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sábado,
10 de
noviembre de
2007 |
Arquitecto sin fronteras
La historia de Ernesto González, un rosarino especializado en arquitectura hospitalaria que trabaja en Mozambique
Anibal Fucaraccio / La Capital
Los caprichos de su estrella errante lo ubicaron del lado de la aventura y el desprendimiento. Sus convicciones ideológicas lo obligaron a romper barreras y entregarse al desarraigo. El arquitecto rosarino Ernesto González, de 46 años, es protagonista de una atrayente historia de vida que lo llevó a trabajar en Mozambique, especializándose en arquitectura hospitalaria, disciplina que le puede abrir un sendero de retorno.
González hizo la secundaria en el Politécnico y luego se graduó en la Facultad de Arquitectura de Rosario. Mientras trataba de abrirse camino en el ámbito profesional se tuvo que ir de la ciudad en 1991 escapando de la hiperinflación, el cese de la construcción y la aparición de Carlos Menem en la presidencia. “Cuando ganó Menem dije esto es mucho para mí y me fui. Quería ir a estudiar a Europa, agarré la valija y me fui a España”, comentó el arquitecto a ESTILO a modo de introducción.
Entonces desembarcó en Barcelona tratando de encontrar algunas respuestas para su mar de inquietudes. Allí cursó un doctorado sin intenciones de finalizarlo con una tesis. “Me parecía que tenía que saber mucho más para poder escribir algo bueno”, bromeó González.
Sin reservas económicas para financiar demasiado tiempo la maduración de sus ideales de izquierda buscó alternativas que comulgaran con su filosofía. En ese momento se topó con la agrupación internacional “Médicos sin fronteras” y sin meditarlo mucho se unió a ellos desde su rol de arquitecto. Se metió en la organización aún sin saber acabadamente su misión y el lugar que iban a asignarle. Curiosamente, en 1994, cuando se enteró que recalaría en Mozambique lo tomó como un desafío tentador.
“Era militante político en la juventud comunista y siempre busqué sentirme útil a través de mi profesión aunque no era fácil. Hacía casitas para pequeños burgueses caprichosos o todo lo contrario, actuaba para la especulación inmobiliaria haciendo edificios cada vez más chiquitos e inhabitables. Me parecía que esa no era la arquitectura”, explicó con sinceridad.
“Si bien me atraía el arte que reside en la arquitectura lo que siempre me tentó más es que sea una actividad necesaria socialmente. Ya había terminado de estudiar, en Barcelona me sentía un espectador y por eso no miré con malos ojos irme a Mozambique a construir hospitales”, agregó.
—¿Qué pensabas cuando viajaste?
—Primero, como todos, me fui por seis meses. Como me necesitaban me pidieron que me quede, me dieron cada vez más proyectos, me fui quedando y ya llevo 13 años en Mozambique.
—¿Te quedaste todo el tiempo en ese país?
—Nunca estuve más de cuatro años en la misma ciudad pero siempre estuve en Mozambique. Después de dos años pasé de la ONG (Médicos sin Fronteras) a un proyecto mucho más grande de la Unión Europea en el que dirigí toda la infraestructura sanitaria de una provincia. Se me dio la posibilidad de desarrollarme en el área salud de ese país.
—¿Eras consciente de lo que ibas a hacer o existía una cuota de aventura?
—La aventura está siempre presente en cualquier emprendimiento. Empezó haciendo política en mi país. Luego me fui a Europa en condición de ilegal con dos mil dólares en el bolsillo que se me acabaron al mes. Aunque debo reconocer que cuando llegué a Africa y me estaba subiendo a una Land Rover para ir al pueblo que me tocaba ir a trabajar casi me arrepiento. Pero la verdad es que fue una experiencia muy interesante porque pasé desde dirigir a los obreros en la construcción hasta realizar planificación territorial para el Ministerio de Salud.
—¿Qué encontraste en ese país?
—Es un sitio increíble. Cuando arribé observé que se operaba en un lugar imposible. Yo llegué un año después de la guerra, entonces había mucha gente que regresaba al país. Construí el Hospital de Mutarabi, que fue el primero después de la guerra. Hasta ese momento eran todos pequeños centros de atención.
—¿Cúal es tu trabajo actual?
—La planificación territorial que apunta al relevamiento de la red sanitaria, el análisis de su estado físico y la distribución de los recursos. En Mozambique hay una política equitativa de distribución de recursos de salud que llega a todo el mundo. Y hasta el momento ya hice ese trabajo en cuatro provincias. Cuando una comienza a funcionar enseguida me mandan a otra más pobre. Tampoco he dejado de lado el trabajo de proyectar obras particulares. Eso me permite un recorrido de escalas muy grande.
—¿Cómo está Mozambique después de la guerra?
—Al contrario de Angola, allí no hay dinero, no hay petróleo, ni diamantes. Entonces cuando se firmó la paz fue definitiva. Hoy Mozambique está en constante crecimiento, se calcula el 10% anual desde hace 10 años. El desarrollo se nota muchísimo porque partieron de cero.
—¿Las condiciones de necesidad te crearon un mayor compromiso en tu tarea?
—Al principio la imagen que recibí era muy chocante. Pero en lo personal lo viví como una experiencia muy satisfactoria. El hecho de construir hospitales es muy fuerte porque se puede ayudar a gente que vive en condiciones muy elementales, que se baña en el río, que son mordidos habitualmente por cocodrilos. Creo que desde la salud se le cambia la vida a la gente con un servicio básico. Eso me hace sentir muy útil, me ata a mi trabajo y al lugar. Tengo que recorrer permanentemente el territorio y hoy conozco Mozambique más que Argentina.
—¿Cómo combinaste tu historia particular con esta experiencia laboral?
—Creé una familia. Me casé con una mujer mozambiqueña y tengo tres hijos. Ahora los chicos están creciendo y comienzan los problemas con tantos movimientos.
—¿Encontrás un paralelo entre historias como la tuya y la de Mario Corea en España?
—Mario pertenece a la generación de nuestros tíos en la que hubo desaparecidos. Yo correspondo a una generación un poco más abajo. Lo parecido es que trabajamos para el Estado lo cual es muy interesante porque el cliente es la gente y además no hay una persona que te moleste durante el proyecto o la ejecución de obra. Sólo hay que responder a ciertas políticas. Además desde esa posición se puede experimentar formalmente. Corea se desarrolló mucho en ese sentido. Y yo también siento bastante libertad.
—¿En tu camino profesional te topaste con tentaciones?
—Como me gusta proyectar, cada tanto me hago un tiempo para realizar encargos. Por ejemplo, hice casas para empleados de la salud y en esa temática jugué un poco más de lo que se puede hacer con un hospital. Realicé el Centro de Investigación de Malaria en el distrito de Mañiza. Es una caja de sombras para enfrentar las altas temperaturas que se dan en la zona. Me permití juegos formales. Me salieron otros encargos particulares pero no me interesan. Prefiero volcarme a la obra pública. Tengo mi estudio, me va bien y ya ganamos dos concursos, uno en Mañiza y otro muy grande en Suazilandia.
—¿Sentís que encontraste tu lugar en el mundo? ¿Dónde vislumbrás tu futuro?
—Estoy influenciado por todos y me estoy globalizando. Este año creé una consultora con un especialista en equipamientos de hospitales y un médico. Allí atendemos los proyectos privados cuando aparecen. Con este emprendimiento hicimos trabajos para Irán, China, Sudáfrica y Suazilandia. El proceso que atraviesa el sur de Africa es como Latinoamérica: se están juntando y las fronteras se levantan.
—¿Te seduce la idea de volver?
—Tengo la cabeza abierta. Me gustaría trabajar en Rosario o en Santa Fe. Con las nuevas condiciones políticas que hay en la provincia creo que será la primera vez que un gobierno se va a plantear seriamente qué pasa con la salud en la provincia.
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Fotos
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González proyectó las redes sanitarias de
cuatro provincias.
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