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 domingo, 07 de enero de 2007  
San Juan: travesía de alta montaña

Sebastián Suárez Meccia / La Capital

La Cordillera de Los Andes es uno de los cordones montañosos más largos del mundo, de esto no hay dudas. Cuando se habla de Los Andes en la Argentina por definición se piensa primero en su pico más alto, el Aconcagua, en la provincia de Mendoza; después en Los Andes patagónicos con picos como el volcán Lanín, el Fitz Roy o el Cerro Torre. Sin embargo la Cordillera de Ansilta, en la provincia de San Juan, es un destino de avezados escaladores que año tras año se apasionan con sus cumbres.

Así es que un fotógrafo de La Capital, acompañó una expedición de andinistas rosarinos en el ascenso del Cerro Amarillo —4.600 metros sobre el nivel del mar (msnm)—.



Un pueblito en la montaña

 Barreal, (1.700 msnm) a 1.000 kilómetros de Rosario, es la localidad en la base de los Ansilta, un pequeño pueblito pintoresco y bello con casas en su mayoría de ladrillo y adobe, y calles de tierra con inmensas fugas de perspectivas de álamos de copa y sauces con ramas que lloran hasta el suelo.

La gente con la clásica amabilidad de quienes viven en pleno contacto con la naturaleza y con tiempo, se reparte entre quienes se dedican al cultivo del ajo y las plantas aromáticas.

Cuenta Eduardo, un lugareño, que en otros tiempos llegaron a ser los principales productores de menta del país, tenían una refinería que elaboraba el extracto con el que luego se saborizada los caramelos y licores, las pastas dentales y muchos otros productos.



Los Andes a la vista

Desde la orilla del pueblo, detrás de los cultivos, se ve la Cordillera de los Andes imponente.

Los escaladores comentaban con asombro que allí estaba la mejor vista franca del Aconcagua. Los expedicionarios hicieron base en una cabaña alquilada a Renzo Herrera, un veterano conocedor de los cerros, como él llama a la cordillera.

El hombre dedicó su vida a recolectar, en sus viajes por los Ansilta buscando pasturas para el ganado, objetos de los indígenas y de las tropas del general San Martín en su paso por los Andes rumbo a Chile. Hoy tiene en el interior de su antigua casa varias salas dedicadas al museo donde exhibe piezas tan raras como interesantes.



Comienza la travesía

Por la tarde el grupo hizo un acercamiento en un vehículo 4x4 hasta el puesto (2.200 msnm) donde los arrieros Kito y Pancho buscaron en los cerros cercanos las mulas y los caballos que utilizarían al día siguiente para llevar los petates (bultos) con las provisiones y los equipos hasta el lugar donde se emplazaría el campamento base.

El fogón se encendió, los mates corrieron en una charla agradable, en una noche fresca, con una luna redonda y plateada que se colaba entre las ramas de los sauces. La Cordillera dormía mientras el grupo hacía su segunda noche de aclimatación en la altura al amparo de las estrellas.

Por la mañana muy temprano, mientras los baqueanos herraban las mulas, los andinistas preparaban concienzudamente los equipos. Mochila al hombro y bastones de trekking en mano, comenzaron en un día soleado el primer tramo de la caminata.

Siempre junto al arroyo Las Pampas, con una vegetación que si bien no era muy alta era extremadamente verde y poblada de una variedad impensable de flores con aromas deliciosos, algo raro en esa altura.

Luego de ocho horas de andar por los cerros, los rosarinos decidieron establecer un campamento intermedio a los 3.100 msnm en una vega junto al arroyo. Maxi González, un tallerista y el único que había caminado la Cordillera sanjuanina, era nuestro guia y el encargado de hacer una pirca para proteger el fogón. Gaby Vázquez, un comerciante amante de la montaña y erudito en equipos, armó una carpa de alta montaña donde dormirían los cinco integrantes de la expedición.

Con abundante leña y agua Gustavo Brack, consultor de empresas, se dispuso a preparar la cena. El grupo había visto una cueva a 500 metros con una una fogata.

Los hombres se pusieron contentos porque esto les indicaba que no estaban perdidos, ni habían errado el camino, y mucho menos que habían elegido un lugar peligroso para el campamento. Eran los arrieros.



Armar la carpa

Al otro día encontraron en el lugar convenido los petates dejados por los arrieros y el grupo decidió armar la carpa, por cuestiones de nivelación de terreno, en un glaciar que baja de la cumbre. Increíble pero a 3.600 msnm consiguieron leña para un pequeño fogón nocturno.

Es fundamental la dieta y la hidratación en altura pues el desgaste energético y el peligro de deshidratación están latentes aún sin hacer demasiado esfuerzo. Cada persona tiene que ingerir un promedio de un litro de líquido por cada 1.000 metros de ascenso.

Impacientes, los escaladores se acostaron temprano a descansar, pues al día siguiente intentarían hacer cumbre. Ellos sabían que hasta ahora ese momento habían tenido un clima inmejorable, pero en esa altura la meteorología es muy inestable.



Atacar la cumbre

A la mañana siguiente prepararon sus mochilas de ataque: un litro de agua con glucosa por persona, frutas secas, una parca, guantes de abrigo, pasamontañas, protector solar y lentes oscuros. Mientras tanto, tomaron un desayuno rico en calorías y todo el líquido que pudieron, y mientras ponían a punto sus bastones decidieron no calzarse las botas dobles y usar las de trekking.

Abriendo ruta por la quebrada donde nace el arroyo Las Pampas subieron en travesía con una pendiente de 50º por un acarreo grueso sumamente movedizo, hasta llegar a unos planchones de hielo inestable pero que afirmaban las lajas, y así la ruta, que ya tenia una pendiente de 60º, los condujo hasta los 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Por un portezuelo accedieron a un filo en sentido sur norte que les permitió atacar la cumbre por la cara sudeste. A las 15.55 llegaron a 4.600 msnm.

Descansaron luego de los abrazos y apretones de mano sin guantes ya que “así se saludan los andinistas cuando hacen cumbre”, dijo exultante Edgardo Clemente de Mountaingroup con una inmensa sonrisa.



El descenso

Por la cara norte con un acarreo de lajas grueso sumamente movedizo y con avalancha permanente, los más osados bajaron a toda velocidad esquiando sobre sus botas. Los mas prudentes eligieron hacerlo por los senderos de guanacos.

En la cumbre uno de los escaladores sufrió levemente el mal de altura, esto se atendió simplemente descendiendo e ingiriendo paracetamol. A media mañana se desarmó el campamento y casi sin pensarlo, a las 10 de la noche iluminados por una luna increíble, todos los andinistas llegaron caminando al puesto.

A la mañana siguiente en el desayuno solo había caras de felicidad entre bromas y comentarios de hombres que tenían la certeza interior de haber

formado un grupo que logro una convivencia que excedía la meta deportiva.



Dificultades

A diferencia de los ascensos tradicionales éste carece de asistencia alguna. No hay guardaparques, no hay carteles ni caminos marcados, no hay prestadores de servicios, no hay señal de celulares y por supuesto no hay helicópteros de rescate.

Para acceder hay que ir a las oficinas de José Ossa en San Juan, el dueño del campo al pie del cerro y pagarle la cifra que él crea conveniente en ese momento, además de estar obligados a contratar sus arrieros, quienes para sorpresa de los expedicionarios no bajarían los bultos por orden de Ossa. Los rosarinos tuvieron así que contratarlos “por otra vía” para recuperar los equipos, lo que se llama una verdadera actitud de patrón de estanc
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En la cumbre del cerro Amarillo los avezados andinistas contemplan el paisaje satisfechos por haber cumplido uno de los objetivos propuestos.



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