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 domingo, 21 de mayo de 2006  
Panorama político
La marcha de los pingüinos

Mauricio Maronna / La Capital

La Plaza del Sí mostrará una foto que se convertirá en espejo de lo que el presidente construyó.

Peronistas metamorfoseados que fueron menemistas en los 90, duhaldistas hasta hace muy poco y hoy kirchneristas sin complejos de inferioridad; organizaciones piqueteras de distinto signo que dejaron la calle salvo para reaparecer cuando las necesidades del gobierno así lo requieran; sindicalistas gordos y livianos; agrupaciones de derechos humanos y extrapartidarios que el medio mundo del poder ha pescado con fruición.

El gran interrogante es cuántos ciudadanos independientes irán por las suyas a suscribir esta nueva alianza en un escenario público al que hasta ahora (y desde hace muchísimo tiempo) los gobernantes le han temido como al diablo.

Antes de que el Mundial se devore la atención de la sociedad en la política (ya de por sí bastante esmerilada), Néstor Kirchner hará su demostración de fuerza más contundente de cara a la reelección o a la sucesión de Cristina Fernández en el 2007. La larga marcha de los pingüinos comienza el jueves su derrotero hacia la perpetuidad.

El llamado del viernes a socialistas y radicales no tendrá la respuesta que los mentores de la transversalidad soñaron hasta hace muy poco. Con una aclaración: si bien las cúpulas partidarias de la UCR y el PS han decido apostar a su supervivencia bajando línea a numerosos intendentes, presidentes de comuna y legisladores para que no concurran, éstos se morderán los labios por no poder compartir ese baño de esperanza que les genera la actual administración.

¿O acaso el acto de Gualeguaychú, espolvoreado por una difusa causa ambientalista, no tuvo un tinte electoralista que puso en escena la palabra "concertación", anzuelo que encarnó en el intendente Miguel Lifschitz y en el gobernador Julio Cobos, los dos grandes peces extrajusticialistas que abrigaron nuevas esperanzas en los mentores de la cruzada "antipejotista"?

La Plaza del Sí es el único episodio que, hoy por hoy, genera adrenalina entre los habitantes de Balcarce 50, y el mojón que concentra todas las miradas mediáticas. Si Kirchner tuvo su plebiscito en los comicios legislativos del 2005, el 25 de mayo próximo tendrá su "baño de pueblo", tal vez hablando desde el balcón, tal vez mezclándose entre la gente.

Quienes tienen acceso a los arrabales del despacho presidencial cuentan que la postal más recurrente es la que muestra a los funcionarios consumiendo baterías de celular para auscultar a gobernadores, intendentes del conurbano y "dirigentes sociales" sobre la cantidad de micros que se estacionarán en las cercanías de la Plaza de Mayo.

"Si hay cien mil personas estará bien, si hay más será espectacular", resume la task force encargada de organizar la parada.

Ver compartir un mismo espacio a Hebe de Bonafini, Estela Carlotto, Luis Barrionuevo, el Canca Gullo, Hugo Curto, Luis D'Elía, Eduardo Fellner y Angel Maza (entre tantos otros) significará toda una novedad, pero mostrará una vez más la extraordinaria capacidad del peronismo para metamorfosearse y ponerse al frente de cada cambio de época.

A la oposición no le queda otra que mirarlo por TV, como ha seguido casi todo este abrumador proceso de construcción política.

Mientras el aluvión K no deja títere con cabeza, en la izquierda, centro y derecha sobrevuelan los personalismos, la ausencia de alternativas y lo que comienza a transformarse en resignación pura: las candidaturas testimoniales para cuando llegue el turno de las presidenciales.

Lo dice Elisa Carrió cuando habla de no hacer alianzas de cara al 2007, lo representó Mauricio Macri, cómodamente instalado en Israel gritando un gol de Martín Palermo el día en que el Congreso convertía en flor de otoño a María del Carmen Alarcón.

La gran noticia para quienes se ubican decididamente en la vereda de enfrente de la Rosada fue la aparición de Roberto Lavagna, quien dejó algunos señuelos sobre una postulación presidencial. El ex ministro de Economía, pese a los deseos imaginarios de algunos sectores, intenta sembrar una semilla que puede convertirse en fruto recién en el largo plazo.

"La sociedad tiene que decidir si quiere más o menos estatismo, más o menos economía libre, más o menos relación con el mundo desarrollado, más o menos tecnología, más o menos instituciones y reglas claras", sermoneó el habitualmente parco Lavagna.

Para su frustración momentánea, debe decirse que, aquí y ahora, la mayoría de la sociedad (fundamentalmente la clase media) parece no descargar energía en esos dilemas. Prefiere el más o menos de la realidad, respalda sin amor pero con firmeza a Kirchner y deja esas opciones para cuando los bolsillos empiecen a quedar vacíos. Una costumbre argentina.

El episodio Alarcón demostró (por si alguien abrigaba dudas) cómo funciona la centralidad kirchnerista. En esta batalla, Carlos Reutemann tuvo que poner en práctica algo que decía irónicamente en palabras: "Soy un soldado de Kirchner".

El mismo día en que Alarcón fue despedida de la Cámara de Diputados, el Lole fue convocado a la Casa de Gobierno. Más allá de lo que hablaron en la intimidad, una exclusiva cuestión interesó al presidente: que Reutemann se despegue públicamente ante los medios porteños de su ex directora de Ceremonial.

No bastó que haya sobreactuado al sostener, antes del vendaval, que hacía dos años que no veía a la legisladora ni que luego tuviera que aclarar que, en realidad, estuvo solamente quince minutos con ella y otros dirigentes, que lo fueron a saludar por su cumpleaños.

Un día después de su paso por Balcarce 50, el ilustrador Hermenegildo Sábat se encargó de ridiculizarlo, en Clarín, como nadie lo había hecho antes, formateando una caricatura que lo mostraba rendido y humillado ante Kirchner. Un trago tan difícil de digerir como los abucheos que le destinaron los productores agropecuarios en San Justo.

El domingo 15 de abril se escribió en esta columna que Reutemann (permanente objeto de culto de los hombres de campo, que siempre lo reconocieron como un par) estaba encorsetado por las políticas del gobierno nacional hacia el agro. No está de más recordar que cuando Eduardo Duhalde impuso subas a las retenciones en el 2002, el hombre de Llambi Campbell sacó de su sillón de secretario de Agricultura a Miguel Paulón.

La situación (aunque el santafesino hable del impuesto al campo como una medida de coyuntura) lo molesta, al punto de victimizarse y criticar a quienes hoy levantan el dedo acusatorio sobre su persona, recordándoles aquellos episodios de hace casi cuatro años.

Hábilmente, Hermes Binner puso en marcha su cosechadora y, tras abstenerse en la votación que desplazó a Alarcón de la comisión de Agricultura, se prepara para abroquelar a los diputados nacionales por Santa Fe en defensa de los productores.

El bloqueo a las exportaciones, las retenciones y la decisión de marcarles la cancha a los ganaderos impacta como un misil en Santa Fe, la provincia que más aporta y contribuye en el rubro para el impactante crecimiento macroeconómico nacional.

Pese a las paradojas y los cambios de roles, Kirchner sabe (se lo muestran todas las encuestas que pasan por sus manos) que sin Reutemann en el terreno electoral el justicialismo corre severos riesgos de perder el invicto. La pregunta que habría que formularse es: ¿le importa?

La resolución a ese enigma vendrá de la mano del tiempo, de la reconstitución de los tejidos del peronismo santafesino, de la elaboración del duelo por la caída de la ley de lemas y, fundamentalmente, de la aparición de savia nueva que apuntale al "gran elector" o a quien se ponga la camiseta de candidato a gobernador.

En el mientras tanto, todo seguirá girando alrededor de una canción pop de Babasónicos, cuya letra reproduce mejor que mil palabras el estado de las cosas en determinada clase dirigente que luce un poquito espantada y se muerde los labios antes de criticar determinadas políticas del poder central: "Tengo que aprender a fingir más y a no mostrar lo que siento".

Están disimulando lo que en verdad piensan, mientras los pingüinos marchan hacia la reelección.


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Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Roberto Lavagna.

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