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domingo,
16 de
septiembre de
2007 |
Edgardo Dobry: "La poesía tiene que ser siempre búsqueda formal"
El escritor rosarino residente en Barcelona presentó su último libro, "Orfeo en el quiosco de diarios" y reflexionó sobre sus búsquedas estéticas
Osvaldo Aguirre / La Capital
Edgardo Dobry nació en Rosario en 1962 pero reside desde hace tiempo en Barcelona. Publicó los libros de poesía “Cinética” (1999) y “El lago de los botes” (2005) y el sello Adriana Hidalgo acaba de editar, en Buenos Aires, “Orfeo en el quiosco de diarios”, una atractiva selección de sus ensayos sobre poesía, aparecidos en distintos medios de España y Argentina. La pertenencia a ambos países es un motivo frecuente en su reflexión, y en su escritura, como puede verse en el registro de lengua que proponen sus poemas.
La presentación de “Orfeo en el quiosco de diarios”, que se realizó en Ross Centro Cultural, fue una buena excusa para que Dobry repasara sus posiciones sobre la poesía y su propia trayectoria personal. Y para que accediera a este diálogo.
—¿Cuando venís a Rosario hacés un reaprovisionamiento de las formas en que se usa aquí la lengua?
—Sí. Para todos los escritores que viven fuera de su país es muy importante volver a escuchar la lengua, a cargar ese registro. Para mí hay algo clarísimo: yo soy un poeta argentino. No creo que un escritor pueda escribir en el vacío. Un escritor necesita un campo magnético en el cual lo que produce se ubica, por así decir. Y ese campo magnético es su sistema nacional, aunque evidentemente la experiencia y la vivencia de alguien que vive en Barcelona no es la misma de alguien que vive en Rosario. Por otra parte yo tuve una opción distinta de la de Juan José Saer, que pasó muchos años, como él decía, siendo fiel a una zona, que para él implicaba un trabajo obsesivo sobre un paisaje al que volvía pero en el que no vivía. En “El lago de los botes”, yo no quería hacer eso; quería trabajar sobre recuerdos de mi vida en Rosario, pero también sobre mi vida actual en Barcelona.
—¿Cómo aparece la idea de trabajar en poesía sobre episodios de tu vida?
—Cuando termino un libro, cierro un proyecto. No me gusta seguir escribiendo hilachas del mismo libro. Creo que un poeta tiene que hacer lo que todavía no sabe hacer. Cuando uno termina un libro, mal o bien sabe escribir ese libro. Entonces tiene que pasar a otra cosa. De modo que cada libro mío es bastante distinto del otro. Por ejemplo, “Cinética” y “El lago de los botes” son dos libros muy distintos, y lo que estoy escribiendo ahora es bastante distinto de esos dos. En el caso de “El lago...”, en determinado apareció mi deseo de escribir una poesía que tuviera una textura narrativa. Hacer un libro que, sin ser un poema unitario, construyera una pequeña autobiografía con poemas trabajados, porque me gusta la densidad en poesía, que se vea una deliberación formal, una búsqueda. Pero que construyera como pequeñas escenas de un álbum de fotos. Quizá también hay ahí una cierta influencia de los poetas de mi generación, que tienen una tendencia a poemas bastante narrativos, realistas. Un poco opuestos a la generación anterior, cuyos poemas eran más herméticos, más vanguardistas, si se quiere.
—Narrativos y a la vez impersonales. ¿Cómo articulás la preocupación formal con la construcción autobiográfica?
—Si un poema vale algo, siempre la experiencia está objetivada. Además en “El lago de los botes” yo intenté un cierto trabajo humorístico, con ironía y un humor muy judío, con ese punto melancólico que tiene el humor judío, una especie de risa un poco amarga. Además es un libro muy trenzado de citas, de lecturas, de cosas que salen a flote y se vuelven a hundir. ¿Por qué el libro se llama “El lago de los botes” cuando visiblemente es el laguito del Parque Independencia? Porque en muchas ciudades del mundo hay un lago artificial donde los adolescentes van a remar y donde se dan sus primeros besos y arman lío. La idea mía era que esa experiencia que yo había tenido en el laguito podía de algún modo ser la experiencia de muchos otros adolescentes en otras ciudades. Encarnar una cierta mitología en un lugar particular pero sin determinarla demasiado. Y con escenas. Una novela autobiográfica necesitaría todos los hilos, todas las transiciones; por eso hablo de un álbum de fotos.
—¿Estar en Barcelona te permite ver mejor lo que se escribe en Argentina?
—Tiene una gran desventaja que es el hecho de que no podés seguir la pulsación diaria. Y una ventaja en el sentido de que podés ver las cosas con una cierta perspectiva y que no estás metido en ninguna batalla en particular. Escribir crítica te obliga felizmente a trabajar sobreentendidos y cosas que ya das por sabidas, que inconscientemente a lo mejor van dirigidas a los otros poetas y no a un lector que se pueda interesar por la poesía.
—¿Por qué un poeta, como decís, debe hacer lo que no sabe? ¿Vos de qué modo lo intentás?
—La poesía tiene que ser arte, no oficio. Uno tiene que intentarlo. No sé si estamos preparados para ser artistas. En un mundo con tanta circulación de material escrito —periodismo, novela, dietarios, blogs—, ¿cuál es el lugar de la poesía? Para decirlo de una manera que puede sonar anticuada pero que sigue siendo válida, es el lugar donde la palabra es trabajada como material artístico. Es decir, un lugar donde hay una conciencia formal de lo que se hace con la palabra, donde la palabra puede ser usada como un pintor puede usar el color. El lugar donde la palabra tiene que adquirir todo su sentido, todo su peso. Para eso uno tiene que estar buscando lo que todavía no sabe hacer. Porque si uno escribió un libro, piensa que le salió más o menos bien y entonces sigue en esa tesitura, de algún modo lo va convirtiendo en oficio. Cuando terminé un libro que era de una tesitura expansiva, con poemas largos y narrativos, sentí la necesidad de buscar una cosa más seca, donde cada palabra tuviera un peso importante. Si bien yo quería que esos poemas tuvieran una textura densa aunque fueran narrativos, no cabe duda de que, en un poema de tres páginas donde contás una historia, si un adjetivo no es exacto la lectura te va llevando.
—¿En qué registro estás escribiendo?
—Tuve ganas de volver a una cosa que a mí me gusta desde siempre, que es pesar cada palabra. Y volví a trabajar en un registro intensamente lírico, con una búsqueda de algo muy concentrado, muy fuerte, tanto en la expresión como en el sentido. Es un poco la tradición del epigrama latino, que concentra cosas que son un destilado muy lento, muy intenso. Siempre me dicen que tengo una tendencia clásica, tal vez por esto que digo que la poesía tiene que ser, siempre, búsqueda formal. Y con un toque de humor, de ironía, el epigrama extrae una lección moral o una lectura de algo universal. Es también el trabajo que hace la poesía: sacar de la experiencia personal una especie de ley universal acerca de cómo sentimos, de cómo elaboramos las cosas que nos pasan.
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En casa. Dobry pasó por Rosario y habló de su último libro, una selección de sus ensayos.
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