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 domingo, 11 de septiembre de 2005  
El tema del domingo
La política económica fracasará si no beneficia a las mayorías

El destinatario final de los frutos de cualquier política económica aplicada por una nación debe ser, ineludiblemente, la gente. Cualquier confusión, tergiversación o alteración de dicho parámetro redundará, tarde o temprano, en la siempre triste concreción en los hechos de la palabra fracaso. Sin dudas, la administración que encabeza el presidente Néstor Kirchner debe haber experimentado días pasados en rigurosa carne propia la paradoja que significó el anunciar un hecho auspicioso —el menor índice inflacionario en diez meses, el 0,4 por ciento— en el marco de una creciente preocupación de los argentinos por el aumento de precio de los productos básicos que integran la Canasta Básica Familiar (CBU), que subieron casi cuatro veces más, el 1,4 por ciento. La crispación oficial se tornó evidente: la dura embestida del jefe del Estado contra los supermercadistas fue el claro intento de marcar una línea que no pueda ser traspasada.

   Los especialistas en economía lo saben bien: los procesos de reactivación suelen venir de la mano de una compañía indeseada, la inflación, como consecuencia de la mayor cantidad de dinero circulante. Durante la prodigiosa resurrección nacional que constituyó para los Estados Unidos enérgicamente liderados por Franklin Delano Roosevelt el llamado New Deal (Nuevo Trato), el incremento de precios se erigió en amenaza constante, de la mano de la demanda creciente. En la Argentina, donde la pobreza y la indigencia treparon hasta niveles inconcebibles e inaceptables si se piensa en los ingentes recursos naturales disponibles, cada punto porcentual debe ser visto por fuera del frío contexto de las cifras y pensado en términos dolorosamente concretos: se trata de familias enteras, de hombres, mujeres y niños que no pueden acceder al pan, a la leche, a la carne. Justamente, en el país del trigo y de las vacas.

   Ante la preocupante situación, el primer mandatario entró en acción de inmediato: advirtió primero y luego fundamentó con las cifras en la mano. Los márgenes de rentabilidad de los supermercados han ido en constante ascenso a partir del fortalecimiento del mercado interno. Kirchner puso bajo la lupa ese punto clave que son los niveles de ganancia de un sector que atribuye su inocencia en el crecimiento de la inflación al hecho de que no es formador de precios, algo que las asociaciones de consumidores refutan categóricamente. “Mientras las ventas crecieron el 35,1% en el acumulado de los últimos tres años, el monto total de la liquidación de sueldos en el sector subió el 23,5%”, disparó el presidente y remachó el clavo: “El total del personal empleado en esos establecimientos bajó el 7,53% desde enero del 2002”. Por otra parte, resulta comprobable gracias a los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) que las ventas en los grandes centros minoristas crecen desde hace tres años a un ritmo mayor que el total de la economía.

   Pero no se trata sólo de encontrar culpables o construir chivos expiatorios, sino de trasladar a las mayorías populares los beneficios de la comprobable recuperación. La tarea no resulta sencilla, dado que la Argentina es un país plagado de vicios en el terreno económico: la llamada “viveza criolla” juega un papel indudable y negativo en los males que se describen. En el marco de la mejoría general, cada sector puja para apropiarse de la mayor porción de la torta. Y así se perjudica a los más débiles.

   La supuesta buena noticia del menor índice inflacionario en diez meses no fue más, entonces, que un enmascaramiento de la verdadera realidad, esa que se percibe ante la góndola del supermercado y no en la lectura de las estadísticas. El gobierno lo sabe y está obrando en consecuencia. Ojalá no se equivoque.


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