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 domingo, 23 de septiembre de 2007  
Fujimori regresó extraditado a Perú después de siete años de autoexilio
La llegada del ex presidente despertó sentimientos de amor y de odio en la ciudadanía

Lima. — El sueño de prácticamente todo el Perú se cumplió ayer: el extraditado ex presidente Alberto Fujimori está de nuevo en el país que lo vio nacer, seis años y diez meses después de que lo dejara sin decir adiós. Casi todos querían que Fujimori regresara. Los unos, los más, porque soñaban verlo sentado frente a los tribunales, respondiendo por delitos de lesa humanidad y corrupción perpetrados durante su gobierno (1990-2000), y los otros, los menos, porque querían ver de nuevo a su líder, al que consideran injustamente perseguido.

   Cuando el avión que lo trajo extraditado desde Chile aterrizó en la fronteriza ciudad de Tacna, escala en el viaje hacia Lima, un nuevo capítulo comenzó a escribirse en la vida del enigmático hijo de japoneses que hace 18 años dejó el anonimato como profesor para convertirse en uno de los grandes protagonistas de la política peruana de los últimos años.



Sin medias tintas. Fujimori no parece ser visto con neutralidad por nadie en el Perú. La gente habla de él con odio o con amor, nunca con medias tintas. Hay un corte transversal en la sociedad en torno a su nombre. Y él lo sabe. Los que detestan a Fujimori lo hacen porque lo consideran un asesino que abusó de su poder. Porque están seguros de que se robó lo que tuvo a su alcance y montó desde la presidencia un esquema mafioso manejado por el mayor gangster en la historia del país: Vladimiro Montesinos.

   Los que lo quieren lo hacen porque señalan que su gobierno derrotó al terrorismo, controló el desorden económico y creó infraestructura, sin olvidar además el sólido esquema clientelista que montó con los planes de asistencia. “Robó, pero hizo obras”, justifican algunos. Otros ni siquiera creen que robó, sino que lo que se dice de él es invento de sus enemigos.

   Es posible, sin embargo, que en medio de la polarización sí haya quienes, aunque sin reconocerlo públicamente, anhelaban que Fujimori no regresara. El ex presidente tiene capacidad de desestabilización y su presencia no será cómoda para el gobierno, especialmente cuando ya estaba acostumbrado a llevar una estrecha relación con los seguidores del reo más controvertido del Perú. “Los fujimoristas le van a pasar la factura al gobierno aprista por el aval que le han dado. Saben que el gobernante Partido Aprista tiene una enorme influencia sobre el Poder Judicial”, anticipó el ex ministro y analista Fernando Rospigliosi.



Entre dos fuegos. Así, el gobierno del Alan García, un hombre perseguido en su momento por el régimen fujimorista, del que se dice que incluso quiso asesinarlo, queda entre dos fuegos. Cualquier supuesta concesión le será enrostrada como demostración del romance que se le atribuye con el fujimorismo. Cualquier medida que se interprete como de mano dura se verá desde la contraparte como una ruptura. Igual le pasará al Poder Judicial. Cualquier posición que tome será interpretada como parcializada, a favor o en contra.

   Y todo por cuenta de un hombre al que un día, cuando ya tenía 51 años y era un absoluto desconocido, se le ocurrió ser presidente y, contra todo pronóstico, lo logró. ¿Morirá Fujimori en la cárcel? Tiene 69 años y está expuesto a una condena de 30 años por dos masacres, por lo que eso es posible. Pero tampoco se puede descartar que se lo vea de nuevo, ejerciendo su papel de líder carismático. En el Perú cualquier apuesta a futuro resultado demasiado arriesgada.
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Fujimori se apresta a abordar un helicóptero para trasladarse al aeropuerto. El ex mandatario peruano pasó tranquilo sus últimas horas en suelo chileno, donde cumplía arresto domiciliario.

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