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 martes, 20 de febrero de 2007  
Espectáculo español

Andrés Ortega / El País (Madrid)

Las divisiones políticas internas en España están dañando la imagen no ya del Gobierno, sino del país fuera de nuestras fronteras, según hemos podido cotejar en varias reuniones internacionales. Pese a su dinamismo económico, social, cultural y deportivo, España está dando un mal espectáculo. Por varios motivos. El primero es que fuera (y, para muchos, dentro) no se entiende cómo la bomba de ETA en Barajas ha dividido al país en dos, en vez de unirlo. Sin entrar en el detalle de las discutibles modalidades, en la UE y en EEUU se comprende que el Gobierno haya intentado buscar un final negociado de lo que es el último problema de carácter terrorista nacionalista que queda en Europa. Pero no que en vez de unirse el país, se haya dividido.

No se entiende la actitud tan hostil a la negociación que tuvo desde un principio el Partido Popular, un partido que convirtió su derrota electoral en 2004 en un problema nacional, en vez de, comprensiblemente, un problema para el propio partido. Es algo que no pasa en las democracias que nos rodean, ni siquiera con la derrota de Berlusconi en Italia. Esta división parece repetirse con el juicio del 11-M. Pero fuera de España, el PP ha perdido la batalla por la idea de que perdió en las elecciones de 2004 por el ataque terrorista del 11-M, en vez de por la gestión de dicho atentado.

Todo esto daña nuestra imagen y tendrá repercusiones, más allá de que la política exterior ande un poco coja en algunas cosas, pero no en otras como el salto en la política de cooperación. Ahora bien, como comentaba un diplomático español, ¿qué país o gobierno tiene en estos momentos una buena política exterior en un mundo tan complejo? La guerra de Irak ha destruido la base de muchas de estas políticas, incluida la de Estados Unidos; el socavón franco-holandés en la Constitución europea ha hecho el resto. En nuestro entorno (más allá están China e India) sólo se mantiene a flote -ayudada por su doble presidencia del G-8 y del Consejo Europeo- la de Angela Merkel. Para que luego digan que el asunto no ha sido político, Merkel llamó a Zapatero para apoyar desde el principio la Oferta Pública de Adquisición (OPA) de E.ON (empresa eléctrica alemana) sobre Endesa. Y ahí está otro elemento que socava nuestra imagen exterior: la de un país que no es capaz de defender a sus grandes empresas (que no abundan) ni de buscar contrapartidas y alianzas con peso en nuevos campeones europeos, con además, en este caso, intereses directos en América latina. La saga de E.ON y Endesa puede favorecer a los accionistas de una y otra. No a nuestra imagen como país serio. Y menos se comprende el pensamiento, o emoción, en relación con Endesa de "mejor alemanes que catalanes".

En tercer lugar, hay una ambigua apreciación de algunos problemas. Por ejemplo, los europeos debemos saber que en Afganistán está en juego -y ese juego se llama aún guerra- el futuro de aquel país, y el propio futuro de la Otán. En este marco, ha resultado chocante la manera como el ministro de Defensa se declaró dispuesto a enviar más tropas españolas a Afganistán y el presidente del Gobierno le cortó en seco. Fíjense, pues casi ha pasado desapercibido fuera de Italia, con qué buenas maneras los italianos se han retirado de Irak, cumpliendo la promesa con la que Prodi ganó las elecciones. Se han marchado sin armar ruido. Aún nos queda mucho por aprender. Pero España podría ser -lo fue durante bastantes años, al menos desde 1986- el socio fiable en la Europa del Sur.

Algunos extranjeros observan cómo la cuerda se tensa en España, y cómo el Psoe se ha ido a la izquierda en términos políticos (la economía va bien) y el PP a la derecha. Y apuntan, probablemente con razón, pues se fijan en lo que dicen las encuestas más allá de la intención de voto, que quien antes vuelva al centro dominará. Lo que pasa dentro influye en nuestra posición fuera, y lo que ocurre fuera, cada vez más, en lo que pasa dentro.
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