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| sábado,
17 de
noviembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Convengamos, Inocencio, que los llamados valores se han revertido. Las acciones de conductas sociales ya no son las mismas de antaño. Y esta reversión significa involución. Los patrones de medida en lo atinente a lo moral y ético se han cambiado, y así lo que antes era considerado malo hoy es bueno y lo que ayer era apenas bueno hoy es exaltado como algo excelente y hasta extraordinario.
—¿No es algo dramática su visión?
—Pues le diré que si ver la realidad y describirla tal cual es, es dramatismo, bueno... mi visión es entonces dramática.
—Siga con su análisis.
—Reitero lo que dije ayer: nos asombramos y hasta nos escandalizamos porque unos adolescentes han defecado en el Superior, pero aprobamos lo que hacen ciertos dirigentes en el corazón del ser humano. Pretendemos chicos corteses, educados, decorosos, pero elegimos, para que rijan nuestros destinos, dirigentes a los que poco importa la vida de la persona.
—Es cierto. Y como bien dice usted, la vida en sus diversas formas. -Yo no justifico el accionar de estos chicos, creo que merecen un castigo, pero a la hora de la pena, ¿no se debe sopesar qué responsabilidad tenemos todos nosotros en la actitud de estos chicos? Antes a un padre jamás se le hubiera ocurrido cuestionar y hasta agredir a un docente, todo lo contrario, seguramente el castigo impuesto por el padre hubiera sido más severo que el impuesto en la escuela, pero en la actualidad la causa común con el chico infractor es usual. ¿Por qué? Porque se han cambiado los valores y las conductas. Pero esta modificación no es caprichosa y responde a una situación peligrosa: convengamos que muchos docentes no están a la altura de las circunstancias y hacen agua, por ejemplo, en lo esencial: en la formación del corazón humano. Y no hablo ya de la formación en cuestiones estrictamente pedagógicas. ¿Y esto por qué? Porque el Estado ha cambiado, también, los valores. Para ese Estado, el docente ya no es quien moldea el espíritu de la persona, preserva su psiquis y riega su capacidad cognoscitiva. No, el docente es un “empleado público más”, una parte de la burocracia estatal y nada más. No disponemos de espacio para desarrollar el tema, pero cuando aquí hemos dicho que el Estado tiene tremenda responsabilidad en la paz interior del ser humano, no nos hemos equivocado.
—No sólo los dirigentes públicos son responsables.
—Sí, en efecto. Y cuando yo planteo ciertas cuestiones en esta columna, algunos amigos fruncen el entrecejo y se animan a cuestionar mi posible visión apocalíptica de la realidad. No comprenden que mi modo de ver las cosas es absolutamente optimista, porque creo en el mejoramiento de la escena social. Pero señores: a ningún enfermo se le cura sin diagnosis previa y todo sano acaba enfermo si se presta a grandes y persistentes desarreglos. Y yo sinceramente creo que esta sociedad, este hombre de hoy, está haciendo excesivos desarreglos. ¿Hay que callar? Digo siempre que hay dos clases de personas en el mundo: las buenas y las otras. Ahora comienzo a expresar que debe tomarse conciencia de que también habrá (y ya comenzaron a verse) otras dos clases: los amos y los esclavos. Y esta nueva clase es el efecto del cambio de valores.
—¿Puede aclarar?
—Uno de estos días.
Candi II
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"Yo tengo que ser el psicólogo del equipo"
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Director técnico de Newell's
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La Ciudad
