Año CXXXVII Nº 49093
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
El Mundo
La Región
Opinión
Escenario
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Autos


suplementos
ediciones anteriores
Salud 26/04
Página Solidaria 26/04
Turismo 23/04
Mujer 23/04
Economía 23/04
Señales 23/04
Educación 22/04
Estilo 18/03

contacto

servicios
Institucional

 jueves, 27 de abril de 2006  
Editorial
El olvidado genocidio armenio

Muchas veces la historia no registra el pasado con ecuanimidad. El bárbaro crimen masivo sufrido por los armenios a manos de los turcos a principios del siglo pasado —un millón y medio de muertos— constituye un nítido antecedente de la barbarie nazi. La humanidad debe conocer mejor lo ocurrido, que se evocó en Rosario el pasado 23 de abril. Sólo la memoria viva puede impedir la repetición de las tragedias.

La crónica histórica no sólo se alimenta de la memoria, sino también de las omisiones y olvidos. Sobre tales agujeros negros —símbolos precisos de lo que no debe ocurrir— suele edificarse el peligro de la repetición de actos trágicos. El millón y medio de muertos que dejó como saldo la brutal masacre del pueblo armenio perpetrada por los turcos durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial es un caso que reviste tales características: cruel en grado extremo, dista de ser conocida y recordada en la medida que merece. En un acto realizado en el Parque de las Colectividades de esta ciudad el pasado sábado 23 de abril —en esa fecha del año 1915 comenzaron los asesinatos masivos— se evocó el doloroso acontecimiento y se reclamó, con todo derecho, que el mundo entero lo reconozca y recuerde como corresponde.

   Porque lo que ocurrió no ha sido difundido del modo que se debiera. Su enorme gravedad, sin embargo, justifica que se lo compare con el Holocausto judío a manos de los nazis y también tiene parentesco con lo acaecido en la Argentina durante la última dictadura militar. Las siniestras características de los tres casos dejan expuesto un rasgo común: el aspecto burocrático del crimen, su organización planificada y fría por parte de un Estado exterminador.

   El relato del largo y dramático periplo que realizó a través del desierto una multitud de armenios católicos integrada mayoritariamente por ancianos, mujeres y niños —casi todos los hombres habían sido ejecutados con antelación— resulta difícil de leer sin experimentar una sensación idéntica a la que se tiene cuando se repasa lo acontecido en Auschwitz, Treblinka o la Esma. Las imágenes de mujeres esqueléticas con sus niños en brazos también evocan las del horroroso campo de concentración alemán.

   Por cuestiones que resultaría largo enumerar en este espacio —pero relacionadas básicamente con una oscura injusticia— la difusión que se ha hecho del primer genocidio del siglo veinte es escasa. El monolito que desde 2005 se halla emplazado en Dorrego y el río, en Rosario, cumple la función de recordatorio de la tragedia para la ciudad, donde la colectividad armenia nuclea aproximadamente a tres centenares de personas, muchas de ellas descendientes de quienes sobrevivieron al espanto.

   Recordar la destrucción sufrida por todo un pueblo, dueño de una rica cultura, constituye un deber moral de la humanidad. Sólo la memoria es capaz de garantizar que las tragedias históricas no se repitan.


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados