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domingo,
18 de
noviembre de
2007 |
“El seductor marketing del pasado”
“Muerte al pasado”. La pintada, que parte al medio el alto paredón del galpón del viejo puerto, expresa un deseo imposible. El pasado no puede morir, el pasado está muerto y lo que queda de él, la memoria, suele ser engañosamente irresistible. Tanto que la nostalgia, como estrategia de seducción, rara vez falla. Esa es la materia de la que están hechos los regresos de los grandes grupos de rock que ponen al rojo las boleterías alrededor del planeta. También, el éxito de programas de televisión que, en busca de mejorar sus mediciones de audiencia, explotan el recuerdo como recurso para sumar espectadores. Lo hizo Susana Giménez cuando invitó a Palito Ortega y Evangelina Salazar para evocar los años de oro de la Nueva Ola. La entrevista, matizada con imágenes en blanco y negro del casamiento de la pareja en las que podían verse viejas glorias de los 70 como Pipo Mancera y Ringo Bonavena, le valió a la diva de los teléfonos la mejor medición de audiencia en mucho tiempo. No importa ahuyentar a los jóvenes, que no tienen idea de quiénes son esos vejestorios que aparecen en la pantalla, si se gana un punto de rating. Lo hizo también, aunque desde otro lugar, “Televisión por la identidad”, el programa escrito por el rosarino Marcelo Camaño que recrea, en clave de ficción, historias de hijos apropiados durante la dictadura militar. En su segunda pasada el envío logró, gracias al boca en boca, aumentar considerablemente su público. Quedó una vez más demostrada la fascinación que ejercen los recuerdos. No importa si son tristes o alegres. No importa si evocan una tragedia, que revela el costado más oscuro de la condición humana, o una fiesta frívola, con estrellitas de la televisión, ídolos de la canción y héroes del deporte. El recuerdo, gracias a esa incesante máquina de ilusiones que es la memoria, vende. Y es así porque, como bien dijo el poeta, el pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce.
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