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 domingo, 14 de agosto de 2005  
[Lecturas]
La dimensión única del milagro de una vida
Testimonio. La historia que nunca les conté - El Libro de Gisela (Polonia 1943-1944), de Mariano Fiszman y Roberto Raschella. Grupo Editorial Norma, Buenos AIres, 205, $23.

Rubén Chababo

Es posible que el lector entrenado en la lectura de testimonios de sobrevivientes del Holocausto sienta que nada nuevo hay por contar acerca de esos años. No porque no existan historias sepultadas por el olvido necesarias de exhumar, sino porque de algún modo todas las historias, o buena parte de ellas, se parecen en mucho o recaen siempre en los mismos tópicos. Hay excepciones, como en todos los géneros, y en este sentido no es casual que los nombres de Levi, Jesenska, Klemperer o Kertész ocupen un lugar central y de referencia insustituible, como si sus plumas, al evocar el pasado, hubieran logrado decir aquello que más allá de lo impronunciable necesitaba ser dicho de un modo original. En el cine Alain Resnais y Claude Lanzman lograron lo suyo al diferenciarse con sus propuestas de los millones de metros de cintas fílmicas que sus contemporáneos y sucesores dedicaron al tema. Su logro fue, como en el caso de los escritores citados, saber evitar el lugar común, nombrar lo monstruoso de un modo diverso y único, construir una poética del horror en el que ética y estética no fueran dos universos desconocidos o irreconciliables, sino por el contrario, las caras de una misma moneda.

"La historia que nunca les conté" puede ser inscripto en el brevísimo conjunto de textos que al hablar del Holocausto, de una experiencia padecida en aquellos años, da un salto cualitativo respecto al gran conjunto de obras testimoniales que hoy se acumulan en las góndolas de librerías y estantes de bibliotecas. El logro de este libro no está en la historia que allí se narra, sino en el modo en el que los que escucharon esa historia supieron transcribirla y transformarla en pieza literaria.

El protagonista de este relato es Gisela Gleis, una joven judía de nacionalidad polaca, habitante de Stanislawow, un pequeño poblado, quien durante los años de la ocupación alemana se refugia junto a una treintena de personas de su pueblo natal en un sótano. Durante casi dos años, esperando el fin de la guerra y el cese de la ocupación, este grupo resiste la más absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese refugio les es brindada por un hombre, vecino del lugar, de religión católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la deportación y el asesinato masivo de miles de judíos llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar su vida para que ese puñado de perseguidos se salve de una muerte segura.

Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a la Argentina junto a su marido Max, también habitante del sótano, y es en nuestro país donde viven y mueren ya ancianos, él en 1990 y ella en 2001. Los escritores Roberto Raschella y Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela y durante tres años la entrevistaron en su casa del barrio de Flores, tratando de obtener la mayor información posible para que esta historia no fuera olvidada.

El lector podrá preguntarse: ¿pero dónde radica la originalidad de este libro?. ¿No es ese el procedimiento habitual de reconstrucción de testimonios, una voz que cuenta y otra que transcribe? Y la respuesta es simple: la originalidad, la singularidad de este testimonio anida en la lengua, en el estilo, en el modo, en la atmósfera que Raschella y Fiszman logran construir para llevar el espesor de la oralidad de Gisela a la página escrita. Así, cada una de las páginas de este libro es una pieza poética construida con una intensidad literaria de valor insuperable. El empeño de los transcriptores se evidencia en la hábil y sutil manera de atrapar el significado de cada palabra, la forma de engarzar la rima de una vocal con otra, el cuidado en atrapar el espesor de lo coloquial y de ese modo hacer que un testimonio tan singular como el de Gisela no termine formando parte del voluminoso caudal de textos testimoniales en los que siempre, casi siempre, está ausente la voz, no el relato, de quien padeció la desventura.

En"La historia que nunca les conté", está relatada una pequeñísima parte de la historia polaca de los años de la Segunda Guerra, y ese relato no hace referencia a hechos de la historia política o militar (eso no es lo importante en este caso), sino la indescriptible dimensión de las virtudes cívicas alcanzadas por algunas personas, en este caso Staszek, el polaco cristiano que decide salvar a sus vecinos y la de este grupo de personas que durante dos años, en plena oscuridad, como los topos, conviviendo con la humedad, el frío, el hambre y la desesperanza, lograron atravesar el calvario de la guerra y sobrevivir.

Antes de emprender la aventura de salvar del olvido este testimonio, Roberto Raschella editó dos maravillosas novelas tituladas "Diálogos en los patios rojos" y "Si hubiésemos vivido aquí", textos en los que despliega su profundo conocimiento en el arte de traducir la lengua del otro y transformarla en pieza poética. Un mismo empeño que puso en la traducción de "La orden ya fue ejecutada", donde se narra el crimen de las Fosas Ardeatinas.

Junto a Mariano Fiszman, logra Raschella la reconstrucción de esta historia más que memorable. El lector que ingrese a estas páginas se sorprenderá, vuelvo a decirlo, no por el testimonio de Gisela, sino por el modo en que los transcriptores hacen decirle a Gisela la dimensión única del milagro de su vida.

Lejos de los textos estridentes, lejos de los empeños editoriales en los que el Holocausto y las masacres contemporáneas son utilizadas como una pieza más en la monstruosa maquinaria del mercado editorial olvidándose siempre del padecimiento de las víctimas, este trabajo reubica al género testimonial en un lugar casi supremo o sagrado. El lector cierra el libro con una decepción segura en el alma: nunca más podrá tener el placer de leer por primera vez esta historia. Una rara y bella decepción que sólo ocurre contadas veces, pero que cuando acontece adquiere las formas de un verdadero y prodigioso milagro.
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Salvados. Niños sobrevivientes del campo de concentración de Auschwitz.

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