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 lunes, 13 de diciembre de 2004  
Postales de una tarde rojinegra

Mauricio Tallone / La Capital

El grito demorado de "dale campeón, dale campeón" suena como una letanía. El estadio de la Doble Visera se asemeja a un océano de olas negras y rojas. Miles de banderas se agitan acompasadamente, saludando la gesta brillante, el título inobjetable. Las postales de una tarde movilizante ya están archivadas en el tiempo con rótulo de indeleble. Newell's grita campeón por quinta vez en su historia y el rugido desenfrenado se expande como una mancha de aceite por cada recoveco del planeta rojinegro. Es un alarido interminable, un desahogo sin frontera que se escucha desde Avellaneda hasta el Parque Independencia.

Allá abajo, en el infierno del verde césped, un grupo de jugadores ensaya una pirámide humana y bebe con gula la gloria de los que no están tan acostumbrados a marearse con vueltas olímpicas. Por eso surge ese abrazo eterno entre el Negro Domínguez y el Tano Vella, dos que son ciento por ciento leprosos. Dos que desde ayer se recibieron de nuevos héroes de pantalones cortos en el firmamento rojinegro.

Aparecen trepados a los arcos el Memo Borghello, Ignacio Scocco y Marcelo Penta, el trío que dijo presente en silencio pero que hizo mucho ruido con goles decisivos en la escalera hacia el título.

Se pasean en andas Fer Belluschi y Guille Marino, dos diamantes florecidos de la cantera que desde ayer mutaron en niños prodigios de la casa. También están el Colorado Ré, el Pepi Zapata, Justo Villar y Damián Steinert, zambulléndose en una pileta imaginaria de cara a esos más de 30 mil cuerpos hacinados, ataviados con gorros, banderas y cualquier atuendo con los colores del nuevo campeón del fútbol argentino.

Trotan en un remolino de abrazos el Burrito Ortega, el Mago Capria y Julián Maidana, tres dinosaurios que ya pasaron los treinta pero que disfrutan el logro como pibes quinceañeros. Y en el medio de todos ellos la figura retacona del Tolo, el padre de una nueva conquista rojinegra, que ofrenda su mejor obsequio levantando sus brazos y golpeándose el corazón en alusión a su identificación con este momento. Entonces el ritual de la vuelta olímpica lo experimenta solitario, arrancándole una ovación a la gente de Independiente que acompaña sus movimientos con respetuosos aplausos.

Todo el pueblo de Newell's vive su estado de celebración. Delira por este presente que lo encuentra coqueteando con el gozo perpetuo. Ahí está su gente observando desde el pedestal de lo sublime, transpirando soberbia.

Surgiendo como hormigas desde cualquier punto cardinal de Capital Federal. Invadiendo la ciudad desde antes del mediodía, mutando su fisonomía hasta transformarla en su fiel aliada . No es lo mismo que estar en casa, tal vez piensan. Pero igual muestran su opulencia en el domicilio del viejo amigo que ayer no se portó como tal.


Rojinegros de siempre
Están los de antes, los de ahora, y los de siempre. Los que nunca se resignaron y hasta los que vieron la inmortal zurda de Marito Zanabria clavarse como una daga en el corazón del enemigo íntimo en la aventura del 74. También están los que gozaron con aquel equipo de José Yudica en el 88 y los que deliraron al ritmo de aquella maquinaria de aniquilar rivales que fueron los campeones de la era que patentó Marcelo Bielsa.

Es que en este tipo de acontecimientos, el hoy también refleja el ayer. Los duendes del pasado bailan como una dama encantada. Pero siempre la esperanza, como un reflejo condicionado. El sueño por encima de todo. Por eso también es la fiesta de Diego, de Cucurucho Santamaría, de Marito Zanabria, del Gringo Scoponi, de Tito Rebottaro, de la Bruja Belén, del Negro Gamboa, de Federico Sacchi, del Pájaro Domizi y de cualquiera que contribuya a la causa de un leproso medular. Todos envueltos en dos colores que por un rato fueron su vida misma, por dos colores devueltos a la grandeza. Viven extasiados. Es que e fueron 12 años de maldecir el aire, de volverse cada domingo con la resignación pegada como una oblea. Alentando, jugando, poniendo algo más sustancial que el cuerpo y la voz. Es la simbiosis de los jugadores y los hinchas. Ese viaje de ida y vuelta de la fidelidad por una camiseta que hace reir y llorar.

Pero un buen día había que terminar con ese consuelo del próximo año será. Newell's es el dueño del fútbol argentino, señores. Ya no vale la pena caer en la obviedad de amontonar adjetivos por un simple ejercicio laboral. Sólo resta brindar y aplaudir por esta nueva consagración. ¡Salud, campeones!
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Los hinchas fueron en procesión hasta el estadio rojo.

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