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 domingo, 09 de septiembre de 2007  
La mala inserción de América latina
El auge de la economía mundial tiene su epicentro en Asia-Pacífico. La región mira de afuera

Mientras la mayor parte del crecimiento mundial y de las novedades tecnológicas se concentran en la región Asia-Pacífico, América latina ve pasar de costado este período extraordinario de la economía internacional. Salvo Chile, que ha firmado tratados de libre comercio con todos los grandes (EEUU, UE, Japón, ahora busca hacerlo con Corea e India), los demás países confían, en diverso grado, en “revivals” del viejo industrialismo proteccionista, que sustentan en el extraordinario precio del que gozan sus commodities.

   Resulta así que la región se ve relegada a su función secular de exportadora de bienes primarios mientras la revolución de la tecnología de la información y la economía inmaterial de Internet son cosas de otro mundo, que pasan a miles de kilómetros de distancia.



El desarrollo ajeno. El modelo exportador de commodities se apoya en el desarrollo de los otros (China, EEUU, Europa, Corea, India, etc.), lo que en principio no está mal, pero en América latina no crea sinergias, un feedback que logre una reinversión creativa de esas rentas extraordinarias.

   El caso extremo es el de la Venezuela chavista, que desde la reeleción del caudillo en diciembre ha entrado en una orgía sin precedentes de nacionalizaciones de empresas extranjeras. Un gasto estéril, ya que esas empresas, como las de servicios públicos, venían funcionando satisfactoriamente. Y mientras el precio del petróleo vuela y llena las arcas del Estado, los venezolanos tienen problemas básicos, como abastecerse de alimentos y agua potable.



Argentina y Brasil. Argentina y Brasil, por su parte, se empeñan en crecer dentro de la fortaleza aduanera llamada Mercosur, cuyo altísimo arancel externo común hizo imposible el ingreso como socio pleno de Chile.

   Pero en tanto Brasil es un actor político y económico de la escena mundial (forma parte del G-5 junto a India, Sudáfrica, México y China, que hace el contrapunto al G-8) la política exterior argentina parece un reflejo especular de su autarquismo económico. Mientras Brasil es claramente un país “market-friendly”, con una larga tradición de buena recepción a las empresas extranjeras, en la Argentina de la era K ha prevalecido una hostilidad demagógica frente al capital extranjero. El caso de Shell es solamente el último ejemplo de esta conducta “pour la gallerie” y que termina siendo autoflagelante.

   Hace un siglo, Argentina era, como hoy, un exportador agropecuario, pero además ostentaba el primer lugar entre las economías latinoamericanas, el 7º PBI per cápita del mundo y su calidad de vida resultaba abismalmente superior a la de los demás países de la región. Hoy el modelo exportador primario ya no da aquellos resultados, y es comprensible: sencillamente, ha pasado un siglo, los habitantes de la región se han multiplicado a un ritmo arrollador y el mundo es mucho más complejo y exigente.

   Pero, como se dijo, tampoco alcanza, como se ha visto en estos años de “productivismo” criollo, con la reedición del esquema interventista conformado por el tándem campo competitivo-industria protegida, más una profusión de regulaciones y subsidios combinados con alta presión fiscal. Un modelo que, entre otras cosas, requiere de sueldos bajos medidos en divisas para funcionar a régimen. La caída del salario real experimentada en este bienio de inflación alta en Argentina y el consecuente retroceso en la distribución del ingreso no son así ninguna casualidad.



Síntomas que vuelven. Este modelo suele terminar asfixiado por el retraso acumulativo del tipo de cambio como efecto de la alta inflación interna, según un consolidado patrón histórico que se repite desde hace décadas y que ahora comienza a vislumbrarse nuevamente, con la reaparición de antiguos síntomas: a la inflación creciente se suman la brusca caída del saldo comercial y el achicamiento del tan publicitado superávit fiscal.
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