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 miércoles, 17 de agosto de 2005  
Newell's deliró con su ritual de la bandera
Nueve mil hinchas escribieron el prólogo del derby

Aníbal Fucaraccio / La Capital

La rutina de la arenga se cumplió religiosamente. Nueve mil almas envueltas de ansiedad clamaron por una victoria copera y extendieron el inequívoco mensaje a domicilio. El Coloso se transformó en la noche de ayer en banderazo y el rito rojinegro se dejó dominar por un delirio contagioso y costumbrista.

Cuando el reloj marcaba las 19.30, el Tano Vella, Iván Borghello, Fernando Belluschi y Adrián Lucero inauguraron la gruesa fila que salió del túnel y le pusieron punto de partida a la breve fiesta. La hinchada leprosa desató su euforia y el volumen se intensificó ante el inicio de cada estrofa.

Un poco más atrás, el ex capitán Maidana, Gastón Aguirre y Damián Steinert ostentaron orgullosos un par de redoblantes y un bombo de ocasión con el que acompañaron los caprichos tribuneros. Detrás de los jugadores, con paso más pausado y con sus caras de asombro contenidas, cerraron la columna el entrenador Juvenal Olmos, su ayudante Jorge Higuaín y el Profe Pablo Fernández, todos con la mirada fija en el espectáculo que armó la gente.

Del otro lado, en la popular visitante, un grupo de fanáticos pintó la leyenda: "Aliento sí, parlantes no". Es que el archirrival también estuvo presente en el Parque, al menos como blanco obligado de la mayoría de las cargadas y de los más oscuros augurios.

El plantel de Newell's transitó la cancha con señales permanentes de agradecimiento. Tanto afecto, a pocas horas de un choque trascendental, impactó favorablemente en el ánimo colectivo, sobre todo en los que vivieron esta experiencia por primera vez. Las muecas del Cebolla Giménez, Marcos Gutiérrez, el Tanque Silva o de Aldo Osorio denotaron que recibieron más de lo que se imaginaron.

A las 19.45, el técnico chileno marcó con sobriedad el tiempo de cierre. El plantel rojinegro devolvió el apoyo de la gente con aplausos y la ilusión se fue camino a los vestuarios.

Así, el ritual de la bandera regresó a escena. Una ceremonia en la que los protagonistas jugaron a confundir los roles y todos fueron destinatarios. Anoche, cada canto encarriló el más genuino apoyo popular. Y el marco internacional de la inminente contienda multiplicó el color, las expectativas y el folclore, ese mismo que se pierde cuando los eruditos analistas de escritorio le quitan la materia prima a la pasión. Con todo esto, ayer quedó demostrado que el fútbol sin banderas -al menos en esta perdida región del planeta- es como un grito en el vacío: no transmite nada y no le llega a nadie.
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Los simpatizantes rojinegros en el estadio del Parque.

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