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sábado,
22 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—El hombre, el ser humano, es causa y efecto, es acción y consecuencia y, por tanto, debe haber en él tantos Yom Kippur como le sean posibles. Debe, en fin, abocarse a la tarea de superar la causa y el efecto. Pero ello no le será posible si no se convierte, como decimos, en perdón viviente.
—Hoy es para el judaísmo día sagrado, día de perdón, por eso consideramos el tema.
—No es nada favorable andar peregrinando por el camino de la vida con cargas tan pesadas como la herida, el resentimiento, el rencor y la culpa. Imaginen dos personas: una ha causado un daño a otra (causa) y esta última queda afligida (efecto) la una carga con la culpa (consciente o inconsciente) y más tarde o más temprano pagará por el daño provocado. La otra lleva herida y dolor. Es un doble dolor, este último, que se manifiesta por la lesión que le ha sido ocasionada y por que, además, otro ser, a veces querido, lo ha traicionado. Pero estas dos personas no son únicas, son dos eslabones de una eterna cadena, así que quien es causa es también efecto y quien es efecto es también causa y por ello mismo el rencor, el resentimiento es un espectro que mora en los dos y se transmite.
—El mismo daño recibido (efecto) se transforma en rencor, despecho, resentimiento, cuando no venganza y enojo (causa) que deriva en otros seres y otros efectos. Es una secuencia interminable.
—Que puede ser terminada sólo por el perdón. El hombre, aunque no lo advierta, aun cuando no lo reconozca, tiene imperiosa necesidad tanto de perdonar como de ser perdonado. Nos referimos al ser humano esencialmente bueno, claro, a la persona más o menos sensible a la sublime circunstancia de vivir. Para perdonar es necesario tener valor, es menester que se deponga el orgullo y el siniestro exceso de amor propio. Pedir perdón concede serenidad, saca peso del espíritu y por lo tanto lo eleva. Solicitar perdón no es sólo sanar al otro la herida infligida, sino liberarse uno mismo de la oscura cárcel de la intransigencia y la culpa. El perdonar, por otro lado, calma y da confianza. “¡No todo está perdido!”, exclama alegre el corazón del que perdona. Y algo muy importante que todo ser humano debe comprender en el marco del perdón: es el comenzar por perdonarse a sí mismo. Pues si el hombre no se perdona a sí mismo, ¿de qué le servirá que le perdone el otro o el mismo Dios? Por último, quisiera recordar, y con el permiso de los rabinos y sabios del judaísmo, lo que dijo el rabino Hillel cuando un pagano le preguntó qué era la Torá, qué significaba, cómo podía resumirse la ley en ella escrita. Hillel le respondió: “Lo que no quieras para ti, no lo quieras para tu prójimo. Esta es toda la ley, lo demás sólo es comentario”. No lo cumplimos, lamentablemente, por eso todos los seres humanos necesitamos de muchísimos días de reflexión y de perdón hasta que llegue el orden ideal, porque todos somos (más o menos) causa y efecto, dañinos y dañados.
Candi II
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