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domingo,
16 de
septiembre de
2007 |
[lecturas] - sobre un libro de cuentos
Príncipes del infierno
“La bicicleta roja” explora el mundo de la marginalidad a través de las historias de un grupo de chicos. Aquí el autor reflexiona sobre la escritura de sus relatos
Marcelo Dughetti
Estos cuentos intentaron ser una novela. Pero el cuento en sí es un paisaje simétrico. La simetría, esa correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo, es sin duda un principio de creación un tanto infantil. Pero me atrae esa manera de componer.
La novela es un país menos exacto. En ella la vida entra con todas sus contrariedades: la ensucia, la enriquece. El cuento es un territorio donde por la misma forma es muy probable que la sangre no llegue al río. De todas maneras, como dicen algunos escritores amigos, la sangre sirve para hacer morcillas. Y más allá de la tradición rural de la región donde vivo, he tratado de mostrar otra cosa.
Ese país de marfil, simétrico y decididamente frágil ha sido violentado. Entró la realidad y se posó con sus rudimentarios y escabrosos instrumentos a operar sobre este proceso. Estos cuentos están contaminados con los grises de la realidad, pero a su vez van a percibir ese intento de simetría que proviene de 20 años de escribir y publicar poemas. Ese intento de embellecer la atmósfera que rodea las historias de estos pibes que no tienen descanso.
Pibes a los que no se les da tregua. La violencia, el hambre, el frío, la droga, no les dan tregua. Ellos son los príncipes en los círculos del infierno. Pero esta necesidad de dar un nuevo sentido, de crear belleza a pesar de todo, no disfraza el infierno, no lo cubre como un manto bajo el que hierve una gusanera. No lo hace digerible. Este intento es un guiño de respeto al arte. A la felicidad de la literatura. A la necesidad de crear un artefacto literario y no un folletín informativo.
Uno de los personajes de “La bicicleta roja”, gran poeta, el viejo Torriglia, repetía siempre aquello de “endurecerse sin perder la ternura”. Una frase que es muy conocida, tanto como la historia de esa misma frase, y la de quien la echó a rodar por el mundo. En honor a esa frase fui descubriendo de a poco las terminales nerviosas de una literatura que se ha ocupado de estas historias de infancia perdida, o de infancia marginal, apurada por las necesidades y el desamparo.
Ese océano de la literatura universal tiene hitos muy interesantes. Charles Dickens y su eterno Oliver Twist. Máximo Gorki con sus “Días de infancia”. Arlt y “El juguete rabioso”. Los “Muchachos de la calle” de Pasolini. “Capitanes de la arena”, de Jorge Amado, no sé si recuerdan: “Bajo la luna, en un viejo almacén abandonado, los niños duermen... ” Los capitanes de la arena son los niños vagabundos, expulsados de la ciudad, que viven en los arenales del puerto de Bahía: asaltan, estafan y roban, castigan y son castigados.
Seguramente me olvido de grandes escritores y de obras muy importantes. Entre todas quiero destacar la que me marcó, no porque hablara específicamente de estos niños en toda su literatura. La obra de Haroldo Conti. El cuento “Como un león” fue el que más me invitó a descubrir una forma de habitar este mundo y comprenderlo. Fui uno de estos niños, y Haroldo me enseñó cómo superar el rencor y generar belleza, algo que hiciera vislumbrar una salida. Con ese pequeño inolvidable habitante de la villa, que describe su circunstancia con la lengua astillada de los castigados, pero sin renunciar a la belleza. Es decir sin dejar de hacer literatura. No es toda la obra de Conti, pero en general los niños que habitan sus relatos, aun en la salvaje ruina de un mundo que los margina, mantienen en alto las banderas de la infancia.
La imagen que se me aparece al escribir esto es la de un niño que juega en las hamacas de la plaza Pedro Viñas en Villa María, y la de otro que desde un carro agita cartones mojados y le grita: “¡Che, Miguel! Dale culiao, ¿no ves que llueve?”. Esa imagen me sigue armando de esperanza. Además del dolor de las infancias partidas veo en ella la esperanza de que aún en el futuro más cercano sigamos encontrando ternura.
Rascando el herrumbre del dolor puede que encontremos ternura. No es una seguridad. Sé que lo que digo puede ser refutado en este mismo momento por un asalto y posterior asesinato del primer almacenero que se niegue a entregar la caja. Pero no renuncio al sueño, a que las partes encajen en el todo, a que los veamos fuera de esa circunstancia terrible que los obliga a endurecerse y en muchos casos, y a pesar nuestro, a perder la ternura.
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Fotos
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De Villa María, Marcelo Dughetti.
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