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 domingo, 21 de mayo de 2006  
Editorial
El arte, para todos los rosarinos

La urbe está creciendo y no sólo en los rubros materiales. Los “megacuadros” que engalanan las medianeras de edificios céntricos constituyen una muestra de singular audacia en el terreno estético que merece ser apreciada por la gente, en tanto incorpora en el paisaje cotidiano el talento plástico nativo de la ciudad.

Que la ciudad está cambiando para bien es un hecho que ni siquiera los más pesimistas se animan ya a discutir. Y las positivas modificaciones no sólo se vinculan de manera directa con lo que señalan los parámetros de la economía, sino con la creciente conciencia por parte de sus habitantes de que la urbe donde residen posee identidad y carácter propios. No se trata de un hecho menor; en realidad acaso sea más importante que los rasgos puramente materiales del crecimiento rosarino. Y para que se haya producido, no sólo inciden el talento y el tesón de las individualidades, sino también las políticas implementadas por el Estado.

Entre los múltiples proyectos que han contribuido a reforzar la notoria vitalidad cultural de la ciudad en estos últimos tiempos debe anotarse la audaz iniciativa plástica de decorar medianeras de edificios de pisos con gigantescas reproducciones de obras de pintores locales. Y la palabra "locales" se utiliza en este texto sin ninguno de los matices peyorativos o concesivos con que habitualmente se la emplea: "locales" significa nacidos en Rosario, pero poseedores de trascendencia nacional y mundial.

No de otra manera corresponde referirse a creadores de la trascendencia de Antonio Berni, Leónidas Gambartes y Julio Vanzo, muestras de cuyo particular universo pueden ser disfrutadas desde hace poco por los caminantes de Rosario con sólo levantar la mirada y contemplar el paisaje.

Se trata, tal cual lo sugiere el municipio, de un auténtico museo al aire libre. Las mismas obras que hasta hoy permanecían enclaustradas en una institución o engalanando los muros de la residencia de algún afortunado coleccionista particular ahora son admiradas por todos. Su presencia dentro de la habitualmente trajinada fisonomía de la urbe resulta, en cierto modo, extraña; pero dicha extrañeza se relaciona con sensaciones enteramente valiosas, emanadas de la sensibilidad y la belleza que exudan las imágenes.

Rosario, hija del espíritu práctico y la capacidad de trabajo, tenía una deuda con el espíritu. Pero la progresiva madurez que ha ido adquiriendo y que le ha permitido remontar con éxito la pronunciada cuesta de la crisis la está llevando hacia un nuevo cenit, del cual forman parte destacada sus creadores. Los enormes murales que embellecen la ciudad constituyen una feliz democratización del talento de sus pintores. Ojalá la gente, destinatario final del esfuerzo, sepa valorarlo y cuidarlo.


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