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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Un resort con vista al paraíso

Cuando usted quiera conocer el paraíso, no lo dude, vaya a Ponta Dos Ganchos. Esto, que podría ser un cualunque jingle publicitario, en esta oportunidad obedece a la más estricta realidad. Ubicado en el pequeño pueblito de Gobernador Celso Ramos, este resort es algo para no perderse.

El uruguayo visionario que creó Ponta Dos Ganchos, Nicolás Peluffo, tuvo una intención concreta: poner en este hotel lo que le faltaba a todos los grandes hoteles que había conocido. Y eso se sintetiza a confort, atención ejemplar, un paisaje privilegiado y la abolición del régimen horario. O sea, se puede desayunar a las 4 de la tarde, almorzar a las 8 de la mañana y cenar a las 3 de la madrugada, y nadie dice nada.

El resort, con valores que van de 445 a 865 dólares por día -toda una ganga- es un complejo de 20 bungalows para 44 personas. Las unidades son para parejas, excepto dos que son para cuatro personas, y no se permiten menores de 18 años. Está considerado como el mejor resort de playa de Brasil y las revistas especializadas de turismo lo posicionan como uno de los cincuenta hoteles más románticos del mundo. Tiene 65 empleados para atender a las 44 personas alojadas, o sea, más de un empleado para cada uno. Y se nota. El que se va a la playa y vuelve 15 minutos más tarde encontrará su habitación ordenada por el personal de servicio. ¿Cómo se enteraron que uno salió 15 minutos? Muy simple, alguien lo divisó, lo comunicó por handy y listo. Las habitaciones tienen TV con pantalla plana de 29 pulgadas, DVD, jacuzzi en el balcón y sauna en el baño. Todos los bungalows dan al mar, cosa que uno se levante y el paisaje te coma la vista. El que quiera ver el DVD en pantalla gigante, tiene un pequeño cine, con cómodas butacas, donde podrá ver el filme deseado. También hay pileta climatizada, sala de juegos, minibar, restaurante, cancha de tenis y tutti gli fiocchi. ¿El paisaje? Ah, bueno.

La playa privada es de unos cincuenta metros, nada más, ni nada menos. Es una zona de aguas mansas, donde se forma un banquito típico que configura una pequeña pileta, pero es mar. Hay un puentecito para trasladar a una islita más exclusiva, y a donde cada noche cena una pareja en la más absoluta intimidad, con velas para la ocasión y un mozo que cruzará el puente cuantas veces sea necesario para proporcionar los más sabrosos manjares y las mejores infusiones. Casi como un remanso caribeño, pero en Celso Ramos.
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