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 domingo, 06 de noviembre de 2005  
Florianópolis: La isla en viaje de lujo
Es uno de los destinos más cercanos de playa, ubicado al sur de Brasil. Un deleite para gasoleros y amantes del buen vivir

Pedro Squillaci / La Capital

Viajar a Brasil es tan excitante como osado. En principio, quien se precie a trasladarse a las tierras de Pelé (vaya cita obvia) deberá munirse de unos cuantos reales, previo cambio al dólar, después a euro, y antes de pasar al yen, ahí sí cambiar a la moneda brasileña. Después de esta travesía, y de comprar vestuario florido y liviano, la cosa es partir hacia allá, con lo que esto significa. Aunque no hace falta vacunarse por plagas que invaden las zonas selváticas, sí hay que estar listo para tomarse un tiempito largo, lo que se dice largo de verdad, para llegar a destino. El caso que me toca es Florianópolis, una isla del estado de Santa Catarina, o sea, el sur de Brasil, lo más cerca que les queda a los argentinos. Belleza pura en verdeamarelho.

Lo recomendable es partir tipo 3 de la mañana, tranquilo, esa hora en la que uno está tan lúcido como para recitar de memoria el Teorema de Pitágoras casi sin error alguno. Después de cargar el autito con todas las cosas de los chicos, de la mujer amada (¿por qué no llamarla Pétalo?), y otras yerbas, preferentemente Taragüí, que allá no se consigue, hay que salir nomás. Es muy sencillo, bah. Son 24 horas de viaje, previo cruce de frontera, con papeleo incluido, que lleva dos horas más, y ya está. Conviene hacer noche en algún hotel brasileño y después, a la mañana siguiente, a viajar de nuevo otras seis horas más. Después sí, se llega a Florianópolis. Y es como abrirle la puerta a una postal (otro lugar común, pero qué efectivo, caramba).

Ahora si se va con un Fampress es otra cosa. Y no me refiero al tema familiar, ya que no hay nada mejor que viajar con la gente que uno quiere, pero la diferencia está en las condiciones en las cuales se viaja y a los lugares donde se aloja a los invitados. Los Fampress son los viajes para la prensa que organiza el Comité Visite Brasil y la Embajada del Brasil con apoyo del sector privado brasileño (hotelería, restaurantes, etc.) y de órganos oficiales de turismo de municipios y Estados brasileños. Para el caso, la pata argentina era Juliá Tours y la del vecino país Magia Tours, para variar, a cargo de un porteño, boquense y casi un personaje de historieta.

En este contexto se plantea otro escenario. El viaje es con desconocidos, por menos días, y todos van a laburar. O sea, hay que tomar nota para lo que usted, señora, señor, está leyendo en este momento. Entonces, ese flash del padre jugando con sus hijos, haciendo castillos de arena, y tomando mate con su mujer mientras ella le pasa cremita en la espalda, se transforma en recorrer 8 playas en una mañana, a razón de 15 minutos cada una, que te bajen data de su geografía y particularidades en un plumazo, y lo peor: que uno tenga que ir con el cuadernito y la birome Bic a tomar nota, en pantalones largos, y a la orilla del mar, sin poder meterse. Es casi como una tortura de la era mesozoica (¿había torturas en esa época?).

Pero el viaje que le tocó a quien escribe estas líneas (un formalismo de la época citada dos líneas más arriba), decía, el viaje a Florianópolis que me tocó en suerte fue una maravilla. Es decir, no sólo por los lugares magnánimos, superlativos, que se pudieron apreciar, sino por lo que se comió y se bebió, y además, por el grupo de periodistas, y también seres humanos (ahí me salió la pavada) que hicieron el tour.

Es imposible hacer esta nota sin citar a Marianito, de El Cronista Comercial ; Fernando Bacot, de la embajada; Fernando Turuzzi, de Juliá; Ezequiel, de Clarín; Alejandra, de La Nación; Ana, la fotógrafa, y Cristina, de La Voz del Interior. Sería una injusticia no mencionarlos. Casi un hecho criminal (¿no estaré exagerando?). Es que la risa fue una compañera más gracias a ellos (bueno, yo también hice lo mío), y tanto fue así que quedó la sensación que se podría ir con el mismo contingente a Cañada de Gómez durante cinco días y la hubiésemos pasado igual de bien. También se agradece a Rubén, el porteño-brasileño que es un retrato del cineasta Alberto Lecchi, y su mujer Claudia, de aquellos pagos, que ayudó en el tema del doblaje con alta calidez humana.

Pero vayamos al lugar de los hechos. Recorrer la isla de Florianópolis es casi como una experiencia religiosa (¿dónde escuché tararear esa frase?). Mar azul, celeste o verde, según la tonalidad de las corrientes acuáticas de distintas playas, arenas blancas, caipirinha y vegetación a full. Es la síntesis de un símbolo de paz. Ni más ni menos que lo que uno espera cuando hace un impasse del largo año laboral.

Hay parajes que merecen la descripción de ciertas particularidades. Uno es Cuatro Islas, llamado así porque su conformación geográfica suspendida en el mar es menor a cinco y mayor que tres. Matemáticamente bella, la zona tiene aguas verdes y playas amplias. Y como todo argentino que va a Brasil termina buscando a otro argentino para que le cante un tango o un rock de Charly, allí está Siri Do Milenio, un parador donde llegan sudacas en amplia mayoría. "Una vez me dijeron, perdón, ¿aquí atienden brasileños?", contó Celia, la dueña morena en perfecto portuñol.

Allí se pueden comer rabas a 15 reales, secuencia de frutos de mar a 25 reales (con mariscos, camarones y siris, que son como los primos de los cangrejos). Pero lo mejor es que también hay ¡milanesas con papas fritas a caballo! a 7 reales, y encima toca el dúo cordobés Cosa Nostra, que hace desde Silvio, Aute y Sabina hasta La Mona Jiménez. Casi como un oasis teñido en celeste y blanco.

Y el que quiera más argentinidad al palo no tiene más que ir a comer a Churrasco ao vivo. Anclado en Canasvieiras, allí hay "churrascos á moda argentina com clima bem brasileiro". Es decir, un combo al que cuesta resistirse sobre todo porque es el único lugar de Brasil donde se puede comer asado (sí, asado) como la gente. Una tira se paga 12,90 reales (comen dos) y duele un poco más pagar un Trapiche Malbec a 29 reales (toma uno) en desproporción con un Comte Valmont a 26 (toma todo). Pero allí se pueden degustar chorizos, morcillas, chinchulines y hasta mollejas, algo inhallable en esas tierras.


En el continente
Bombas y Bombinhas, siempre juntas, siempre bellas, no son dos garotas seductoras, o sí. Allí, se puede conseguir alojamiento por 70 o 100 reales por día, y quizá un poquito menos si se consigue alguna casita humilde de pescadores. Lo lindo por esos pagos es clavarse una caipira (2 reales) o una lata de cerveza Skol (1,20 real), salir con un shorcito y un par de ojotas, y entregarse a la magia del lugar. Sentir que el viento te pegue en la cara, escuchar el sonido de las olas, con mejor afinación que la Sinfónica de Londres, cerrar los ojos e inspirar profundo. Se recomienda espirar después de esto, porque no respirar por un período extenso puede derivar directamente en la pérdida eterna de todos estos placeres.

En la parte más colonial de Florianópolis está Box 32, un barcito al que el mismísimo Lula da Silva pasó a tomarse una copita, y por el que desfila la élite intelectual, pero también los amantes de la tradición. No es barato, tampoco caro (en realidad no recuerdo exactamente los precios de los tragos porque los probé todos de un trago, valga la redundancia etílica). "Un mercado, uma historia, muitas vidas e muitas historias" es su logo. No sé bien qué quiso decir el autor, pero está bueno.

Costao Do Santinho, ubicado obviamente en la Praia do Santinho (noreste de Floripa), es un resort (hotel de lujo) sorprendente. Es una villa, no miseria, con decenas de habitaciones, a las que se llega con un autito tipo cancha de golf. Un lujo, mire, vea. Tiene museo arqueológico, piscina climatizada, gimnasio, boliche bailable (cierra a las 12 de la noche) y playa privada, amplia, un lujo asiático pero en Brasil. Caro, pero el mejor.

El periplo brasileño fue terminando cuando todos querían seguir de parranda, como siempre pasa. De regreso, a nadie se le ocurrió pensar en la demora de tres horas en Ezeiza por gentileza de Varig, a los tres aviones que tomamos, ni mucho menos en el viaje en combi de cuatro horas y cuarto para llegar a Buenos Aires. Eso sí, quedó picando una SPV (Sensación Profundamente Verdadera): la belleza de los paisajes siempre es más intensa cuando se comparte con buena gente. Y en este caso, ese mix brasileño-argentino fue un disfrute extra con ritmo de samba.
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Extensas playas de arenas blancas y aguas de ensueño.

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