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 domingo, 20 de noviembre de 2005  
Tema del domingo
Crecimiento, inflación y la pelea de Kirchner con la Iglesia

El anuncio lo realizó en persona el presidente Néstor Kirchner: la economía argentina creció el nueve por ciento en nueve meses y la producción industrial, un 9,5 %. Ambos porcentajes superan incluso los pronósticos más optimistas, y reflejan los avances de un país que ha escapado definitivamente del pozo de la crisis y busca con decisión un futuro que ya no se asemeje al duro pasado. ¿Por qué, entonces, si se abandona el territorio de las cifras abstractas, el ámbito de las estadísticas y los porcentajes, y se contempla la realidad —cómo está la gente, sobre todo aquellos que menos tienen—, dista de percibirse una correspondencia estricta entre un territorio y otro? En la respuesta a esa pregunta radica gran parte del dilema de la Argentina contemporánea. Y acaso haya tres ejes cruciales para comenzar a contestarla: auge de la inflación, inequidad distributiva y deterioro de la cultura del trabajo.

   El duro cruce entre la Iglesia y el gobierno expresa con nitidez el nudo del disenso: mientras el jefe del Estado, no sin razón, alude al notable crecimiento experimentado y arroja sólidos números sobre la mesa, los obispos describieron en un crudo documento el desamparo que padece parte importante de la población nacional. ¿Podrá ser que los dos hablen desde la verdad? Puede ser y, para nada paradójicamente, así es, sólo que ambos enfocan la mirada sobre puntos diferentes del paisaje.

   A fines de 2001, con la caída

—tras larga agonía— del modelo de convertibilidad erróneamente sostenido durante tanto tiempo, un auténtico desastre social golpeó a la Argentina, imposible de revertir en el corto y aun mediano plazos a menos que se piense en recursos extraordinarios que por ahora no se vislumbran. Para describir la magnitud del drama basta recordar que la mitad de la población del país quedó sepultada bajo la línea de pobreza. En ese marco, la recuperación experimentada hasta el presente resulta notable: descenso de la indigencia de un 27 a un 12,6%; del desempleo del 24 al 10,3 %; de la pobreza del 57 al 38 %. Pero no alcanza para paliar los efectos de la catástrofe sufrida: el derrame es lento y además ha reaparecido uno de los fantasmas económicos más temidos y que suele asomar su cabeza cuando los ciclos positivos comienzan a dar señales de madurez: la inflación.

   El monstruo de los aumentos golpea donde más duele —el precio de los productos que integran la canasta básica— y neutraliza de ese modo muchos de los innegables progresos obtenidos. El gobierno, pese a los intentos, no da en la tecla para frenarlos: acaso se trate del principal rubro en el debe de la exitosa gestión de Roberto Lavagna. El incremento de la carne es uno de los que más preocupan y el aumento de las retenciones a la exportación intenta defender el castigado mercado interno.

   Mientras tanto, duele que en muchos habitantes del país el hábito del trabajo haya sido sustituido por la costumbre de la dádiva. Por cierto que no es su responsabilidad: para paliar la emergencia social, los subsidios se presentaron como el único camino. Lamentablemente de tal manera no se contribuyó a reconstruir la cultura del trabajo y del ahorro, esa misma que —de la mano de la inmigración europea— posibilitó el engrandecimiento de la Argentina. El gobierno es consciente de la trampa que le tiende la situación actual y planea el pronto reemplazo de los Planes Jefes y Jefas de Hogar por un seguro de desempleo con vencimiento. De tal manera, no sólo se combatiría el extendido clientelismo sino que se estimularía el retorno de los beneficiarios de subsidios al mercado laboral.

   El choque dialéctico entre el jefe del Estado y la curia incluyó elementos ajenos a la crucial cuestión económico-social: el debate sobre el rol de la Iglesia durante la última dictadura es necesario pero en este momento sólo enturbia las aguas y crea ruido en la línea. La recuperación nacional debe ser una tarea común y lo más oportuno sería separar la paja del trigo: corresponde buscar consensos a fin de generar la base política más sólida que se pueda. La ciudadanía ya expresó mediante el voto su acuerdo con el rumbo asumido. Mantenerlo y profundizarlo es el próximo desafío: para resolverlo con éxito, no conviene exponer la nave a las tormentas que no se encuentren en el camino.


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