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 domingo, 16 de septiembre de 2007  
Adicción letal. Investigadores de la UNR analizan los casos de los adolescentes que inhalan pegamento
“Las muertes de estos dos chicos deberían avergonzarnos”
Los psicólogos Temporetti y Augsburger piden “políticas de Estado integrales”

Laura Vilche / La Capital

Nicolás y Pablo no se conocían entre sí, pero tenían varias cosas en común. Ambos vivían en la zona oeste de Rosario (llegar hasta sus humildes casas lleva apenas 20 minutos en colectivo desde el centro), tenían varios hermanos, padres sin trabajo estable, una escolaridad escasa y un buen tiempo inhalando pegamento. Nicolás, de 14 años, murió el miércoles: ingresó sin signos vitales al Hospital Carrasco. Pablo, de 15, llegó muerto 24 horas más tarde al centro de salud de su barrio. Ambos decesos fueron analizados, no sin indignación, por los psicólogos e investigadores de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Félix Temporetti y Cecilia Augsburger.

   “Las muertes de estos dos chicos son obscenas, deberían avergonzarnos; ponen en evidencia que no basta con las buenas intenciones, el Estado debe reaccionar ya con políticas integrales para la infancia hay que dejar de discutir tanto porque los chicos se nos están muriendo”, dijo Temporetti. Frente a lo que Augsburger agregó: “No se puede actuar de manera sectorial. La organización del Estado es compleja, es cierto, pero si añadimos problemas de coyuntura política, disputas de poder y asignaciones presupuestarias fragmentadas, no podemos después, perversamente, decir que la culpa de todo la tienen los padres de estos chicos que no se hacen cargo de ellos”.

   —¿Por qué remarca el término “perversamente”?

   Augsburger:— Porque uno se encuentra con grupos sociales pobres estructurales y desintegrados; padres, madres y hermanitos que no pueden cuidarse a sí mismos, con bajo nivel educativo, segundas y terceras generaciones sin trabajo estable. Entonces culpar a estas familias no sólo es ineficaz, sino perverso.

   Temporetti:—Antes uno podía preguntarse dónde está la mamá de ese chico que está jugando solo en la vereda. Pero con la dictadura y el menemismo se destruyeron esos lazos sociales y ya el interrogante no es pertinene. La mamá esta desbordada, o no está en su casa, y los chicos ya no pueden jugar en la vereda por los niveles de inseguridad.

   Augsburger y Temporetti integran un equipo de investigación de la Facultad de Psicología, que desde el año pasado realiza la primera encuesta en el país sobre la salud mental de niños de entre 3 y 12 años. Un trabajo acordado entre la UNR, la Nación y la provincia, que también cuenta con apoyo del municipio. Son 20 investigadores que vienen barriendo unos 1.200 hogares de Rosario a fin de saber a grandes rasgos cómo nacen, crecen y se socializan esos chicos; qué pasa con ellos y sus familias. Los resultados estarán listos para fin de año.

   —Entonces, una vez que estén las conclusiones de este estudio no quedarán excusas para actuar; los estados provincial y municipal, ahora del mismo color político, tendrán todos los instrumentos para saber dónde están los problemas de la infancia.

   T: —Absolutamente. Recorremos el centro y también barrios como Villa Banana, Ludueña y Santa Lucía. Sabemos dónde hay chicos de 9 y 10 años que nos dicen: “Lo único que quiero es morirme”. Y también dónde están aquellos a los que les pedimos que nos cuenten algo de sus vidas y no saben ni cuándo nacieron. Es muy fuerte; están ajenos al discurso que estructura su vida cotidiana.

   A: —También vemos aulas vacías porque los chicos están a toda hora en la calle. Muchos de los que van a clase lo hacen estimulados por el comedor o becas, pero una vez allí se pegan y escupen.

   T: —No hablamos de atarlos en el aula, hay que redefinir las políticas educativas. No olvidemos que las maestras tampoco tienen recursos ni capacitación para contener a esos chicos.

   A: —Y también debemos autocriticarnos desde la universidad porque nos hemos encontrado con alumnos que se sorprenden ante estas cosas, sólo conocen la realidad social dentro de los bulevares.
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Las calles y los espacios verdes de Rosario son testigos del consumo de pegamento de niños.



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