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 domingo, 09 de septiembre de 2007  
España
Un reino de sensaciones
Imperdible recorrido de siete días por los principales puntos de interés en la isla de Mallorca

Aurelio Alvarez

Son las últimas horas en la isla. Miramos desde la cima del castillo de Bellver. ¿Fotos? ¡clic! ¡Qué panorámicas! ¿Mónaco? No, Palma de Mallorca, casi, casi. Como pájaros que gozan de las vistas privilegiadas que da la altura, allí abajo se despliega la ciudad que ha sido testigo de los desembarcos históricos. Pueblo tras pueblo ha oteado el horizonte de esta tierra de honderos, y ahora nos toca despedirla. Pero antes, un repaso a modo de balance provisional de un viaje por esta tierra insular, cuya capital nos sonríe a pleno sol.

  • Primer día: rápida aproximación al corazón de la city. Plaza España, rambla, plazas del Mercado, de Juan Carlos I y de la Reina. Firmas comerciales internacionales hipnotizan al visitante desde sus vidrieras, la luz solar se va serenamente desplomando y un poco más allá la catedral (la Seu, como se la conoce) nos hace un guiño cómplice para que regresemos otro día, con más tiempo, para visitarla. Impacta su figura gótica y el rosetón —el mayor de los diseñados— se esconde a la mirada fugaz. Ya lo descubriremos mejor. Seguimos.

    La avenida Antoni Maura confluye con el paseo marítimo, y allí abre sus puertas la zona portuaria deportiva, zona que por la noche seduce en su oferta de ocio y placeres mundanos. De un lado, un tumulto de embarcaciones de todo tipo, expresión del alto standing social; del otro, templos gastronómicos y discotecas de renombre internacional. El ánimo se pone a tono. ¿Vamos “de marcha”?

  • Segundo día: ya en la carretera, rumbo a cabo Formentor, el extremo norte mallorquín. Nos olvidamos de que estamos en una isla. Puede ser una estampa más del litoral peninsular, en el continente, con alturas que rodean aquí y allá, ambiente rural, un tanto despojado, pero campestre al fin. Llegamos al punto en que paulatinamente el camino se angosta y sube. Típica área de mirador, a 200 metros del nivel del mar. El faro de El Colomer domina la geografía.

    Desde dos puntos intermedios se obtienen vistas de contraste montañoso y marítimo. Picos truncos que se recortan bruscamente en la gama de azules turquesa. El sol aprieta una vez más, el vértigo es un fantasma en las sensaciones, y el paisaje embriaga.

    El próximo destino es Puerto Pollensa (gracias, Marilina Ross). Playa acogedora, paso apurado en busca de un helado y pequeñas escenas en los chiringuitos que disparan la ilusión. Minutos más tarde, un baño en la playa Muro, en plena bahía de Alcudia. Sus aguas, una mansa piscina; el cielo seminublado, tumbonas desplegadas para el descanso debajo de las sombrillas de tosca paja. ¡Esto es el paraíso!



    Aldea de pescadores

  • Tercer día: con la proa puesta hacia Sant Elm, puerto vecino de una isla cuyo nombre despierta fantasía pura, La Dragonera, dueña del encanto de aquellos tiempos de una aldea de pescadores. Estamos en el extremo occidental de Mallorca. El coche queda estacionado a un costo de tres euros en una zona habilitada bajo árboles de gran porte. Enfrente, playa deslumbrante, agradable, con ambiente familiar. Luego del chapuzón, caminata por el pueblo encaramado reposadamente sobre una de las márgenes de la bahía que remata con una plataforma abierta a la isla. Cerveza helada en mano, al amparo de la sombra de un bar. Se respira verano y las voces, bajas, recuerdan una y otra vez que aquí el nombre soberano es descanso.

    En el trayecto han quedado poblaciones de fama, como Andratx o Calviá, en cuyos términos han recalado Michael Douglas, Catherine Zeta Jones, Claudia Schiffer y Michael Schumacher, entre otros.

  • Cuarto día: en dirección a la cala Santanyí, recorremos ruta hacia el sudeste, donde se apiñan otras entrantes del Mediterráneo, como las calas Figuera o Lombards. La primera se muestra concurridísima. Paredes altas en su ingreso, aguas serenas y muchas familias. Boyas, como en todas partes, recuerdan los límites para bañistas y botes a pedal. Acortando la exposición solar, Figuera es la opción para tapear y ver un modesto puerto con algunas embarcaciones amarradas.

  • Quinto día: nos han hablado de la playa de Es Trenc, último edén preservado de la mano del hombre, según definen por aquí. Declarada área protegida, se ha librado de la frenética urbanización. Cautiva la purpurina de su ribera blanca y brillante, delimitada en un extremo por el pueblo de Sá Rapita, y en el otro, Colonia Sant Jordi. Son cuatro kilómetros de costa donde reina la virginidad natural (es el hogar de 170 especies de aves). Un sistema de arenales secciona la playa de salobral de los campos de cultivos. A tono con estas virtudes, algunos asiduos visitantes disfrutan de las bondades del nudismo, característica emblemática en los últimos años.

  • Sexto día: escapada a Palmanova, a tiro de piedra de la capital, también integrante del ayuntamiento de Calviá. Dos playas extensas, un paseo costero, bares, restaurantes temáticos, “buen rollo” y precios acsesibles. Cerca nos espera Portals Nou, cuyo puerto deportivo es el centro del turismo de elite y de la diversión nocturna, convirtiéndose en el punto de encuentro de la realeza, el jet-set, artistas y figuras del mundo de las finanzas. Off the record: la noche anterior, nuestros anfitriones, Pablo y Bárbara, habían cenado a metros de la reina Sofía y la infanta Cristina, entre otros integrantes de la familia Borbón.

  • Séptimo día: recorremos la plaza mayor, el claustro y basílica de San Francisco (un euro la entrada), del siglo XIV, y la distinguida avenida Jaime III. Vamos disfrutando de historia, glamour y una conjunción de pasado y presente gratamente lograda. Más tarde hay tiempo para un chapuzón en El Arenal, playa de la ciudad, aunque un poco distante. El paseo litoral también es una joyita, con comercios y sitios de comida de todo tipo.

    Ya en el castillo de Bellver, a 140 metros de altura, en los suburbios del ejido urbano, visitamos esta fortaleza, la única de forma circular en España, construida en el siglo XIV por orden de Jaime II. Despliega tres torreones integrados y una torre dividida en cuatro plantas comunicadas por una escalera de caracol. La torre está separada unos siete metros del castillo y unida a él por un bello puente de construcción posterior. En el subterráneo se encuentra la famosa prisión de S’Olla. En el interior un patio de armas circular de dos pisos, formando galerías adornadas por columnas con arcos semicirculares a lo largo de toda su planta baja. El majestuoso patio fue construido encima de un aljibe con un pozo central. Alrededor del patio se encuentran diferentes salas que albergan el Museu de la Ciutat, con una completa exposición de la historia de Palma en sus diferentes períodos. Hasta la próxima, Mallorca, y lo decimos sinceramente con la misma sonrisa cargada de sol e ilusión con que la isla nos ha dado la bienvenida.
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    Majestuosa catedral de Palma de Mallorca.


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