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 miércoles, 26 de noviembre de 2003

Editorial
La plástica: luces y sombras

Conocido es desde hace mucho el debate a que da lugar el cuestionado poder de llegada del arte contemporáneo sobre el gran público, pero más allá de las posturas que suelen separar a los bandos en pugna hasta convertirlos en irreconciliables nadie puede a esta altura discutir la importancia que han adquirido en Rosario las nuevas generaciones de plásticos, herederos de un legado excepcional.

Musto, Pedrotti, Gambartes, Ouvrard o Grela son algunos de los trascendentes nombres que jalonan el pasado y que más allá de juicios estéticos de carácter personal encuentran legítima continuidad en el presente a través de nombres como el de Graciela Sacco, a quien la Asociación Argentina de Críticos de Arte acaba de otorgar por segunda ocasión consecutiva -en un hecho que debe remarcarse- el galardón que la consagra como mejor artista del año.

La rosarina fue elegida por un jurado que integraron ocho especialistas y que fundamentó su decisión en la "solidez" de su obra, tanto "en el nivel conceptual como en su trayectoria". Debe recordarse que Sacco egresó de la Facultad de Humanidades y Artes local en 1987 y que su consagración a nivel internacional se produjo en 1996, cuando fue la única representante argentina en una de las dos bienales más importantes del globo, la de San Pablo. Es decir que el premio que acaba de obtener no descubre su valor, sino que lo reafirma. Si se piensa que cuatro de los ocho miembros del jurado que la distinguió son de Buenos Aires, sus méritos se acentúan.

Se hacía mención el domingo pasado en esta misma columna a la dura lucha que la ciudad debe librar para definir su identidad cultural y al mismo tiempo se recordaba la paradoja que implica el que muchas veces el reconocimiento a los talentos llega desde afuera, mientras aquí -triste contrapartida- predomina la indiferencia. Como "expulsiva" había definido días antes a Rosario en charla con La Capital otra mujer recientemente reconocida en el ámbito de la cultura, la escritora Patricia Suárez.

Y pese a puntuales y felices excepciones, difícilmente pueda discutirse el acierto que tal calificación implica. La ciudad deberá, entonces, construir un ámbito más hospitalario para sus artistas. Una tarea que, más allá de mejores o peores gestiones emprendidas desde la esfera estatal, le sigue perteneciendo a la gente.

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