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 domingo, 25 de abril de 2004

Charlas en el Café del Bajo

—"... Hasta que la muerte los separe", dice el sacerdote cuando bendice la unión del hombre y la mujer en el sacramento del matrimonio. Pero a veces la vida separa a los esposos y no la muerte... ¿Verdad, Candi?

—Ciertamente, y como decíamos ayer, hoy en Rosario hay más divorcios que casamientos. ¿Y por qué sucede esto? Pues porque ciertos sentimientos se acaban. Pueden argüirse muchas razones para una separación: infidelidad, desgaste, incompatibilidad de caracteres, cansancio, pero en el fondo hay una sola y gran razón: un sentimiento agotado. La pregunta trascendente sería: ¿Puede agotarse este sentimiento? ¿Y puede agotarse de tal modo que devenga en grandes resentimientos como el odio?

—¿Qué opina usted?

—Es un tema muy complejo que, desde luego, no puede ser tratado con éxito en una charla de café porque hay disímiles circunstancias que entornan no sólo a la pareja, sino a cada uno de los protagonistas. Pero yo diría lo siguiente: lo ideal sería cumplir con ese mandato evangélico que dice "lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre", pero tal axioma parece que resulta de realización escasamente posible especialmente en este mundo posmoderno, de manera tal que la separación es un hecho que debe aceptarse como una realidad cotidiana. Esta separación se produce, dijimos, por falta de un sentimiento. ¿Cuál es ese sentimiento? Observado minuciosamente, el amor en una pareja se compone de enamoramiento (pasión, atractivo físico y espiritual) y amor propiamente dicho (ese sentimiento sublime que el hombre es capaz de dar a todas las criaturas y cosas del mundo). En ocasiones el enamoramiento se desgasta y si no se dispone del talento y predisposición para renovarlo (algunos poetas siempre dijeron que ese enamoramiento y el propio amor son un arte) se ingresa en una zona de desgaste que conlleva a muchos destinos menos a la dicha de la vida en pareja. Entonces comienza un tramo difícil para la sociedad conyugal caracterizado por silencios, indiferencia, reproches, infidelidades, etcétera. Y en ocasiones, con bastante frecuencia diría, este tramo va desgastando también a ese otro sentimiento (el amor propiamente dicho, el afecto) y comienzan los grandes resentimientos. ¿Soy claro?

—Sí, se agota primero el enamoramiento y si no se lo reflota, se agota el amor apareciendo los antagonismos que son irremisibles.

—Así es, por eso asistimos en muchos casos a parejas que se separan mal, en medio de odios que son incomprensibles y que tanto daño provocan no sólo a cada uno de los ex esposos, sino a los hijos. Hemos visto en Tribunales casos de madres que no les permiten a los papás ver a sus hijos y padres inescrupulosos que abandonan a sus esposas y a sus hijos y se niegan a concederles la cuota por alimentos. Esto es tremendo, inaceptable y producto del odio existente e incomprensible.

—Cuál sería su conclusión.

—Creo que, como decía antes, el ideal es el enamoramiento y el amor para toda la vida, pero no siempre esto puede suceder y en tal caso la pareja debe decidir, agotados todos los recursos, una separación sin que el afecto se agote. Eso permitirá a los ex esposos seguir siendo solidarios y sobre todo buenos padres. Yo recuerdo siempre la escena de una película en la que actúan Robert De Niro y Meryl Streep y él una noche llega a la casa, se sienta a la mesa y le confiesa a su esposa, con valor, virtud y por qué no cierta inocencia, que ha conocido a otra mujer. La esposa se queda asombrada, pero inmediatamente le pregunta: "¿Es una aventura, no?". Y él le responde: "No, me enamoré". Ella reacciona con un tremendo cachetazo al que le sigue una andanada de reproches. En esta escena el director desnuda en toda su magnitud el comportamiento humano. Un comportamiento que a veces es egoísta, porque se supone que cuando uno ama no puede sino querer el bien para el otro, su dicha, su paz. En ocasiones se confunde amor con amor propio.

—En esa escena, según usted, ella debió afligirse, pero debería haber sido comprensiva y aceptar lo mejor posible la situación.

—Parece utópico, ya sé. Pero: ¿Se construye algo, se logra algo con resentimientos, reproches, odios? Yo creo que no, al contrario.

Candi II



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