Año CXXXVIII Nº 48801
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Escenario
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Salud
Autos


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 03/07
Mujer 03/07
Economía 03/07
Señales 03/07
Educación 02/07
Estilo 02/07
Salud 29/06
Autos 29/06
Día de la bandera 20/06

contacto

servicios
Institucional

 miércoles, 06 de julio de 2005  
Argentina y el poder de la transición

Noemí M. Girbal-Blacha (*)

El poder de la transición no es ajeno al capitalismo y mucho menos a la historia argentina. Como lo expresara Hannah Arendt, la transición es "un extraño período intermedio determinado por cosas que ya no son y por cosas que aún no han sido" y generalmente "en la Historia, esos intervalos, más de una vez mostraron poder".

Coexisten en esos tiempos, nuestros tiempos, continuidades y cambios. En todo caso y más allá de las interpretaciones, las vías de la transición aparecen condicionadas por la cultura, las prácticas políticas y los factores socioeconómicos, que forman parte de una herencia capaz de afectar las relaciones entre el Estado y la sociedad; pero el individualismo y las ambiciones electoralistas priman, muchas veces, por sobre estas cuestiones de fondo.

El análisis histórico de las continuidades y cambios forma parte de esos ciclos de transición y su estudio constituye un verdadero desafío para un país con una sociedad fracturada como el nuestro. Es ésta una cuestión pendiente y diversas pueden ser las formas de acercamiento al problema cuando la educación y el trabajo ya no son en la Argentina instrumentos para el ascenso social, aunque como ha sostenido Alain Touraine, "este país se construyó desde la escuela y lo pensaron mentes capaces de vincular a la sociedad civil con la sociedad política, en instituciones que incluyeran a todos", generando con esta sentencia un renovado reclamo a la dirigencia nacional.

Sin dudas, en un país de casi 3 millones de kilómetros cuadrados, y profundas desigualdades territoriales, el espacio regional -entendido como una construcción social de apropiación- es uno de los modos de abordar la cuestión. También lo son los sujetos sociales -en sus más diversas gamas sectoriales- y las políticas públicas, sean nacionales, provinciales y/o regionales, que necesitan ser pensadas para el mediano y largo plazo. Estas son las coordenadas centrales que deben vincularse con la perspectiva histórica, si la intención es no sólo caracterizar sino interpretar los cambios necesarios, pero también las continuidades de una Argentina que parece tener enferma su memoria.

Un diagnóstico certero de la situación debe contener las distintas perspectivas atendiendo a las diversidades regionales, sociales, económicas y políticas. Micro y macroanálisis de lo social deben plantear, en tiempos transicionales como el que vivimos, una importante y sustantiva autocrítica de la dirigencia política en su conjunto, porque en la Argentina de hoy con casi un 50 % de su población al borde de la línea de pobreza, desempleo y marginalidad significativos, educación en crisis, Justicia cuestionada e instituciones que no contienen a los más diversos sectores sociales, es importante y necesario referirse menos a la pomposamente denominada nueva política y más a la política como sinónimo de ética, asociándola a un genuino ejercicio del poder, hegemonía y gobernabilidad con democracia.

Quienes son responsables o aspiran a ser responsables de la conducción política de una Nación o de su representación legislativa, debieran rescatar los valores de la política y hacerlo a través del sistema representativo de gobierno, para ejecutar acciones en perspectiva, definiendo y aceptando la diversidad con sus variados abordajes, y la conciliación ética; de frente a los problemas agudos e impostergables que padece la gente, porque es preciso y urgente reconstituir la deteriorada relación Estado-sociedad.

Si esta es la intención, debiéramos empezar por dar cuenta de un complejo proceso de disgregación en tiempos de transición, producto quizás de una modernización tardía, oscilante y dependiente, que es necesario no sólo diagnosticar sino corregir. Este es el desafío que no admite demoras para la dirigencia nacional, para sus políticos, sus empresarios, sus intelectuales y sus científicos. Es urgente e importante reconocer que sin la cultura del esfuerzo, sin equidad, sin respeto por el otro y sin conocimiento, es casi imposible aprender de los errores del pasado y mucho más difícil gobernar y construir un país inclusivo para el largo plazo.

(*) Miembro del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados