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 sábado, 16 de agosto de 2003

Educación sexual

Quiero compartir con otros lectores mi opinión sobre el artículo publicado por La Capital el domingo 10 de agosto pasado titulado "Desacuerdos entre ministerios por un manual de educación sexual". Como comenta el texto, la llegada de la educación sexual a las aulas se da en el marco de la ley provincial de salud reproductiva y una guía para el uso de métodos anticonceptivos elaborada por el Ministerio de Salud de la Nación que sirvieron como "modelo" para las autoridades locales. Además de las desinteligencias entre ambos ministerios y la falta de información para los mismos docentes que deben implementarla, me inquieta pensar que "la educación sexual en las escuelas tiene que ir de la mano de la salud reproductiva; sino ¿qué le vamos a explicar?", como afirma el ministro de Salud. Estoy de acuerdo con que el tema sexual no debe ser ningún "tabú" porque como todo lo hecho por Dios es bueno y recto para el fin con que se lo ha creado: la procreación, dentro del amor matrimonial estable. Ahora bien, si sólo nos limitamos a dar a nuestros adolescentes una guía sobre métodos anticonceptivos, sugiriéndoles el más efectivo, estaremos aún peor de lo que estamos. Como docente de enseñanza media, cada vez con más frecuencia observo ya desde los octavos años los embarazos precoces de mis alumnas, el amamantamiento durante las horas de clases, los bebés que escuchan mis clases de historia porque las alumnas no tienen quién los cuide, los abortos a veces poco disimulados, etcétera. Creemos que la salida está sólo en "cuidarse con inteligencia", como si el tener relaciones prematuras en la adolescencia "como si fueran adultos" no trajera (como sabemos que ocurre) muchos desequilibrios psíquicos, depresiones, ansiedad y decidia para el estudio porque se está ocupado "en otra cosa". En EEUU y muchos países europeos el intento fracasó. Se ha vuelto a insistir en la necesidad de una vida limpia antes del matrimonio y en la estabilidad conyugal como medios de combatir el sida, las relaciones prematuras, la inestabilidad psíquica y aún el envejecimiento poblacional que trajeron las políticas antinacimientos. Pero nosotros vamos "a caballo" atrasado de lo que ya se probó y fracasó en los países desarrollados, que justamente son los que "nos han impuesto" a cambio de ayuda crediticia esta política antinatalista. Si somos menos, nos dominarán mejor. No se trata de ignorar lo relativo al sexo, sino de ejercerlo responsablemente a la edad y circunstancias que correspondan. Y para esto, el papel de la familia es insustituible, porque cada padre tiene el derecho de brindar esa formación a sus hijos de acuerdo a sus ideas. Por eso, yo diría más bien: si esto no lo enseña la familia, ¿dónde lo van a aprender? La escuela puede y debe colaborar, pero primero asesorando a los padres y docentes. Como afirmó el ministro de Salud "la peor manera es como estamos", pero lo será peor aún si descuidamos los verdaderos valores sobre los que deben fundarse familia y educación, en especial el de la vida que es el que aparece conculcado en la ley de salud reproductiva y anticoncepcionista.

Profesora Liliana Manguzzi de Cointry



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