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 domingo, 21 de mayo de 2006  
[corresponsal]
Libros y rosas
Una leyenda medieval y el homenaje a tres escritores se asocian en un día de fiesta en Barcelona

María Laura Frucella

El veintitrés de abril de cada año, las calles de Barcelona se pueblan de vendedoras de rosas y puestos de libros, especialmente la Rambla de Cataluña: es Sant Jordi, patrono de la región. La tradición manda regalar ambas cosas a personas allegadas, o bien, en versión más rancia, entregar una rosa a la dama, quien dará un libro al caballero.

Jorge o Jordi es el nombre de un guerrero romano, nacido en Capadocia en el siglo III, que se convirtió al cristianismo y por ello debió afrontar terribles martirios. Esta historia se mezcla con una leyenda de la Edad Media que narra las desgracias de un pueblo acosado por un fiero y maloliente dragón que moraba en un extenso lago en las afueras de la ciudad. El dragón era alimentado con corderos proporcionados por los mismos aldeanos para que no se acercase al pueblo, pero un día los corderos se agotaron y decidieron darle seres humanos como alimento. El infortunio tocó la puerta del Rey, cuya hija resultó designada por el azar para el sacrificio, pero en el minuto final Sant Jordi mató al dragón y salvó a la princesa. De allí lo de la rosa: el gesto temerario del valiente joven se interpreta como señal de amor y altruismo -obviemos el detalle de las tantas muchachas sin abolengo que murieron antes engullidas por el dragón.

Lo del libro es otro asunto: se trata del aniversario de la muerte de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. En 1995, la Generalitat de Cataluña instó a la Unesco a que declarase esta fecha como Día Mundial del Libro. Actualmente se celebra en más de ochenta países, aunque seguramente en ninguno como en Cataluña, donde la gente festeja entregándose masivamente a la compra de rosas y libros, como tal vez no lo hagan en ninguna otra oportunidad.

A quién podría no simpatizarle esta costumbre. Los castigados libreros hacen su agosto ese día, en el que recaudan alrededor del diez por ciento de su venta anual, los floristas colocan cerca de cinco millones de rosas, los restaurantes y bares trabajan a tope y los pasteleros no dejan de inventar maneras de subirse al carro -pan de Sant Jordi, pastel de Sant Jordi o lo que sea, con una rosa arriba y una banderita amarilla y roja.

Y además, cómo no ilusionarse, un domingo brillante de primavera con tanta gente, flor y libro, todo ventajas: la cultura y el amor de la mano, y las manos de los escritores firmando sus obras en las casetas o las librerías excepcionalmente abiertas. Pero Sant Jordi tiene sus princesas, ya se imagina uno cuáles serán las salvadas: este año eligió a un conductor de TV que publica sus monólogos -no verdaderamente suyos, según él mismo confiesa con honestidad-, un ex directivo del Barça devenido escritor de entretelones y desavenencias internas del famoso equipo de fútbol, y un abogado estrenado para la ocasión en el arte de las "novelas históricas" sobre catedrales, Inquisición y otras golosinas de moda. La gente hizo horas de cola para que estos célebres personajes estamparan su firma entre las primeras hojas del libro, y al día siguiente todos hablaban de ellos como los triunfadores de la jornada: los que más vendieron.

Al caer la noche, todo fue prolijamente recogido. Algún que otro pétalo rojo quedó errante entre las baldosas de las veredas, nada más, y sin embargo podría decirse que algo no olía del todo bien. Tal vez, finalmente, el pestilente dragón se haya devorado a Sant Jordi.
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