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 domingo, 09 de septiembre de 2007  
Viajeros del Tiempo - Rosario 1905/1910

Guillermo Zinni / Fuente: La Capital

Un paseo por la ciudad en las sombras (III). El carruaje pasó a nuestro lado llevando a tres mujeres en deshabillé báquica. Las tres cantaban y reían tirando de los pelos a un caballero de edad con un resplandeciente chaleco blanco. Pasó rápido ese fulgor de orgía y renovamos nuestro diálogo:

-De manera que por acá no pasa nada de extraordinario... -dijimos-.

En ese momento un gran perro se puso a aullar furiosamente y a treinta pasos volvió a toser cavernosamente un pecho de mujer desvelada. El vigilante, inquieto, se escurrió hacia aquella ventana dejándonos solos sin miramiento. Golpeó con los nudillos y un instante después desapareció como una sombra. La tos pareció entonces más clara y menos lúgubre. Nuevas reflexiones: el amor, el santo amor, no perdona ni a los guardianes del orden público. Poco después nos sobresaltó un chasquido seco: cerca había sonado un tiro. Creímos que se iban a sentir agitaciones policiales por los alrededores, pero el silencio después del tiro se hizo más profundo y misterioso. Los perros comenzaron a bullir cerca nuestro como un enjambre. El sitio empezaba a ser inconveniente y decidimos volver al centro apurando el paso. Doce cuadras más, contadas con los dedos, ¡y no tropezamos con un solo vigilante! Por fin entramos en la zona de la luz voltaica. Varios carruajes iban y venían con gran velocidad y, cosa rara, todos esos vehículos conducían a mujeres más o menos despeinadas, con las ropas a medio desprender, chillando, riendo, alborotando como grullas ebrias. Eran las cuatro de la madrugada y con la llegada del alba dimos por terminada nuestra aburrida excursión sacando de ella en limpio una sola conclusión: La noche en el Rosario es el reinado de las mujeres airadas y el manto encubridor de los vigilantes enamorados, que hacen guardia a catorce cuadras uno del otro. ¡Feliz policía!... (1906)

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