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sábado,
06 de
octubre de
2007 |
Itinerarios culturales
Perfume de barrio
as plazas revalorizadas como lugar de encuentro e identificación
Ana María Cicchini (arquietecta)
En estos últimos tiempos se ha pretendido recuperar el espacio público plaza reconocido como el lugar de encuentro e identificación de la sociedad. Cada plaza de la ciudad de Rosario responde a una estructuración de división de suelo, a un movimiento en la arquitectura y el urbanismo, contiene un mobiliario artificial y natural que la representa y una historia que merece ser escuchada.
Esa pretensión de recuperación implica necesariamente la utilización de una metodología que permita abordarlo desde la identificación del sistema de espacios públicos de la ciudad, desde la puesta en valor de aquellos que contengan elementos a ser preservados y protegidos y desde la proposición como productos culturales turísticos conformando itinerarios internos urbanos a ser consumidos por el turista local y foráneo.
El espacio público como sistema ha sido constantemente un elemento importante de estructuración urbana de la ciudad tradicional, perdido con este sentido en las nuevas concepciones urbanísticas de mediados del presente siglo. Hoy, cuando valoramos las oportunidades y debilidades del resultado urbanístico en la ciudad actual, el espacio público está llamado a ser elemento estructurador a una nueva escala, vinculando la ciudad vieja, la nueva, la región y el territorio. Es por ello que se considera al sistema de espacios públicos como espina dorsal de la ciudad tradicional con la característica de continuidad, constituyendo lo vacío del espacio urbano.
El fragmento sur
Plaza O’Higgins
Al historiar esta plaza se incursiona en la más interesante y próspera urbanización del sur. Las tierras donde se asienta eran parte integrante de una amplia lonja perteneciente a don Manuel Arijón, que abarcaba desde el río Paraná hasta los límites del municipio, entre Lamadrid y el arroyo Saladillo.
Hacia 1925 la sociedad anónima El Saladillo adquirió esas tierras y continuó la urbanización iniciada por Arijón dividiéndola en secciones para su loteo. En la primera sección limitada por las calles Ayacucho, Lamadrid, avenida Arijón y el arroyo Saladillo aprobada por la ordenanza Nº21 del 25 de septiembre de 1906, se destinaron para plazas las dos manzanas formadas por la avenida Lucero (hoy avenida Nuestra Señora del Rosario) y las calles Tupungato, Aconquija y Pinedo (pasajes ahora estas dos últimas), situadas a uno y otro lado de avenida Shiffner (hoy Castro Barros).
Su planta constituye dos plazas gemelas cuadrangulares separadas por la avenida Castro Barros. En su origen se cercaron con doble hilera de eucaliptos que adquirieron magnífico desarrollo en hermosas avenidas, pero el excesivo crecimiento de los árboles trajo molestias al vecindario por lo que se decidió su eliminación.
Por ordenanza Nº21 del 31 de mayo de 1926 se la estructuró al estilo parque inglés; se marcaron sus amplias veredas exteriores y se las arboló con jacarandá frente a Tupungato y con pinos y eucaliptos a las restantes. En ambas plazas se delinearon con árboles también las dos avenidas diagonales y la mediana de este a oeste, que al concurrir a una rotonda central dividen el suelo en seis jardines.
La plaza constituyó el centro más distinguido de la actividad rosarina como lo fue la plaza Alberdi. Siempre tuvo una personalidad que caracterizó al barrio congregando a los vecinos a todos los acontecimientos. La iglesia de Las Mercedes realizaba en el lugar las manifestaciones externas de su culto.
Plaza Las Heras
La planta de esta plaza es análoga en un todo a la de su hermana mayor, la plaza O”Higgins. Situadas ambas entre las calles Tupungato y Nuestra Señora del Rosario, a una distancia de 10 cuadras entre sí, tienen igual superficie e igual conformación de plazas gemelas cuadradas, simétricamente extendidas a lo largo de una avenida central. Sólo difieren en las obras características de jardinería que han dado a cada placita de la plaza Las Heras una fisonomía completamente individual, a la inversa de lo realizado en plaza O”Higgins cuyas dos porciones son similares.
Esta plaza constituyó también desde su origen un punto vital del barrio donde los vecinos realizaron siempre sus reuniones sociales y patrióticas.
El fragmento norte
Plaza Ovidio Lagos
La plaza se ubica en la lonja de Antonio de la Vera y Mújica. Años más tarde se le cedió otra sección, abarcando finalmente el área comprendida entre la margen derecha del río Carcarañá y el arroyo Salinas o Ludueña. Don Esteban Segundo Furgón vecino de Rosario urbanizó la zona fundando un pueblo que llamó La Florida. El plano fue del ingeniero Juan Bosco, en 1889. El pueblo fue magníficamente proyectado ubicando en un lugar estratégico la plaza con el río al este y una amplia avenida a su frente, llamada avenida Buenos Aires.
Con amplio espíritu progresista Furgón donó los terrenos para la escuela, la iglesia y el juzgado, que rodearon a la plaza. Se la arboló con doble fila de paraísos al igual que a la avenida Buenos Aires. Hasta entonces la plaza no había sido denominada y permanecía sin evolucionar, teniendo sólo el doble arbolado de paraísos y la característica de una manzana libre.
En aquella época todos los domingos se corrían carreras de caballos criollos (cuadreras) en la calle Santa Fe (hoy David Peña) en la cuadra correspondiente a la plaza. Por tal motivo durante mucho tiempo la plaza sirvió para que se levantaran carpas de parejeros y cuidadores. Más tarde quedó convertida en cancha de fútbol del club del pueblo Centenario.
La plaza nació y evolucionó con el pueblo “La Florida”. Encarnó toda la actividad e inquietud del barrio complementándose con la escuela, que encontraba allí un magnífico escenario para los actos patrióticos y culturales y un rincón de juegos infantiles situado en el ángulo noroeste.
Con algunas pautas a ser modificadas se la considera como un verdadero espacio público, tanto en su historia como en su estado actual. Los vínculos que se manifiestan en el día a día con grupos tras grupos reafirman su carácter de espacio netamente público.
El reconocimiento de estos espacios públicos hacen que sean consideradas no sólo por su presencia pública sino como áreas de valor patrimonial. Considerar a estos espacios como paisajes culturales cotidianos significa hablar de una noción transdisciplinaria que refleja un nivel de organización más complejo y superior que el paisaje natural y que incorpora e implica una participación sustantiva de la sociedad. Visto así el paisaje cultural constituye un binomio inseparable entre los sistemas o geosistemas naturales y sociales.
Estudiar el paisaje cultural incluye conocer cómo y en qué grado las sociedades transforman la naturaleza de acuerdo a los diferentes tipos de utilización y determinar cómo una sociedad evoca su relación con ella. La factibilidad de este eslabonamiento de espacios públicos barriales lleva a la conformación de itinerarios que adquieren su dinámica de intercambio con continuidad en otros espacios públicos de la ciudad: el Brazo Seco, antiguo cauce de agua que por socavación cambió de lugar la cascada existente; el Parque Sur, área de reserva urbana; la transformación de un mercado de venta de ganado en un parque recreativo-deportivo; el primer vivero de la ciudad, hoy en recuperación; la iglesia San Miguel; el Patio de la Madera; Villa Hortensia y otros que hacen de estos fragmentos urbanos un lugar para el ocio con su resignificación patrimonial al servicio del consumo urbano.
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