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 domingo, 18 de noviembre de 2007  
[lecturas]
De la memoria y la imaginación

Osvaldo Aguirre / La Capital

Relatos
  • Rosario Express, de Juan Martini. Norma, Buenos Aires, 2007, 176 páginas, $ 32.

    Juan Martini publicó su primer libro, una compilación de relatos, “El último de los onas”, en 1969, cuando aún vivía en Rosario. Entre fines de los 60 y mediados de los 70, antes de partir rumbo a Barcelona, fundó y participó en revistas literarias, hizo periodismo, tuvo una editorial y una librería, escribió poemas y novelas. Una historia y una ciudad a las que regresa en su última obra, no sólo por su título sino por la forma en que plantea su narración del pasado, una búsqueda a través de la memoria, la biografía y la imaginación.

    Las referencias del relato “Rosario Express” provocan un efecto fuerte de realidad. El protagonista, M., evidente proyección del autor, regresa a Rosario, su ciudad natal, para visitar a un amigo y ese viaje, las circunstancias que atraviesa el amigo, remueven el recuerdo de su pasado. El Rosariazo, las muertes de Adolfo Bello y Luis Norberto Blanco, la muerte del general Sánchez, entre otros episodios de la historia, aparecen tramados con la evocación de una casa en la calle Rioja, la casa de la infancia, los primeros amores, las reuniones en el bar Savoy y otros circuitos intelectuales en los años 60 y el 70, el restaurante Dori, el palacio Minetti y, como una especie de vector, la esquina de Córdoba y Corrientes y en particular la librería Signos, de Córdoba 1417.

    Apenas el ómnibus ingresa a la ciudad, cuando ya ha empezado a rememorar, a notar las diferencias, ya que rememorar es ante todo seguir o inventar las huellas de las cosas que ya no están o no son del mismo modo, el protagonista descubre que el viaje tiene un carácter particular: “Esta es la primera vez que regresa a la ciudad”. Un pensamiento que se le impone “con la consistencia de las revelaciones”. Esas impresiones ya remiten a otro registro, no se trata de un dato que pueda validar la realidad histórica. Tampoco sería algo enteramente del orden de la ficción, si se atiende a la biografía del autor. Pero cuando baja del ómnibus y empieza a recorrer la ciudad, cuando el personaje siente en el aire “la idea liviana de la muerte”, se instala en otro ámbito, en los intersticios de la ficción y la memoria.

    La muerte, “la idea liviana de la muerte”, parece ser uno de los hilos que con más fuerza anuda los cinco relatos que integran el volumen. La historia de “Materia dispuesta”, el primero, una especie de reverso de “Rosario Express”, comienza cuando el protagonista se entera de que su madre ha recibido el diagnóstico de una enfermedad terminal: “Ella, de pronto, tiene cáncer”. El personaje recibe la noticia en Madrid, donde además acaba de enterarse de que un amigo residente en esa ciudad está también enfermo y de igual modo se encamina hacia la muerte. En “Jukebox”, un hombre llega a un pueblito perdido junto al mar para ejecutar una venganza. En “La colaboración”, la complicidad de una ex presa política con sus captores transcurre sobre el fondo de esa administración rutinaria de la muerte que impusieron los campos de concentración argentinos. En “La forma del tiempo”, una mujer enferma y que se siente próxima a la muerte pide a su hija que vaya a buscar a un hombre con el que la vincula una historia ahora evanescente, una historia que sólo puede acreditarse con una carta borroneada y una foto desvaída.

    La inminencia de la muerte es entonces la situación básica que, de un modo u otro, comparten las cinco historias de Rosario Express. Una situación que propicia la rememoración, el recuento y los ajustes de cuentas. Y la ficción, no sólo porque desde el momento en que se evoca, como se dice en el libro, se genera una leyenda, es decir, el pasado se transforma, se reordena, ocurre de nuevo. La ficción, sobre todo, porque ante la inminencia de la muerte se reconstruyen las filiaciones, y aquí las filiaciones no están dadas de modo convencional, aquí las filiaciones siguen, como el protagonista del relato “Rosario Express” al recorrer la ciudad, una línea personal.

    En “Materia dispuesta”, el protagonista recibe la noticia de la enfermedad terminal de su madre sin mayor emoción: “yo tengo la suerte, por una vez, de estar en otro lado”, dice. Los lazos familiares están disueltos. “El pasado —dice el narrador —es pura mierda, anécdotas que no le sirven a nadie porque están tejidas con la materia más oscura”.

       El relato “Rosario Express” plantea la contracara de esa visión. La descripción de fotos tomadas de álbumes familiares, en el Parque Independencia, en Mar del Plata, hacen presentes partes de una historia atesorada. Cuando el protagonista recorre la ciudad, cuando observa la Galería Melipal desde la habitación de un hotel, es el mismo y es otro. “La mirada no ve igual —dice—, no mira lo mismo, no se detiene en aquellos detalles porque lo que ahora llama la atención es otra cosa”. Y lo que llama la atención es precisamente lo que escapa al registro de la historia: es la elaboración íntima de las cosas y los personajes de una ciudad, a veces explícita, otras cifrada en iniciales, un descubrimiento sellado con la calidez de la experiencia y el arte de un gran narrador.


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    Cruces. Martini asocia autobiografía y ficción en sus relatos.

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