqueda del sendero correcto demanda no desesperarse, calma y detenerse a meditar. Las preguntas en el medio de la relajación surgen casi espontáneamente, si uno se deja llevar de la mano de la serena reflexión: “Sé adónde deseo llegar, ¿cuál es el camino? Una observación de los pensamientos, palabras y actos de la vida y una consideración sobre ellos, encontrará rápidamente una voz interior sabia, sincera, justa e inequívoca que mostrará enseguida el rumbo a tomar.

   —A veces la confusión es tal que la voz interior no se escucha.

   —Siempre esa voz nos dice algo, y si por determinadas causas la respuesta absoluta no surge, entonces la misma voz advertirá que es hora de un guía. Cuando uno se pierde en una ciudad y han sido vanos los esfuerzos por encontrar la calle sin ayuda, enseguida surge el acto y la pregunta dirigida a un conocedor del lugar: “¿Me puede indicar dónde...?”. En la vida sucede lo mismo.

   —¿Y cuándo se ha encontrado el camino por qué uno debe detenerse a meditar?

   —Porque con frecuencia al comenzar a andar el peregrino lleva a cuestas (como dice un amigo mío) una bolsa cargada. En ocasiones no advierte que lleva tal bolsa y es menester, entonces, detenerse nuevamente y, en calma, formular la pregunta: ¿Cómo deberé andar este camino? ¿Con quién? ¿Con qué? La carga de la bolsa hace la marcha pesada, cansa y hasta incluso hace desistir al caminante quien, mucho antes de la meta, abandona la empresa.

   —¿Qué hay en la bolsa?

   —De todo y pesado. A veces en la bolsa está el enojo por haber estado perdido, la culpa (“qué tonto fui, mirá el tiempo y las cosas que perdí”). Eso no sirve, es un peso que atenta contra la buena marcha. Pero en la bolsa también suelen haber otros lastres que es necesario desterrar. Un buen caminante no se detiene a mirarse a sí mismo, sino que “hace”. Como me dijo el rabino Shlomo Tawil hace unas horas atrás: “Tal vez tu “yo” verdadero no es un sujeto, ni un objeto, más bien un verbo. En otras palabras, tal vez el verdadero “yo” se encuentra no en quién eres, sino en esas cosas que necesitas hacer”. Un buen peregrino sabe cuál es su meta final y camina (“hace”) hacia ella. Un buen caminante se despoja de la bolsa que contiene tantos pesos y que impide la llegada. Un buen caminante abandona el “ego-ísmo”. Lo hace por convicción, pero al hacerlo recibe el empuje amoroso de todas las criaturas que se encuentran en el sendero: las que se ven y las que no se ven.

Candi II

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