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 domingo, 14 de agosto de 2005  
Editorial
Emergencia: chicos en la calle

Se los puede ver cotidianamente por la ciudad: limpiando vidrios, abriendo puertas de taxis, vendiendo flores. Muchos se drogan con pegamento. Son la cara más visible y dolorosa de la crisis. El Estado carece de respuestas para este drama, que como ya se demostró no puede ser resuelto con actitudes individuales.

La crisis -dura con todos, pero implacable con los más pobres- ha dejado huellas profundas en el tejido social. Y no será sencillo ni rápido revertirlas. Cualquier rosarino sabe que por la ciudad deambulan numerosos chicos que tratan de ganarse una moneda como pueden: abriendo puertas de taxis, limpiando los vidrios de los vehículos que se detienen ante los semáforos, ofreciendo flores, tarjetas y almanaques o, simplemente, mendigando. Muchos inhalan los vapores que emanan de bolsas con pegamento. Resulta triste y hasta desgarrador verlos: es que a su edad deberían estar en sus casas, abrigados y bien alimentados, o en la escuela. Y bien: no es así. Resolver tal situación no es fácil, porque ellos muchas veces integran familias. La respuesta ante el problema, sin embargo, debería ser dada con la mayor perentoriedad posible. Porque pueden discutirse muchas cosas, pero no la visible emergencia que atraviesa sus vidas.

De acuerdo con la información oficial se trata aproximadamente de un centenar. De modo regular duermen en la calle. La titular de la Dirección Provincial del Menor, la Mujer y la Familia, Graciela Martinet, explicó la dura situación: "Son pibes que pasan la mayor parte del tiempo en la vía pública, muchas veces pidiendo o trabajando, no vuelven frecuentemente a sus casas y en muchos casos no están escolarizados". Horas antes de efectuar estas declaraciones la misma funcionaria se había ocupado en forma personal de cuatro chicos de la comunidad toba -sus edades oscilan entre los diez y los trece años-, quienes la noche siguiente amanecieron en las inmediaciones del Centro de Salud Mental Agudo Avila, Suipacha al 600.

Pero las actitudes individuales, por más solidarias que sean, no constituyen la solución. La pregunta que se hacía la autora de una ejemplar carta de lectores publicada por este diario en su edición del viernes es una descripción precisa del sentimiento de impotencia que embarga a los buenos ciudadanos cuando se enfrentan con esta terrible realidad: "¿Qué podemos hacer?", se interrogaba la lectora con tanta sencillez como contundencia, luego de narrar cómo un grupo de chicos hambrientos había sido expulsado de un conocido local de comidas rápidas.

La respuesta es compleja y debe darla el Estado.
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