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 sábado, 30 de agosto de 2003

Editorial
Con la mirada en el cielo

La relación entre los habitantes de la Tierra y Marte tuvo siempre características muy especiales. Es que la expectativa de que en él pudiera haber vida inteligente se remonta a épocas remotas de la historia humana, y fue alimentada más tarde por la literatura fantástica y la ciencia. Debido a tal razón, el hecho de que la distancia habitual que nos separa del Planeta Rojo se redujera prácticamente a la mitad, permitiendo una observación mucho más detallada de su enigmática geografía, se convirtió en un auténtico fenómeno de masas e ilustró las primeras planas de numerosos diarios en todo el globo.

La Capital no fue menos y su edición del pasado miércoles 27 de agosto incluyó en la tapa una foto que ilustró el notable interés que despertó la aproximación planetaria entre los rosarinos. Es que los cien millones de kilómetros que separan a un cuerpo celeste de otro se redujeron, aquel día a las siete de la mañana, a apenas cincuenta y cinco millones, suceso que no sólo puso en vilo a la comunidad astronómica sino a parte de la ciudadanía.

Y ello revela, entre otras cosas, que la peor de las crisis que vivió el país a lo largo de su turbulenta historia no ha conseguido doblegar su espíritu. Porque las colas de gente que pugnaba por ingresar al Planetario rosarino y al de Buenos Aires dan testimonio de una saludable curiosidad intelectual, suceso que se ve reforzado por la presencia mayoritaria de jóvenes en esas filas.

El detalle que potencia el interés al máximo es que el fenómeno que lo despierta se produce por primera vez en 59.618 años y no se repetirá hasta el 28 de agosto de 2287. Sin embargo, la difícil coyuntura que atraviesa el país hubiera podido empalidecer esta peculiar circunstancia, incluso al punto de que pasara inadvertida excepto para los especialistas en la materia. Y si no fue de esa manera es porque pese a la emergencia que se vive muchos conservan el fuego que se necesita para interesarse por la realidad de manera inquisidora y activa.

Y es sobre ese "fuego", justamente, que pueden concebirse expectativas en torno del futuro. No es la argentina una sociedad aplastada ni carente de esperanzas: pese a los golpes recibidos, aún viven numerosos rescoldos que pueden recrear el calor perdido. Ese mismo calor que permitió, en medio de la crisis, levantar la mirada hacia el cielo.

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