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 domingo, 25 de abril de 2004

Editorial
Tránsito: bien, pero no alcanza

Los números asombraron, primero, y crearon honda y justificada preocupación, después: la cantidad de accidentes de tránsito que se produjeron en Rosario durante los años 2002 y 2003 -46.389 y 49.542, con 80 y 81 víctimas fatales, respectivamente- encendió una metafórica luz roja sobre el escritorio de los funcionarios responsables del área. Y a pesar de que gran parte de esas colisiones son adjudicables a la irresponsabilidad de sus protagonistas -en lo que constituye un auténtico y profundo drama cultural-, había quedado definitivamente fuera de discusión la necesidad de reforzar la seguridad vial en la urbe. La respuesta fue rápida: el municipio lanzó un plan de seguridad con la participación de las secretarías de Salud, Servicios Públicos y Tránsito, destinado a disminuir los alarmantes niveles de siniestralidad callejera.

La medida sobresaliente entre las que componen el proyecto es la prometida instalación de ochenta y un semáforos, cantidad inusualmente alta si se piensa que el promedio de instalación en Rosario no supera los catorce anuales. Y si bien la mayoría de ellos se colocará como parte de las importantes obras viales que se están llevando adelante en bulevar Oroño y avenida Pellegrini, los restantes son fruto del reclamo directo de los vecinos, tal como el flamante de la esquina de Entre Ríos y Mendoza.

Otro elemento importante es el comprometido incremento de los inspectores en la vía pública, así como el desarrollo de una amplia campaña de concientización.

Pero existen datos clave que demuestran que, pese a todos los esfuerzos que se realicen desde el Estado, difícilmente se modifique esta angustiante realidad si no lo hacen primero los parámetros culturales de la población. Es simple: la desobediencia a las normas más elementales sigue siendo frecuente, y muchas veces -paradójica y lamentablemente- se convierte en la norma real, más allá de la legalmente vigente.

A modo de ejemplo bastaría una mera recorrida de media hora por el centro de la ciudad: resultaría sencillo detectar automóviles mal estacionados o en doble fila, conductores que circulan a velocidad irritantemente lenta por el carril izquierdo o que no llevan puesto el cinturón de seguridad, motociclistas sin casco, ciclistas de contramano, peatones que cruzan en lugares prohibidos y, ocasionalmente, hasta vehículos que cruzan en rojo, sin importarles nada de la vida de sí mismos ni la de su prójimo.

¿Cómo cambiar eso? En primer término, a partir de una voluntad de cambio. El control y la coerción cumplen un importante papel, fuera de duda, pero no resultan suficientes. Por tal motivo, la educación -y no sólo la vial- reviste una importancia decisiva en la titánica misión que implica modificar el tránsito fatal que caracteriza a las calles de la ciudad y de toda la Argentina.

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