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 domingo, 18 de noviembre de 2007  
Extremos

Jorge Besso

A pesar del reconocido prestigio de los puntos medios que aseguran supuestamente el equilibrio en la vida, es posible que la felicidad esté en los extremos que es la zona que prefieren las pasiones muy poco proclives a los estadios intermedios donde las emociones se estancan. Todos los extremos son malos, sentencia la sabiduría popular, aunque la advertencia no incluye un listado de extremos perniciosos para estar precavidos y poder evitar el hundimiento en algunos de los polos del desequilibrio.

   También sería más que interesante saber si la advertencia con relación al peligro de caer en extremos incluye a la extrema bondad, en tal caso formando parte de un extremo del que también habría que cuidarse. De todos modos es posible que no sea de apresurados pensar que como mínimo no es frecuente que se dan casos de una bondad extrema, ni siquiera teniendo en cuenta a los santos, tanto los que ya llegaron al cielo como los que están subiendo. En definitiva ninguna bondad debería ser extrema, a lo sumo se trataría en muchas ocasiones de una bondad superior a la media, algo bastante fácil de lograr en estos tiempos en que la bondad media viene con su cotización en picada en el mercado de la bolsa de valores humanos.

   Antaño el mercado era algo tangible, un lugar de encuentro para transacciones donde afloraban la dignidad y el orgullo y se regateaban los precios como suele suceder en las ferias y mercados orientales. Actualmente existen los llamados formadores de precios, agentes invisibles para la gran mayoría de la población, especialistas en las sombras cuyos portavoces son los economistas de turno las 24 horas del día para explicar a la población lo que sucede o lo que va a ocurrir. O en tiempos más extremos para decidir el presente y acaso el futuro como cuando el gran Cavallo hablaba y la realidad seguía el curso de sus palabras.

   Los extremos se tocan, es otra de las sentencias populares siempre disponible para intercalar en los análisis revelando por lo general una verdad que muchas veces las posiciones ocultan. Y muy especialmente algunas posiciones políticas extremas tanto de derecha como de izquierda que de pronto coinciden en sus remanidas críticas a la democracia. Con todo, hay extremos que por lo general no se tocan como es el caso de los extremos de la pobreza y de la riqueza. Es que las sociedades se organizan de forma tal que la riqueza extrema transcurra en su tranquilidad comprada, y la pobreza extrema en su intranquilidad padecida. Claro está que con respecto a dicho ordenamiento social nunca se puede estar muy seguro si todo está bajo control como canta la frase estereotipada de estos tiempos, ya que potencialmente siempre se pueden producir asaltos donde los extremos de la injusticia social se encuentren con la violencia.

   En estos días se podía leer en “Yahoo noticias” un artículo con un título (y un contenido) tan sorprendente como hiriente: “Cansados del lujo, los millonarios rusos pagan para vivir como vagabundos”. La noticia con fecha del 2 de noviembre comenta una suerte de moda entre los millonarios rusos que compran placeres distintos para huir del cansancio que produce el lujo. Tal vez no sea del todo casual que esto suceda en ese segmento social tan especial que son estos súper ricos que ha producido la caída del comunismo, y que van por el mundo dándose placeres no habituales. Como el caso del moscovita millonario que se dio el gusto de comprarse un equipo de fútbol nada menos que de la liga inglesa, creo que el Chelsea. En definitiva un comprador de seres, ya que los futbolistas suelen ser esclavos de algunos de los variados extremos de la riqueza.

   La noticia habla de millonarios aburridos, cansados de festejos banales y costosos como traer cientos de invitados en un avión a fiestas obviamente fastuosas. Para salir del bostezo se disfrazan por un rato de pobres: vagabundos, meseros, choferes de taxi o prostitutas para lo cual pagan la módica suma de 10.000 dólares sin aclarar a qué empresa entretenedora de ricos abúlicos le son abonados. Uno de estos niños mimados, Alexander Sokorin, suelta una reflexión en medio de estos cansancios lujosos: “El lujo no es el brillo de los diamantes, sino los momentos inolvidables que vivimos”. Fantástico giro hacia la sensatez y la mesura, esto sin descartar que se trata de una frase comprada. Lo que se dice es que la felicidad es un lujo sólo que no hay que buscarla en los objetos, ni siquiera en los que brillan mucho pues está en el alma que es donde residen los momentos inolvidables. En todo caso la felicidad es un extremo que en el mejor de los casos va y viene, ya que nunca puede ser una constante. Lo que sí es una constante son los extremos obscenos de la riqueza.
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