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 sábado, 06 de octubre de 2007  
El peligroso rechazo a los partidos

Gustavo Martínez Pandiani / (*) Decano de Comunicación Social de la Universidad de El Salvador

En plena etapa preelectoral, son muchos los dirigentes que se enorgullecen por considerarse a sí mismos candidatos más allá de los partidos. Y, dado que la propia gente celebra la emergencia de estas figuras alejadas de las estructuras históricas, es habitual que los discursos proselitistas estén llenos de críticas hacia la vieja política y, en particular, hacia los perimidos partidos políticos tradicionales.

Resulta innegable que, a partir de la profunda crisis de representación que siguió al fiasco de la Alianza, el sistema político criollo implosionó de un modo dramático e inédito. En rigor, el tan mentado “que se vayan todos” de finales de 2001 provocó que las dos principales escuderías de la Argentina, el PJ y la UCR, se hayan convertido en meras cáscaras vacías.

Sin embargo, lejos de constituir un indicio de saludable renovación dirigencial, el apartidismo militante de algunos postulantes puede significar un ilusorio acercamiento entre clase política y ciudadanía. El pésimo estado de salud que atraviesa el sistema de partidos es una muy mala noticia para la democracia toda.

Es evidente que algunos dirigentes han desarrollado una capacidad de representación mayor a la que poseen sus propios sellos partidarios. Así, por ejemplo, Elisa Carrió es mucho más icónica que el ARI y Mauricio Macri es más convocante que el PRO.

Las organizaciones partidarias tradicionales han ingresado en una espiral de insignificancia colectiva que hace difícil imaginarlas cumpliendo ese vital papel. Pero, resulta aún más difícil vislumbrar una democracia consolidada con partidos políticos que dependan exclusivamente de la voluntad o el capricho de una sola persona.
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